La ciudad se despierta de a poco. Amanece nublado en la Escuela Pública Itinerante y la gente que va a trabajar inunda Callao y Rivadavia.
Por Lucia Rivero
La ciudad se despierta de a poco. Amanece nublado en la Escuela Pública Itinerante y la gente que va a trabajar inunda Callao y Rivadavia.
Más de seis líneas de colectivos pasan frente al Congreso. Conductores, pasajeros y transeúntes miran la estructura montada que imita la fachada de una escuela.
“Escuela pública Argentina enseña, resiste, sueña”, propone el frente pintado de celeste desde el que también se reclama por el financiamiento educativo y la paritaria nacional docente.
A la escuela la rodean vallas blancas decoradas con carteles que se despintaron con alguna lluvia: “Por una educación que nos enseñe a pensar, no a obedecer”, dice uno. “Jardín 906. Fuerza seño. Yo cuido la educación”, dice otro, que además tiene un dibujito de una “seño” con la bandera argentina.
Los docentes enfundados en sus guardapolvos blancos charlan, comparten mates y reciben a los curiosos que se acercan a preguntar. Formosa, Neuquén, Chaco dicen los chalecos de algunos con el logo de CTERA.
Suenan los bombos de una delegación del Partido de los Trabajadores Socialistas que acaba de llegar para brindar su apoyo y algunos docentes se alistan para contarle sobre su lucha y sus reclamos en un aula que funciona dentro de la Escuela Itinerante. Porque los docentes hacen eso siempre: dar clase.
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