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SOCIEDAD

Tres estilos, un conflicto: la Iglesia entre doctrina, poder y cercanía

Desde el pontificado de Juan Pablo II hasta el actual de Francisco, la Iglesia católica ha atravesado transformaciones profundas, tanto en su proyección hacia el mundo como en su relación con sus propios conflictos internos. Las miradas de los entrevistados —Julio Roberto Montarón, historiador graduado en la UCA; el padre vicario parroquial Vicente Richzets; Ricardo Clemente Beati, escritor y abogado; el sacerdote Guillermo Carlos Acuña— permiten reconstruir, desde distintas perspectivas, los puntos de continuidad y de ruptura entre estos tres pontificados.

Durante el papado de Juan Pablo II (1978-2005), la Iglesia consolidó su dimensión universal, reforzó su doctrina y se proyectó con fuerza hacia el escenario político global. Fue un pontífice que asumió su rol con carisma y firmeza doctrinal, en un contexto marcado por el fin de la Guerra Fría. Según Montarón, “fue una de las cabezas más brillantes del siglo XX”. Lo define como un intelectual formado, pero a la vez un líder espiritual y político con impacto real en la historia contemporánea: “Montó a caballo y llevó las riendas de la historia”. el Padre Guillermo también comparte lo que dicen los demás “Muchos dicen el Papa más carismático de la historia moderna, de la justicia social y los derechos humanos.”.

Su legado teológico se expresó en catorce encíclicas, fundamentales para reafirmar el magisterio. Para Montarón, no eran simples documentos pastorales, sino “tratados de filosofía y teología”. El padre Richzets también valora su capacidad de conectar con las personas: “Juan Pablo II era un hombre abierto, generoso, arrastraba juventudes cuando iba”. Beati, por su parte, lo recuerda como “alguien que no tenía miedo de ponerse el sombrero de los pibes”, una señal de cercanía que no afectaba su autoridad. El padre Guillermo tiene un punto grande de crítica con su figura, “Dio pleno poderes a los movimientos más conservadores como el OPUS DEI (…) y no escuchó denuncias de abusos a menores en todo el mundo, las ocultó.”

En materia doctrinal, Juan Pablo II se mantuvo firme frente a las corrientes internas que consideraba desestabilizadoras. Condenó tanto a la teología de la liberación (es aquella que prioriza la justicia social) como a los sectores más tradicionalistas. Montarón sintetiza: “Roma corrigió a Leonardo Boff y Ernesto Cardenal, pero también excomulgó a Lefebvre. No importaba si el desvío era por izquierda o por derecha”. Además, fue pionero en abrir la Iglesia al diálogo interreligioso, con el encuentro de Asís como emblema. Aunque generó rechazo entre conservadores, Beati admite que “abrió puertas que después los demás no pudieron cerrar”. El padre Guillermo cerro diciendo “Murió rezando por sus enemigos y eligió ‘amar’. Perdonó a quien lo intentó asesinar.”

La continuidad doctrinal con Benedicto XVI (2005-2013) fue clara. Ratzinger, estrecho colaborador de Juan Pablo II, profundizó esa línea sin introducir reformas estructurales. Fue un papa más reservado, de estilo académico, que reforzó la identidad católica desde el pensamiento. “Fue el más inteligente de todos, pero el menos carismático”, apunta Richzets. Montarón considera que “su papado funcionaba en piloto automático”, el padre Guillermo fue certero “Un inmenso intelectual, algunos admiran sus escritos eruditos y su cuidadosa teología que deshumanizó a la iglesia por su frialdad.”  Y que su renuncia “fue una señal de que no tenía fuerzas para enfrentar los escándalos”. Beati lo resume como “un pontificado de transición”.

Aun así, Benedicto fue el primero en afrontar públicamente los casos de abuso. Su renuncia en 2013 —la primera en siglos— marcó un giro en la historia papal. Richzets lo reivindica como “un acto de grandeza”. Beati lo valora como “una muestra de humildad e inteligencia”, aunque afirma que “Francisco, con su carisma, lo eclipsó”.

Con la elección de Francisco (2013-2025), la Iglesia cambió de tono y estilo. Jorge Bergoglio adoptó un lenguaje directo, un enfoque pastoral más abierto y una fuerte orientación hacia los temas sociales. Richzets destaca que “se dejó llevar por el Espíritu Santo” y que “cambió cuando fue papa: se dio cuenta de que tenía que acercarse a la gente”. Beati sostiene lo contrario: “Bergoglio me decepcionó absolutamente en todo. Soy un crítico total de su pontificado”. Montarón, por su parte, observa que “la imagen de humildad generó empatía, pero sus gestos también dividieron”. El padre Guillermo se aleja un poco de los dichos anteriores de los otros dos historiadores y muestra un pensamiento muy cercano a Francisco, “Un regalo de Dios misericordioso, humildad, simpleza y ternura. Un gran ser humano que restituyó la fe en la iglesia católica.”

Uno de los desafíos más complejos fue la gestión de los escándalos de abusos sexuales. Francisco pidió perdón públicamente, apartó a religiosos implicados y visibilizó el problema. Richzets interpreta esas decisiones como “un intento sincero de limpiar la Iglesia”. Beati replica: “Ninguno terminó en la cárcel. Eso es inaceptable”. Montarón sostiene que se trata de una crisis estructural que “excede a cualquier papa en particular”, el padre Guillermo aseguro que ayudo mucho, “Se preocupó por cuidar la Casa de Todos, y se encargó de solucionar muchos de esos problemas.”

