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Carlos Carballo:“El hambre en Argentina no es un problema de producción, es claramente político”

El ingeniero agrónomo y docente de la UBA, referente en soberanía alimentaria, analiza los desafíos del sistema de producción en el país.

A Carlos Carballo no lo define un título académico, ni un cargo en particular, es un referente, su nombre aparece ligado a la agroecología, a la reflexión crítica sobre el modelo de producción y a la búsqueda de alternativas en un país que muchas veces parece repetir los mismos errores. Su historia se teje con el viaje que lo trajo a Buenos Aires; no fue solo un traslado geográfico, sino el inicio de un camino donde la ciudad se convirtió en escenario de debates, militancias y proyectos colectivos. Allí, entre aulas, organizaciones y huertas, comenzó a forjar una mirada singular sobre la producción de alimentos y los modos de organizarnos para hacerlo. Eso, hoy lo posiciona como una voz clave para entender cómo producimos y qué futuro queremos para nuestra tierra. 

—Usted proviene de una familia campesina española migrante y llegó a la Argentina con seis años. ¿Cómo influyó esa experiencia en su vocación?

—Decidí estudiar agronomía pensando que me iba a dar los instrumentos para ayudar a terminar con el hambre. El tema de la alimentación fue siempre fundamental para mí, vivido y sufrido en distintos aspectos, primero con comunidades indígenas y después con las ligas de agricultores familiares.

—Fue uno de los impulsores de la Cátedra Libre de Soberanía Alimentaria en la UBA. ¿Qué significó ese proceso?

—Fue un arduo trabajo donde fue clave la militancia, la visión y la formación de la comisión de derechos humanos del centro de estudiantes.

—¿Por qué sostiene que la problemática del hambre en Argentina es política y no de disponibilidad?

—Porque la Argentina demuestra que el hambre no tiene nada que ver con la capacidad de producir alimentos, ni con la falta de recursos o tecnología. Es un problema político, de injusticia y de perversión del sistema.

—¿Cómo afecta bajo ese contexto a una ciudad como Buenos Aires?

—Buenos Aires es cosmopolita, piensa poco en su alimentación, en quién lo produce, cómo se produce, qué es lo que está incorporando a su organismo y desconoce que muchas veces los alimentos son tóxicos.

—Estudios afirman que el 70% de la población adulta padece sobrepeso u obesidad. ¿Qué nos dice ese dato?

—Que el derecho a la alimentación saludable es un derecho que cada vez llega a menos gente. La nutrición refleja una de las desigualdades crecientes del país.

—¿Qué alternativas imagina para revertir esta tendencia?

—El desafío es generar propuestas accesibles para todos y todas, no solo para los sectores con mayor poder adquisitivo o información. No es nada sencillo.

—Usted suele señalar a la agroecología como “caballito de batalla”. ¿Qué experiencias rescata en ese sentido?

—La Universidad de La Plata fue la primera en incorporar la agroecología como materia obligatoria. Pero 20 años después, el propio titular reconoció que había cambiado “en prácticamente nada” la formación de los estudiantes. Mientras la mayoría de docentes enseñe lo contrario, la agroecología seguirá siendo marginal.

—¿Cómo evalúa el rol del Mercado Central?

—Hace 40 años era un monopolio estatal, en los ’90 se desreguló y hoy es apenas uno entre más de 30 mercados concentradores. Quizás el único que aún mantiene ciertos controles sanitarios, pero la mercadería rechazada termina recirculando en otros mercados.

—¿Qué pasa con el desperdicio de alimentos en esos circuitos?

—Hasta hace poco había en el Mercado Central una gran planta de compostaje; hoy ya no, y en la mayoría de los mercados el desperdicio es absoluto.

—Si tuviera que cambiar el modelo de abastecimiento de la ciudad, ¿por dónde empezaría?

—La gran pregunta es cómo alimentar la ciudad. Este debate hoy tiene fuerza en Rosario, donde se articulan movimientos sociales, cooperativos y sindicales para pensar alternativas reales.

—El 45% de la alimentación básica pasa por cinco cadenas transnacionales de supermercados. ¿Qué implica esto?

—Que la base de la alimentación popular —pastas, fideos, arroz— está en manos de pocas empresas. La concentración es enorme.

—¿Existen experiencias que apunten en otro sentido?

—Sí. Por ejemplo, el mercado en Constitución casi se autogestiona con apoyo cooperativo, comercializando a precios del Mercado Central, con redes de cooperativas que traen alimentos básicos a precio de costo, pagando incluso el flete hasta Buenos Aires. Son experiencias mejorables, pero posee bases sólidas para generar políticas públicas.

—Te pongo algo en juego y contame, ¿Un plato porteño soberano?

—Y yo diría que el alimento que más se podría parecer, aunque no fuera soberano, por ahí más general entre los porteños puede ser el arroz con pollo, porque es muy barato. Aunque un plato argentino soberano yo diría algún guiso con bastante maíz, con bastante zapallo. Y acá se usa una expresión cuando los guisos no tienen carne, se dice que son guisos gauchos.

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