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UNA VIDA SIN LÍMITES


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Silvio Velo es un referente mundial del fútbol 5 para ciegos. A sus 46 años, el hombre que escaló el Aconcagua, pasó de River a Boca y dejó una huella en los Juegos Paralímpicos aún está vigente.

Por Miguel Posilovic

“¡Ehh, Ehh!” La quiere. Deambula en mitad de cancha, se va corriendo hacia un costado, apoya su mano en la baranda gris que limita el terreno de juego. La pelota sonora rueda y el grito es constante. Se habla más de lo que se juega. Silvio Velo la pisa, la protege con su inmensidad y descarga. La pide todo el tiempo. En la rotación de jugadores, sale por un costado mientras se saca una pechera naranja. Los disparos del “Tiro Federal” se escuchan más que la pelota. Termina la práctica y sale el sol, que no había aparecido en toda la mañana. Es casi la una de la tarde en el CENARD. “Los Murciélagos” practican penales antes de ir a almorzar al comedor. Él se ríe con sus compañeros, lo agarra a uno, lo jode a otro. Le toca patear. Acomoda la pelota con las manos mientras tantea en qué parte le va a pegar al balón con el empeine interno, luego de dos pasitos cortos, para meterla a un palo del arquero, fuerte y por abajo.

Silvio Velo nació y vive en San Pedro, provincia de Buenos Aires, ciudad ubicada a 170 Kilómetros de la Capital Federal. De lunes a jueves viaja desde su pueblo hasta las instalaciones del Centro Nacional de Alto Rendimiento Deportivo, pero no sin antes levantarse temprano a entrenar en su casa. Por las tardes, al terminar la práctica con la selección, vuelve a su ciudad donde su mujer desde hace ya más de 20 años, Claudia, lo espera con la cena. “¿Mi comida favorita? La pizza. Y el asado también, me encanta” dice Silvio. Pero a las pizzas caseras mi mujer las hace muy ricas. Mis hijos los sábados le piden que haga siempre, y yo me sumo”. Padre de siete hijos, aprovecha los fines de semana para instalarse en casa y disfrutar de sus hijas mellizas de un año y medio: María Clara y María Emilia. Los viernes, si el día lo amerita, sale a pasear en familia y entrena: “Voy al gimnasio con un amigo o mi hijo, trabajo con pelota, depende lo que me pide el cuerpo técnico”.

Silvio es ciego de nacimiento. Vivió sus primeros años en San Pedro, en un rancho de barro, junto a su numerosa familia con 12 hermanos. Fue en el barrio donde forjó su relación con el fútbol. Aprendió en el potrero, sin adaptación de la pelota, guiándose puramente por instinto. Su infancia estuvo llena de juegos. Dándole paso a la ironía, jugaba a las escondidas con sus amigos y hermanos, aunque nunca encontraba a nadie. Hoy en día, viaja mucho y ve poco a sus hermanos; a excepción de alguna que otra reunión familiar. A sus padres, Olga y Edgardo, los visita siempre, viven en San Pedro, a unas cuadras de distancia: “No eran sobreprotectores, lo que me sirvió mucho. Me trataban igual que al resto de mis hermanos”, compara.

A los 10 años, dejó todo y se fue a vivir a Buenos Aires. Sus padres lo internaron en un instituto para ciegos en San Isidro, un lugar donde pudiese aprender el sistema braille que no enseñaban en San Pedro. El capitán albiceleste recuerda con cariño: “Ahí descubrí que los ciegos juegan al fútbol, con pelota de sonido y todos los chiches. Yo quería jugar al fútbol pero no sabía cómo, cuándo ni dónde; el instituto me dio esas herramientas”. Supo que sería un jugador de fútbol, y en 1991 iba a cumplir el sueño.

Siempre hizo deporte. De chico practicó atletismo, principalmente en pruebas de velocidad y salto en largo. Todo es posible en la vida de Silvio. Él fue el pionero de su disciplina, integrando el primer seleccionado de fútbol sala para ciegos, que hasta entonces se practicaba de manera recreativa. Con los años, se fueron organizando campeonatos: sudamericano, Copa América, Mundial; hasta llegar, en Atenas 2004, a los Juegos Paralímpicos. Argentina se alzó con la plata en suelo griego, tras perder en la final con Brasil 1 a 0. Con 32 años, fue abanderado en sus primeros Juegos: “Fue una experiencia nueva poder estar ahí y vivirlo desde adentro. La villa olímpica era una ciudad para uno, algo muy raro. Tenés transporte para trasladarte, compartís con otros deportistas, es lindo. Lo considero algo muy importante en mi carrera”.

