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SOCIEDAD

La escuela, una casa de espejos

Una tarde de reflexión profunda en el auditorio del Instituto del Profesorado Almirante Brown de Santa Fe reunió a activistas y futuros docentes para derribar mitos sobre la diversidad. Un conversatorio que puso en debate cómo la escuela puede, y debe, convertirse en un espacio seguro para todos los cuerpos.

En el Instituto del Profesorado “Almirante Brown” de Santa Fe, el aire del auditorio estaba cargado de expectativa. Era una tarde apacible y la luz del sol, que se colaba por las ventanas abiertas, iluminaba las filas de estudiantes y profesores. No era el murmullo habitual de una clase o un examen, sino una energía vibrante, llena de curiosidad y la inconfundible sensación de que una conversación necesaria estaba a punto de comenzar. La sala, repleta de futuros docentes, se preparaba para ser el escenario de “Alojar diversidades corporales en la escuela hoy”, un conversatorio que prometía mucho más que una simple charla: era la invitación a desmantelar lo establecido.

Al frente, sentados a una mesa que los enfrentaba al público, se encontraban los cuatro protagonistas del evento. Una profesora del instituto, con voz serena, dio inicio a la jornada y presentó a: Gabriela Bruno, mujer con discapacidad, activista y asesora en discapacidad; a Leandro Wolkovicz, activista LGBT+; a Soledad Gelvez, militante feminista y por los derechos de las personas con discapacidad; y a Florencia Alegre, activista por los derechos de las personas gordas.

Tras la presentación, el silencio se hizo casi absoluto cuando la docente leyó un fragmento de “Un apartamento en Urano: Crónicas del cruce” de Paul B. Preciado. Las palabras del autor, que exploran la fluidez del cuerpo y la identidad, resonaron en la sala, invitó a una introspección colectiva y silenciosa. Solo después de la lectura, los disertantes abrieron el debate, inició un diálogo que no era una sucesión de monólogos, sino una conversación sutil entre sus voces, que parecían responderse y complementarse entre sí. La escuela, ese espacio que a diario ha sido rígido y excluyente, se sentía, por un momento, como un lugar de infinitas posibilidades.

El auditorio, impregnado por la lectura, mantuvo un silencio reflexivo. La noción del cruce y la fluidez identitaria se instaló de inmediato. El conversatorio, frente a futuros docentes, se transformó en un espacio vital de demanda y proyecto.

Gabriela Bruno marcó el ritmo al tomar el micrófono. Su voz fue clara al describir la dificultad de residir la diferencia. “Difícil habitar un cuerpo que no está dentro de los cánones hegemónicos y que exige un aprendizaje para aplicarlo con alegría y con disputa de sentido”, afirmó, y apeló a una anécdota sencilla: ¿A quién espera ver la sociedad? No a los cuerpos reales, sino a los de la publicidad. Tras contar su propio proceso de construcción, Bruno acotó: “Cada persona tiene los mismos derechos”. 

La activista colocó la Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad a la par de la Convención sobre los Derechos del Niño adolescente, remarcó su trascendencia. Subrayó que la incomodidad no es intrínseca al individuo: “El cuerpo no es el problema sino las barreras que la sociedad impone, esas son las que hay que derribar. Primero hay que reconocerlas, luego derribarlas”. Propuso a la audiencia a reconocer activamente a los estudiantes con características diversas, para garantizar que “puedan vivir todas las experiencias posibles”. La responsabilidad, dijo, es colectiva: “La vinculación es con una persona, no con un diagnóstico. La escuela, lugar por excelencia de ciudadanía, debe generar equidad, igualdad y participación”.

Soledad Gelvez, continuó el debate y se centró en la condición de alojamiento en la escuela: “¿Con qué nos encontramos las personas con discapacidad?”, se preguntó y respondió: “Con la sorpresa de que su presencia no era esperada, con la ausencia de deseo de un otro de que estén ahí”. Describió la mirada social, esa que “es más probable que se nos mire con pena, o que se nos mire y se evite el reflejo de ‘yo no quisiera ser como vos’”. Un juicio de valor y una distancia que, para ella, la escuela debe romper, convirtiéndose en una “posibilidad amorosa para todos”. En su crítica, Gelvez apuntó: “La discapacidad casi nunca está pensada dentro de la diversidad, se la toma desde un lugar de disvalor”.

