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ENTREVISTAS

Andrea Casamento: la mujer que inspiró la película que actúa Natalia Oreiro y está en el N° 1 de Netflix

Entrevista a la argentina que transformó su dolor en acción: fundó ACiFaD para mujeres familiares de personas detenidas y es activista por los DDHH. “La mujer de la fila” recrea su historia en el cine y en streaming. 

Tenía una vida común, trabajaba y era ama de casa. Un día recibió una llamada que le cambió la vida: su hijo cayó preso por un delito que no cometió. En el transcurso de su detención preventiva notó lo difícil que es para los familiares de detenidos realizar las tareas 

relacionadas a las visitas, la alimentación y todo lo relacionado al proceso judicial que en la mayoría de los casos recae en las mujeres. 

Luego de una larga búsqueda tratando de encontrar ayuda sin éxito, Andrea Casamento fundó ACiFaD (Asociación Civil de Familiares de Detenidos) que desde 2008 acompaña y defiende los derechos de las familias de las personas privadas de la libertad. A su vez, también participó en el Subcomité para la Prevención de Tortura (SPT) de la ONU, siendo la única integrante que era familiar de detenidos. 

Pero, su historia también es de amor. Cuando su hijo aún estaba preso conoció a Alejo, con quién se casó dentro del penal y hoy tienen un hijo juntos. Este 4 de septiembre se estrenó “La mujer de la fila”, una película inspirada en su historia de vida y su lucha por los derechos de las personas detenidas protagonizada por Natalia Oreiro

“La mujer de la fila”, protagonizada por Natalia Oreiro y dirigida por Benjamín Ávila.

-Seguro fueron unas semanas movidas con el estreno de la película. ¿Cómo estás? ¿Cómo te sentís? 

-Estoy muy contenta. Lo que pasa es que lo de la película no fue trabajo solamente desde que se estrenó sino fue mucho trabajo previo de prepararnos en la organización porque sabíamos que iba a venir mucha más gente. Fue más agotador el trabajo previo. 

La película para mí fue una gran responsabilidad, entonces era dejar todo organizado porque sabíamos que iban a llamar un montón de mujeres a contarnos sus historias y había que tener oídos para escuchar.  Mi miedo era no dar abasto, de no poder llegar y que alguien se quede afuera

-¿Cómo llegó la propuesta de la película? 

-A partir de una charla TEDx que di hace ocho años. Alguien que la vio y dijo que quería hacer una película. Yo pensé que era un pibe que estaba estudiando cine e iba a venir con su celular a hacer una peliculita de ACiFaD. No pensé que fuera a ser una película como es ahora. 

Después se sumó Benjamín Ávila que anteriormente hizo una película nominada al Oscar, se sumó Natalia Oreiro; y se fueron sumando otros y la película es lo que es hoy. Pero no sabíamos qué iba a ser eso. 

-¿Qué resultados esperás de la película? 

-Tiene la misma intención que tuvo dar la charla: que la gente, por lo menos, se ponga a hablar del tema, que se pregunte, que vea, que entienda que no hay dos mundos separados, que las condenas en algún momento se acaban, que nos demos lugar a pensar si este sistema está funcionando. 

Que las personas piensen en qué estamos haciendo mal, qué es lo que estamos pagando con nuestros impuestos porque, en definitiva, estamos pagando la cárcel con nuestros impuestos, entre otras. Estamos sosteniendo un sistema que al final no nos da los resultados que queremos. 

Lo más importante es que sepan que si estás pasando por esta situación, vení que hay un lugar donde te pueden acompañar y súmate a este camino porque algo tiene que cambiar.

-Cuando tu hijo fue detenido injustamente, ¿cómo fue el momento en el que te llaman y te cuentan que estaba preso? 

-Era Semana Santa. Estaba en una quinta con mis amigas y me llaman para que vuelva a capital porque mi hijo estaba en la comisaría, que se lo habían llevado preso. Pero yo no entendí eso y pensé que me estaban mintiendo y que tuvo un accidente. 

Cuando llegué a la comisaría me dijeron que tenía que buscarme un abogado porque estaba preso. Pensé que hablando con el comisario iba a aclarar la situación y listo, pero no. Y, a partir de ahí, fue buscar un abogado penalista porque estábamos en un gran problema. 

-¿Pensabas que iba a ser más sencillo todo? 

-Pensé en que como era inocente, no hizo nada; podés hablar con alguien y explicar la situación. Luego, se te pide perdón por la confusión y te vas a tu casa; pero no. 

-¿Cómo fueron esos primeros días cuando lo detuvieron? 

