Una visita a las inmediaciones del Tigre y del León para recordar un conflicto comercial de pura viveza criolla de principios del siglo XX entre un almacenero y el propietario de la esquina.
“¡Hola a todos, yo soy el león!”. Mientras el Presidente de la Nación, Javier Milei, se apropia y personaliza como el animal referido en la canción de La Renga; en Capilla del Señor, Provincia de Buenos Aires, un león de escultura se mantiene en las alturas a pesar de la(s) crisis.
Es domingo, no hay nubes, y el sol no da abasto para combatir el frío. No obstante, algunas de las mesas instaladas en la esquina del bodegón “La Fusta” están ocupadas. Los comensales al aire libre están tan abrigados que es difícil entender cómo hacen para comer sin tirar nada -más aún teniendo en cuenta que, por momentos, las miradas vuelven a posarse en la terraza que tienen enfrente, y no en la copa que les sirven-.
Una familia compuesta por madre, padre, dos hijos (nene y nena) y su mascota (un caniche negro y con sobrepeso), se acomodan sobre la calle Urcelay. Es la niña la que primero se sorprende justo cuando se sienta. Abre tanto la boca como el león que acaba de ver: es un felino en el tejado de la antigua “Tienda El León” que data del principios del siglo pasado.
Capilla del Señor, cabecera del partido de Exaltación de la Cruz, es una ciudad chica pero que cada vez recibe más turistas de la zona, principalmente de la Capital Federal. En épocas de crisis, resulta una escapada atractiva y económica. Está a tan solo 80 kilómetros hacia el noreste -una hora de auto-, y el pueblo ofrece aire de campo, buena gastronomía y edificaciones históricas como la Casa Mira Lejos de 1920; el Salón Roma de 1880; y la esquina de principios del siglo XX que es custodiada, desde lo más alto de su segundo piso, por la escultura de un león que ruge.
“No somos de acá, pero… un chico nos dijo que ahí había un boliche que se llamaba Zoo…”, dice una señora y gira la cabeza para tirar el humo de su cigarrillo. “La moza nos dijo que había sido una tienda”, agrega desconcertada una de sus compañeras, pocillo de café en mano. “Fue una tienda… La Tienda de Ballesteros o la Tienda del León, como también se la conoció hace muchos años”, acota un hombre ancho de gorra vasca y voz cascada, que fuma con un pie en la calle.
La conversación se detiene un instante como si los visitantes se hubieran sentido en falta por estar chusmeando sin el permiso de los lugareños. Y, antes de que pudieran reaccionar, el hombre tira el pucho y pide permiso para entrar. “Hace mucho frío”, dice antes de volver al interior de la “La Fusta”, el bar que desde la década del 60 es observado por el felino.
La planta baja de la vieja edificación en la esquina de Urcelay y Bartolomé Mitre fue subdividida en cinco locales comerciales donde se pueden conseguir desde perfumes hasta cargadores de celulares. La segunda planta está dividida entre la escultura del león -y otras ornamentaciones de menor tamaño que a la distancia cuesta identificar-, un balcón que da vuelta toda la esquina y los dibujos gastados de planisferios de América que cubren los ventanales. El contraste entre los pisos es notorio: abajo no hay lujo, pero sí actualidad; en cambio, arriba, quizás por la pintura descascarada se notan los años, las décadas, el siglo.
Es imposible pasar por la esquina, a una cuadra de la Plaza principal de Capilla del Señor, y no levantar la cabeza y preguntarse: ¿qué es eso? La Municipalidad de Exaltación de la Cruz da cuenta del atractivo del lugar: “Esta esquina de principios de siglo XX, que remata en la figura de un león, nos remite al antagonismo comercial que enfrentó a Manuel Ballesteros, antiguo propietario de esta esquina, con Don Viola quien colocó en su negocio, calle de por medio, un enorme cartel con la figura de un tigre en acecho, por lo que todo el pueblo dio en llamar a los almacenes de Viola y Ballesteros, del Tigre y del León”.
Al respecto de esto, EnCapilla.com.ar asegura que la rivalidad fue total ya que “en el afán de ganar a los parroquianos fueron rebajando el precio de ciertos artículos hasta cifras irrisorias”. Ahora bien, en el sitio web del Municipio aseguran que la propiedad es “objeto de un proyecto de restauración de su fachada”.
El comercio de Viola y su tigre fueron desplazados por el Banco Provincia, pero al felino no le importa. Tampoco le interesan los cambios de dueño ni los rubros de los locales que debería defender. Él se mantiene alerta, inmune a todo. Solo cuida su suelo, su pedazo de historia, como un “rey de un mundo perdido”.
*Estudiante de la carrera de Periodismo y Producción de contenidos a distancia.
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