Kevin y Gonzalo, son algunos de los miles de chicos que, desde muy temprana edad, dejan todo atrás, viajan y se alejan de sus familias para correr detrás de un sueño. Sin embargo, lo único que consiguen es una oportunidad: en el fútbol profesional no hay lugar para todos.
Por Juan Manuel Ferrera
Doce chicos, separados en dos equipos, corren detrás de una pelota de fútbol en la cancha de un club de barrio. Juegan inconscientemente. Se divierten. A su alrededor, sus padres observan el partido mientras sus profesores los guían. Son niños de cinco años, y aunque todo parezca un juego, sin darse cuenta, podrían empezar una carrera como futbolistas profesionales en ese mismo momento. Entre la multitud se encuentran captadores de talento, en la búsqueda del futuro del fútbol argentino.
Sebastián Trucco trabaja para el club Independiente. Su labor consiste en acudir a partidos de fútbol de clubes de barrio para detectar talentos e invitarlos a incorporarse a la institución de Avellaneda. “Buscamos chicos a partir de los cinco años para formar los equipos infantiles de Independiente”. El club de Avellaneda no es el único que busca talentos a tan temprana edad. Los clubes con más recursos del fútbol argentino saben que ante tanta competencia es importante incorporar a los mejores lo antes posible.
“Nosotros trabajamos con el consentimiento de los clubes de barrio. Una vez que detectamos a un chico que se destaca por sus condiciones nos acercamos a sus padres para contarles de qué se trata y los invitamos a formar parte del club”, contó el entrenador.
Kevin tiene 16 años y juega como central izquierdo en la séptima división del club Lanús. “Llegué al club cuando tenía 10 años y lo primero que tuve que hacer fue cambiarme de escuela”. Los entrenamientos en Lanús son por la mañana. Primero eran dos veces por semana en la etapa infantil, pero a partir de los 13 años, en la etapa juvenil, los entrenamientos pasaron a ser todos los días.
Para poder cumplir con la rutina Kevin cambió la escuela de su barrio por una escuela cercana al club, escuela que Lanús le consiguió. “Al principio me costó cambiar de compañeros, pero me gustaba mucho jugar al fútbol y tuve que hacerlo”. La rutina diaria del central zurdo consta de entrenamiento por la mañana, almuerzo en el club y luego, escuela a partir de las 13. Recién vuelve a su casa cerca de las 19. “Llego muy cansado a casa, hago la tarea, ceno y me acuesto para descansar bien para el otro día”, cuenta.
Más de 1.000 kilómetros separan la ciudad de Avellaneda de la de Formosa. Esa es la distancia que recorrió otro Kevin, también futbolista. “A los 11 años dejé mi casa por la oportunidad de jugar al fútbol en Independiente”. Atrás quedó la familia y la comodidad del hogar, junto con amigos y costumbres. “Me vine muy chico, extrañaba mucho, pero a pesar de ser tan chico tenía bien claro lo que quería para mí y para mi familia”. Este delantero formoseño tiene 18 años recién cumplidos y su historia continúa escribiéndose. “Hace un año me surgió la oportunidad de jugar en Argentinos Juniors tras estar seis años en Independiente”. La segunda mudanza de su vida fue de la pensión del club de Avellaneda a la pensión del club de La Paternal. “La mudanza fue muy dura, tuve que empezar de cero, conocer nueva gente, adaptarme a muchos cambios”, resalta.
La historia de estos dos jóvenes tienen demasiados puntos en común y pueden servir como reflejo del sacrificio de muchos otros jóvenes, todos con el mismo objetivo: convertirse en futbolistas profesionales, un trabajo que comienza mucho antes de la firma del primer contrato. Pero, ¿cumplir el sueño de llegar a primera división trae consigo la tranquilidad económica que se supone?
Gonzalo tiene 34 años. Hoy atiende una cochera en el centro de Banfield. Su infancia y adolescencia no fueron muy diferentes a la de los Kevin, ni a las de muchos otros jóvenes futbolistas. Él empezó su carrera en Racing a los ocho. A los 11 se fue al Quilmes donde permaneció algunos años. “Mi abuelo me llevaba a entrenar porque mis viejos laburaban”. A los 18 cumplió el que hasta ese momento era el sueño de su vida, debutó en primera división defendiendo los colores del Sportivo Dock Sud, en un empate 0 a 0 frente a Colegiales. “Fue muy lindo, toda mi familia vino a verme, lástima que mi abuelo ya no estaba, él tuvo mucho que ver con eso”. Pasaron cuatro años y varios campeonatos en el ascenso del fútbol argentino, siempre en el ‘Docke’ antes que el sueño llegara al final. “Tenía 22 y la guita no me alcanzaba, intenté conseguir algún otro club pero no apareció nada. Mi hermano me ofreció un trabajo y decidí aceptarlo. Ahí terminó mi carrera como futbolista”. La historia de este volante creativo muestra un costado más profundo del mundo del fútbol, aquel que está alejado de los flashes, donde los sueños no siempre terminan de la mejor manera. “La verdad no sé si valió la pena tanto esfuerzo. Luché por lo que quería pero no alcanzó”.
Debutar en primera división es para muchos el inicio de un camino liso y llano hacia el éxito, poco se sabe del esfuerzo que conlleva conseguir la oportunidad. Al fin y al cabo, después de tanto aprendizaje, esfuerzo y sacrificio lo único que se obtiene es una oportunidad. El futuro, como siempre, se vislumbra sin certezas a pesar de la creencia de que la vida del futbolista es una “vida fácil”.
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