-El mundo se detuvo. Durante ocho meses me dediqué. No podía hacer otra cosa, apenas dormía. Me dedicaba a controlar, vigilar, a estar al lado de mi hijo de la manera que podía. Si no era en el juzgado, era con el abogado o estar atenta al teléfono para cuando me llamaba, ir a las visitas. Es como tener un hijo enfermo en el hospital, no te querés mover de al lado. 

-¿Cómo hiciste para, por un lado, seguir con tus obligaciones cotidianas y, a su vez, acompañar y ayudar a tu hijo? ¿Hubo alguien que ayudó?

-Me ayudaron mi mamá y mi familia. Me cuidaban a los chicos y se fijaban que vayan al colegio, porque no podía prestarles atención. Imagínate… no podía concentrarme en ayudarlos a hacer la tarea o ir a buscarlos a fútbol. Yo estaba hablando con el abogado, o estaba en la puerta de la cárcel porque pensaba que a mi hijo lo iban a sacar muerto de ahí. 

-Hubo un día que no te llamó, ¿qué pasó?

-Ese es el problema: cuando no te llama. Dije: “Acá pasó algo de lo que escuché en la fila”. Alguien le pegó, lo mataron y no me están avisando. Y ahora, en dos minutos, me van a venir a decir que está muerto. Era viernes y recalco que era viernes porque los juzgados atienden todos los días de lunes a viernes hasta las 13. Pero, la cárcel no duerme. En la cárcel pasan cosas todo el tiempo

Llamé al abogado y me dijo: “Ahora presento un escrito, pero tenés que esperar hasta el lunes”. Y yo dije: “¿Cómo hasta el lunes? Yo no voy a vivir hasta el lunes”. “Esperá, porque hay un cliente mío que hace mucho tiempo está en la cárcel y a lo mejor nos puede dar información, él te va a llamar”, dice. Y así fue como me llamó Alejo

Le pedí que busque a mi hijo, yo lloraba desconsoladamente. Él me entendió y hasta me hizo un chiste, me sacó una sonrisa en ese minuto. Me dijo que espere y a las dos horas me llama. Me cuenta que estaba sancionado, que no podía llamarme porque no lo dejaban hablar por teléfono pero que en dos días dejaba de estar sancionado. Sin embargo, me dijo algo que me quedó marcado: “Mamá: sácame de acá porque me mato”. 

Cuando me volvió a llamar Alejo, me dijo que no me preocupara. Que lo que decía mi hijo era porque es cagón, porque es chiquito, y que no iba a pasar eso. Yo le creí. Si él estaba adentro y había sobrevivido, a lo mejor tenía razón. 

-¿Cómo mantuviste el contacto con Alejo? 

-Cuando a mi hijo le levantan la sanción le pedí a Alejo que me anotara como su visita, así lo iba a ver. Le quería llevar algo, agradecerle. Llegué y estaba con mi hijo sentado y pensé en cómo había hecho porque el pabellón de los jóvenes no se mezcla con el de adultos. “¿Qué hace acá?”, le dije. “Vos no me querés ver a mí, vos querés ver a tu hijo”, respondió. Me lo había dado un minuto más a mi hijo. 

Me acuerdo que me colgué de su cuello y le pregunté cómo podía devolverle el favor. Me contó que tenía una hija a la que no veía hace mucho tiempo y me pidió que vaya a verla. 

-¿Cómo resolviste el favor de ir a ver a su hija? 

-De casualidad la hija vivía a dos cuadras de mi casa y conocía a la mamá del barrio. Ella me dijo que Alejo era una gran persona, pero que era “muy drogón”. No tenía problema de que la hija lo vea, pero que no podía llevarla porque tenía otra pareja e hijos y no quería tener problemas con su marido. 

¿Y sabés lo que hice para llevarla? Como el hermano de Alejo tenía una hija de la misma edad y en ese momento los DNI de los niños no eran con foto, la hicimos pasar por la hija del hermano y la llevaba él para que pueda verla. 

Después logramos que fuera el Registro Civil a la cárcel a reconocer a los hijos de las personas que están presas y Alejo pudo reconocer a su hija. Cuando su hija tuvo el apellido de Alejo, la madre pudo hacer una autorización para que yo llevara a la nena a visitar a su papá. 

Creo que una de las cosas que nos unió fue el amor a nuestros hijos.

Andrea Casamento y Alejo.

-¿Cómo llegaste a la decisión de casarte con Alejo dentro del penal? 

-Después de lo que pasó, me empecé a sentir bien con él. Él me decía andá al juzgado, pedí que adelante la fecha del juicio para tu hijo… Cuando mi hijo salió, Alejo me dijo que no fuera más… ¿Cómo no voy a ir más a verlo? Seguí yendo y un día me hicieron muchos problemas y preguntas: que si era la amiga, la concubina o qué; y no me dejaban entrar. Entonces, le pregunté: “Alejo, ¿por qué no nos casamos?”. 