Otro eje clave ha sido la relación con otras religiones y con la ciencia. Juan Pablo II fue el primero en entrar en una sinagoga y en una mezquita, y pidió perdón por los pecados históricos de la Iglesia. El encuentro de Asís en 1986 marcó un antes y un después. “Ese gesto no tenía antecedentes y generó mucho rechazo dentro del ala más tradicionalista”, recuerda Montarón. Benedicto XVI intentó un diálogo más teológico, pero su discurso en Ratisbona sobre el islam provocó fuertes reacciones. Francisco retomó ese vínculo con un tono conciliador. Su firma, junto al gran imán de Al-Azhar, del Documento sobre la Fraternidad Humana en 2019 fue bien recibida en general, aunque algunos como Montarón consideran que “a veces se dejó llevar por lo políticamente correcto”.

El rol de la mujer, la moral sexual y la familia fueron temas que marcaron diferencias. Juan Pablo II defendió con claridad la familia tradicional, el celibato y la doctrina clásica. Benedicto reforzó esa mirada sin alterarla. Francisco, en cambio, permitió que mujeres ocuparan cargos administrativos y abrió el debate pastoral sobre los divorciados. El padre Guillermo piensa que revoluciono el puesto de la mujer en la iglesia, “Nombra por primera vez a una mujer como prefecta del Vaticano (…) y a Raffaella Petrini como gobernadora del Estado de la Ciudad del Vaticano. Deseaba el sacerdocio de las mujeres”. Beati sostiene que “el rol de la mujer sigue siendo el mismo de hace 2000 años. Una vergüenza”. Richzets lo justifica: “No se trata de cambiar el dogma, sino de acercar la Iglesia a la gente”. Montarón matiza: “Se intentaron avances simbólicos, con las mujeres se avanzó mucho, pero también hubo gestos provocativos, como el pañuelo palestino en el pesebre”.

La dimensión comunicacional y simbólica también marca diferencias importantes. Juan Pablo II dominaba la escena pública con autoridad y sensibilidad. “Era un hombre de gestos fuertes: con una mirada o una palabra conmovía multitudes”, dice Richzets. Beati subraya que “puso al Papa de nuevo en el mapa político del siglo XX”. Benedicto, en contraste, se mostró más solemne, apegado a las formas clásicas. Montarón lo describe así: “Era el papa del latín y del terciopelo. Brillante, pero distante”. Francisco optó por romper con los formalismos. Sus zapatos comunes, su vida en Santa Marta y su lenguaje coloquial redefinieron el rol papal. “Eso no es marketing, es convicción: quiso vivir como predicaba”, señala Richzets, el padre Guillermo está de acuerdo y señala, “la imagen del papa humilde era lo que necesitaban los fieles”. Beati, sin embargo, cuestiona ese estilo: “Demasiado gesto, poca doctrina”.

En cuanto a la política interna, Francisco buscó transparentar las finanzas y descentralizar el poder, pero encontró resistencias. “Las reformas fueron resistidas desde el mismo cónclave”, advierte Beati. Montarón considera que “los cardenales, como cualquier grupo humano, tienen miserias”, lo que dificulta cualquier transformación profunda. El padre Guillermo señala, “Francisco promulgó una iglesia más misionera y menos burocrática.”

Actualmente, la Iglesia enfrenta una profunda crisis vocacional y de identidad. La disminución de vocaciones, de los bautizos y el alejamiento de sectores sociales clave generan preocupación. Richzets lo resume así: “Cada vez hay menos chicas que quieren consagrarse a Dios. La ideología las aturde”. Beati va más allá: “Muchos se alejaron porque no ven coherencia entre lo que se dice y lo que se hace”. El padre Guillermo piensa de otra forma, “Saltó el cerco y construyó un discurso para sumar fieles y acercarlos a la Iglesia con palabras de la vida cotidiana.” Montarón cierra con una frase distinta pero contundente: “La Iglesia ya no es, ni podrá volver a ser, la misma del siglo XX”.

En definitiva, el paso de Juan Pablo II a Francisco refleja una tensión permanente entre tradición y reforma. Las tres figuras papales dejaron su impronta en un mundo en transformación. Mientras Juan Pablo II combinó carisma y doctrina con liderazgo global, Benedicto aportó racionalidad y continuidad, y Francisco buscó cercanía, inclusión y sensibilidad social. A medida que la Iglesia se ve interpelada por fenómenos como el avance del *laicismo, la defensa de derechos o la crisis climática, su desafío será mantener vigencia sin perder identidad. El debate sobre sus caminos permanece abierto, pero el rumbo ya cambió: más visible, más pastoral y cada vez más discutido, incluso desde adentro.

Juan Pablo II advertía: “No tengáis miedo. Abrid las puertas a Cristo”. Esa invitación inicial de su pontificado marcó el tono de una Iglesia dispuesta a dialogar con el mundo sin renunciar a su doctrina. Benedicto XVI, desde otra mirada, insistió: “La fe y la razón son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad”. Su enfoque iluminó la profundidad intelectual del catolicismo, pero también sus límites para comunicar al gran público. Por su parte, Francisco llamó a “una Iglesia pobre para los pobres”, y planteó un giro pastoral y político que generó entusiasmo y resistencias por igual.

Hoy el papado ya no puede limitarse a ser símbolo ni guardián estático de dogmas. Está llamado a ser mediador entre la fe, la cultura y la justicia social. Las tensiones internas, lejos de haberse resuelto, siguen expuestas en cada gesto, en cada palabra. Y aunque ninguna figura ha logrado una síntesis plena, las diferencias entre estos tres papas iluminan tanto las posibilidades como los límites de la Iglesia ante los desafíos del siglo XXI.


* Laicismo: Doctrina que defiende la independencia del hombre o de la sociedad, y más particularmente del Estado, de toda influencia eclesiástica o religiosa.

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