“Vamos por las mismas calles, dejamos el auto estacionado religiosamente en Blanco Encalada y Libertador, de ahí vamos a un kiosco, que ya conocemos, y compramos cuatro golosinas: Sugus confitados, Turrón, Tic Tac y Bananita Dolca. Entramos solamente por una entrada, aunque no esté tan cerca, y con mi viejo nos sentamos siempre en el mismo orden: él primero a la derecha y yo a la izquierda. Es indispensable que hagamos todo esto y que nunca usemos ropa verde”. Estos dichos podrían estar asociados fácilmente con dos personas con trastornos obsesivos-compulsivos, pero ahí no está la explicación.
Por Rodrigo López (@lopezrodrii)
Hace más de dos décadas Julián va a la cancha de River con su padre, Diego, para compartir más que una actividad familiar entre ellos: un ritual. “Siempre vemos el partido en la San Martín Alta y ya conocemos a todos los que se sientan cerca de nosotros”.
El joven estudiante de medicina de 23 años hace locuras por ver a su equipo, no le importa las condiciones climáticas y hasta veces no le interesa su propia salud. “La última vez que no fui a la cancha, hará unos 4 años, fue contra Unión. Tenía 40 grados de fiebre e igual fui hasta la cancha, cuando estaba entrenando me bajó la presión y me tuve que ir a mi casa”. Su ex novia tampoco pudo zafar de su alineación, ella tuvo la mala suerte de cumplir justo un domingo, cuando River jugaba de local: “le dije que me disculpara, pero ese día yo me iba a la cancha, ella se re calentó conmigo con toda la razón del mundo, supongo (risas)”.
Por su puesto que su “enfermedad” no está delimitada en el Monumental. El joven tiene otras manifestaciones. “Conozco los estadios de todos los grandes, y muchas canchas en las que el “Millonario” hizo de local. Me acuerdo que estaba en la secundaria y se jugaba un River-Atlanta (cuando el Millonario jugaba en la B Nacional), un martes a las 17 en la cancha de San Lorenzo. Tenía que rendir un examen a esa hora, me apuré para entregarlo y después inventé un certificado trucho para poder justificar que me iba solo de la clase”.
Los psicólogos muchas veces explican este tipo de comportamientos extremos y, a la niñez donde las cosas lógicas y establecidas están hechas para romperlas. “El año pasado, yo estaba trabajando en un torneo de tenis. Había una tormenta impresionante, por ende los partidos no se estaban jugando pero podían volver en cualquier momento. Ese día River de local a unas 15 cuadras de donde estaba yo. Con uno de los que organizaba el torneo, decidimos que teníamos que ir. Nos llevó un Valet Parking del torneo, con uno de los autos de los espectadores que había ido a ver tenis”.
El protagonista ya está por pasar su etapa de adolescencia y aún sigue haciendo locuras por River. Cualquiera diría que está enamorado de su club, algunos se animan a decir que esta obsesionado, pero él no quiere curarse.
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