A las dos semanas, ya había hablado con el cura y arreglado todo. Pero yo lo había dicho como un tema burocrático. Me casé y hace 20 años que tenemos un hijo, Joaquín. Y Alejo hace seis años que está acá. 

-¿Qué sentís al pensar que dentro de una situación adversa pudiste encontrar el amor y volver a formar una familia? 

Que soy afortunada. A mi hijo lo absolvieron porque era inocente, pero tengo compañeras que no, que sus hijos son inocentes e igual los tienen condenados a cadena perpetua porque los acusan de matar a alguien y sus hijos no fueron. Y hay otras que, si bien sus hijos hicieron algo, no merecen, ni sus hijos ni ellas, pasar por lo que están pasando. 

Tuve una casa que pude vender para pagar un abogado, ellas no tienen eso. Tuve la posibilidad de dejar un trabajo para dedicarme a esto, ellas no podían, no tienen como. Porque si dejan de trabajar, de limpiar casas no van a poder comer. 

Tuve mucha suerte, ¡sobre todo de tener a mi hijo vivo! Y esto hay que devolverlo, devolver un poco de lo bueno. Y si tuve la suerte de contarlo, lo cuento para que no les pase a otros; porque yo podría estar sumida en una depresión con mi hijo muerto. 

Esto me transformó, no sé lo que le pasó a mi hijo ahí adentro porque nunca me lo contó, y espero que no le haya pasado nada. Pero me tocaron lo más sagrado que tengo que es mi hijo. ¿Cómo me voy a quedar callada? 

Y tuve suerte además porque encontré un amor que me fortaleció un montón. También se sumaron mis compañeras que me acompañaron todo el tiempo. Cuando le pasó ésto a mi hijo sentí que me habían arrancado la vida y hoy me da una segunda oportunidad porque mi hijo volvió. 

Créditos: Martín Rosenzveig

-Tu compromiso con los derechos de las personas privadas de la libertad viene acompañado de una experiencia a nivel personal. ¿En qué momento te diste cuenta o decidiste que podías involucrarte y hacer más por la causa? 

-Siempre fui una mujer muy solidaria: había una inundación y yo juntaba zapatillas, armaba colectas; pero no mucho más que eso. Tenía un compromiso social pero hoy mi compromiso es político

Cuando pasó lo de mi hijo me di cuenta de que había un mundo totalmente desconocido, no sólo para mí, sino para mi núcleo familiar. Nunca en 40 años habíamos hablado de la cárcel con familia o amigos. ¿Cómo puede ser que desconocemos tanto de todo lo que pasa acá? ¿Cómo puede ser que vivamos ajenos a esta realidad? Y esto de estar tan ajeno… también tenía que ver con lo que me estaba pasando nadie me podía ayudar porque nadie sabía cómo. Pensé en que tendría que haber una oficina pública que me diga a la cárcel tenés que ir estos días, en este colectivo, éstas son las reglas. Y así comenzó mi búsqueda. 

-¿Cómo se crea ACiFaD? 

-Yo como mamá tenía que poder acompañarlo en esa experiencia y no tenía herramientas. Si tu hijo tiene un accidente, te enseñan cómo acompañarlo a las terapias, a usar la silla de ruedas; pero en la cárcel no y tampoco sabía qué decirles a mis hijos que se habían quedado en casa. 

Hay cosas que descubrí después. No pensé que lo iban a marginar, que no le iban a dar trabajo eso todavía ni se me pasaba por la cabeza. Hasta llegué a la Secretaría de Niñez, Adolescencia y Familia para prevenir con mis otros hijos porque no sé qué les pasa por la cabeza después de vivir la experiencia del hermano. Pero, ahí solamente acompañaban familias que tienen un niño en esta situación y mi hijo ya era adulto. Alguien con muy buen criterio me dijo entonces: “Señora, ármese una ONG porque el Estado no le va a dar eso que necesita”. 

No sabía lo que era una ONG, pero como mandé mails a todos lados me escribió Claudia Cesaroni, una abogada de una organización llamada CEPOC, un grupo de abogados y sociólogos que en su página decían que “querían devolverle a la sociedad lo que la universidad pública les había dado”. 

Claudia me dijo de tomar un café, fui con tres compañeras más de la fila que estábamos en la búsqueda. Ella nos dijo que, lo que buscábamos, era una política pública. Durante dos años nos juntamos, pero en la fila había más personas. Entonces las aconsejamos y les decíamos vengan que una abogada te va a explicar, te puede orientar. Estaban tan perdidas como yo las demás, y la fila es un mundo donde todos descreen, hay mucha desconfianza. 