Leandro Wolkovicz, centró su intervención en el rol de la institución. Retomó la idea de Bruno, destacó que la escuela es el primer lugar donde se encuentra la discriminación y violencia, pero también donde puede expresarse la identidad. “Pienso en personas trans, si en sus casas no son aceptadas, el rato que están en la escuela es el único lugar donde pueden expresar su identidad”, ejemplificó.

El activista LGBT propuso ir más allá de los actos aislados de rechazo para hablar de discriminación estructurada, generada por la institución misma. Señaló: “Un espacio que habita la discriminación es la clase de Educación Física”. Por otra parte, añadió: “A pesar de los avances, el único espacio monogenérico que resiste es el de la Educación Física y el deporte, que sigue siendo tajante en sus divisiones de grupos”. Su mensaje a los futuros docentes fue claro: “No alcanza con decir ‘yo no discrimino’. Ya no es suficiente. Hay que trabajar activamente dentro y fuera del aula liderando desde el ejemplo”.

Florencia Alegre cerró el primer tramo con una reflexión íntima. Contó que, alrededor de los cinco años, sintió que su cuerpo estaba mal en la escuela por ser gorda. Pero el problema, explicó, no es lo físico… “Sentirse gorda no es una corporalidad, es: ‘Me siento dejada, no querida, responsable, fea’”, expresó. Para ella, el cuerpo es “una corporalidad y ya”, sin connotación positiva o negativa.

Alegre insistió en que es importante hablar de qué nos pasa con los cuerpos, ya que la sociedad no valora igual un físico hegemónico; y añadió: “El acceso al trabajo para personas gordas es mucho menor porque no tienen ‘buena presencia’, lo cual es definido por un mercado”.

Tras la primera ronda de exposiciones, la audiencia tomó la palabra con dos preguntas clave. La primera abordó la inclusión: “¿Cómo o qué hacer con un niño con discapacidad para que se sienta alojado en la escuela?”.

Soledad Gelvez indicó que se debe ir más allá de la accesibilidad física y “exigir al Estado que les brinde las herramientas que corresponde” para generar contenidos accesibles. Gabriela Bruno lo simplificó: “Se debe tratar de no poner prácticas excluyentes”.

El segundo interrogante fue sobre la Educación Sexual Integral (ESI): “¿En qué momento es recomendable comenzar a dictar ESI en la escuela y cuál es su importancia?”.

Leandro Wolkovicz respondió: “Hay que hablar de ESI desde el nivel inicial hasta el nivel superior. Según la ley, la ley lo establece así”. Destacó la importancia de la ESI como herramienta de protección, incluso con los más pequeños. Asimismo, agregó: “En el nivel inicial hay que incorporarlo, con la forma que sea, con la estrategia que sea, sirve para prevenir y sancionar abusos contra menores. Además, la ESI enseña el límite corporal, se le debe enseñar a niños, niñas y niñes el ‘no’, el margen respecto de su cuerpo”. El activista LGBT instó a romper el tabú: “Cuando hay menores de edad involucrados es necesario terminar con ese cerco de ‘eso no se habla’. Hay que exigir políticas de Estado”.

El conversatorio concluyó con un mensaje cargado de emotividad de Florencia Alegre. “Merecen ser escuchados, merecen ser felices, tienen derecho a ser felices”, declaró. De esta manera, les recordó a los presentes su valor: “Tienen derecho a habitar el cuerpo. El mundo es bello”. Su cierre fue un reconocimiento a la militancia y a la resistencia: “Gracias por sostener, gracias por estar, gracias por existir”.

Tras las palabras finales, se abrió un espacio para que los asistentes, en su mayoría futuros docentes, pudieran compartir sus propias experiencias. Relatos de vivencias personales y familiares. Se demostró que el encuentro no era solo una charla, sino un espejo donde la realidad de muchos se reflejaba; reafirmó la urgencia y necesidad de esta conversación, para que todos los cuerpos puedan, por fin, verse en él.

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