Pero, como yo ya conocía a Alejo, les decía que iba a hablar con él. En el ámbito carcelario, los presos más grandes, los que llevan más tiempo, son más confiables. Entonces las de afuera les contaban a su familiar detenido: “Hay una señora que es la mujer de Alejo que nos puede ayudar…”. Y así empezó a venir cada vez más gente y se formó la asociación

-¿Cómo describirías tu experiencia participando en el Subcomité de la ONU para la prevención de tortura? 

-Eso me habilitó porque viajaba un montón, iba a visitar cárceles por todo el mundo. Tres veces al año iba a Ginebra y pasaba por la casa de una compañera en España que estaba armando una organización de presos de Cataluña. Y así se formó RIMUF (Red Internacional de Organizaciones de Familiares).  

Cómo tenía la posibilidad de viajar me quedaba unos días más para hacer ese trabajo. Conocí muchas mujeres en la misma situación y lo que yo hacía era decirles que se tenían que organizar, así como habíamos hecho nosotras, que eso era posible. 

-Mirando hacia atrás parece un montón, ¿no? 

-Parece poco, pero es un montón. Lo más importante para mí era crear un espacio donde las mujeres no se sientan solas, pero además de eso no dejamos de exigirle al Estado que haga lo que tiene que hacer

En la pandemia, cuando nadie podía salir de su casa, nos hicieron un permiso diciendo que éramos personal esencial para poder tomar el colectivo y llevar la comida a la cárcel porque si no los presos se morían de hambre. 

-¿Cuál es para vos uno de los problemas del Sistema Penitenciario y cómo lo enfrentan? 

-Uno de los problemas es la superpoblación, no es solamente que hay veinte personas en un lugar donde entran cuatro camas y duermen unos a la mañana y otra a la noche. No es solo eso. Cuando hablamos de cupo, estamos diciendo que tenés que pensar en la comida que no hay, en el colchón que tampoco. 

También que deben tener acceso a la educación y no hay espacio para armar las aulas, no es que no hay docentes si no que, como hay tanta superpoblación, el aula se transformó en dormitorio. El lugar está construido para que vivan, por ejemplo, 100 personas y que tengan acceso al baño, pero si le metés 500 no hay manera de que funcione. Se colapsa de tal manera que los inodoros no dan abasto y duerman en la mierda porque se tapan, no aguantan nada. 

Para que no vuele todo por el aire estamos ahí nosotras poniendo paños fríos, tratando de llevar la comida. Los defensores públicos como no hay teléfonos y las cárceles están alejadas no van, entonces somos nosotras las que tenemos que dejar de trabajar para ir al juzgado del defensor para que nos explique algo al respecto y llevar esa información a la cárcel. Cuando un preso está enfermo, nosotras nos encargamos; somos el nexo entre lo que se necesita adentro y nosotras que estamos afuera

Y no solo eso, el problema después sigue porque cuando sale te lo largan así nomás y vos tenés que atenderlo, darle de comer y además enseñarles los hábitos laborales y a vivir de nuevo en la vereda. Y eso queda sobre nuestras espaldas.  

Los que no tienen familia o si tienen se cansó por algún motivo, quedan boyando. Eso hace que tengas un 50% de reincidentes. Vuelven a la cárcel porque es el único lugar que los va a recibir. Cuando hablamos de inseguridad y pedimos seguridad tenemos que entender que el sistema fracasó. 

-¿Por qué crees que el sistema no funciona? 

-Es una ilusión a muy corto plazo. Se deben tener políticas de Estado y, como los gobiernos duran cuatro años, en cuatro años no vas a lograr cambiar todo esto. Arman jaulas, tiran a la gente ahí y le hacen creer a los demás que están más seguros. ¡Mentira! Porque después escuchás que siguen robando y sí, van a seguir robando porque para que eso cambie se necesitan de un montón de cosas. Tenés que tener planes para las adicciones, tenés que ver cómo acompañarlos. Cuanto más se corre el Estado, más problemas van a tener. 

El 80% de las personas que están presas tienen problemas de consumo y nosotras recibimos madres que nos dicen: “Menos mal que está preso porque si no estaría muerto” o “Las veces que estuve buscando algún lugar para tratar a mis hijos de las adicciones desde que empezó de chiquito y no hay”. Si no hay nada afuera, lo que hacés es habilitar a que vaya más gente presa. Estás haciendo el caldo gordo para que eso ocurra. 

Vos no podés pensar en una solución sin entender el problema y para entenderlo hay que mirarlo desde muchos lugares y no pasa eso, no hay políticas públicas que entiendan el problema en su integralidad. 


*Estudiante de la carrera de Periodismo y Producción de contenidos a distancia.

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