En la cancha 1 del centro olímpico de Tenis de Río, el 15 de Septiembre de 2016, Los Murciélagos se juegan el pase a una nueva final olímpica. El rival, Irán, no lastima y Argentina desperdicia cada chance que tiene. Pero está confiada. Tiene la valla invicta en lo que va del torneo. Los minutos se consumen y llega la hora de los penales. La duda, la incertidumbre, se instala en la atmósfera de la cancha 1. El arquero iraní, de apellido indescifrable, mide más de dos metros. Como buen capitán, Silvio es el segundo en patear, después de que Espinillo haya errado el suyo. La serie está 1 a 0 a favor de los asiáticos. Fuerte, abajo y contra un palo. Es su ley. No falla. 1 a 1. Pero los iraníes tampoco, y vuelven a ponerse en ventaja. Veliz patea para Los Murciélagos. Se escucha el agudo sonido metálico de los palos, que el guía golpea con una vara para orientar al rematador. Patea fuerte y al medio, esperando que el arquero se corra hacia un costado. Pero “El Gigante” se adhiere al piso. Ni pestañea. Irán a la final, jugará contra el local. Argentina se conformará con una medalla de bronce, tras ganarle a China el partido por el tercer puesto. El goleador argentino describe ese momento: “Teníamos un equipo como para pelear la de oro. Fuimos un equipo muy compacto, pero si no concretás en la cancha, después en los penales, sin importar como jugaste, lo podés perder; como pasó. Personalmente, colgarme una medalla de bronce a mis 45 me llena de satisfacción- muestra como uno se puede ir superando día a día, con los entrenamientos y la disciplina, para seguir estando en lo más alto del deporte mundial”- concluye con cierta pesadumbre. Quizás hayan sido sus últimos Juegos.

Silvio cometió, para muchos fanáticos del fútbol, un acto de alta traición. Pasar de River a Boca. Hincha del Xeneize de toda la vida, hasta hace 3 años no podía cumplir el sueño de jugar con la azul y oro por una razón: Boca no tenía fútbol para ciegos. Por eso jugó en River, precursor de dicho fútbol, siendo el primer club en el mundo afiliado a FIFA en desarrollar la disciplina. Sin embargo, a mediados de 2016, él mismo impulsó un proyecto en Boca para inaugurar el deporte en la institución. Hoy por hoy se puede jugar el Superclásico de fútbol para ciegos, y confiesa que alguna que otra raspadita hay como en cualquier clásico.

-¿Qué te genera las comparaciones con Maradona o Messi?

Es marketing, una falta de respeto. Tengo 46 años y hoy hay chicos que la descosen. Uno obviamente sigue sumando, la experiencia no te la saca nadie. En su momento, fui elegido varias veces el mejor del mundo, pero la comparación ya no va más.

-¿Fuiste evolucionando a medida que el deporte lo hacía?

Sin duda. Antes era un deporte muy individual, y fue ahí donde me pude destacar. Luego se empezó a jugar en equipo, y tuve que adaptarme. Lo pude hacer este último tiempo, pero hice la diferencia cuando el fútbol era más individualista.

En 2016 Silvio publicó un libro contando su historia de vida y actitud ante ella. Quise plasmarla en un libro para que la gente la conozca y alguno se pudiese contagiar de ella. En febrero de este año, por una iniciativa de Summit Aconcagua, se juntaron varios personajes destacados del deporte argentino para escalar la montaña de más de 6800 metros de altura con el objetivo de recaudar fondos para una fundación. Silvio formó parte de la experiencia, aunque nunca había escalado en su vida: “Me costó, de repente estaba escalando el Aconcagua, hubiese agarrado un cerro chiquito”, dice entre risas. Acostumbrado al entrenamiento, Velo se comprometió con el desafío y trabajó en la preparación aeróbica de su cuerpo para ponerse a punto: “Venía con entrenamiento de fútbol y trabajé más en todo lo que es resistencia. En la montaña, tenía un guía que trabajaba solo conmigo. Nos entendimos apenas nos conocimos y generamos una buena sociedad”. No hay limitaciones para él, lo puede todo.

Su próximo objetivo está puesto en el Mundial de España, a disputarse este año. Argentina integrará el grupo B junto a Francia, Colombia e Irán (verdugo de la selección en Río), con quién debutará el próximo 8 de junio en Madrid. Silvio cuenta sus expectativas de cara a la nueva cita mundialista: “Tengo las mejores expectativas, ¡si no nos vamos, je! Tenemos una selección como para ganar la copa y traerla al país”.

-¿Preferís no cruzarte con algún equipo?

Los partidos hay que jugarlos. Obviamente a veces decís: “Uuuh, me hubiese tocado este en otra instancia”, pero si querés salir campeón tenés que ganarles a todos.

La comunión del equipo se nota a kilómetros de distancia. Risas, abrazos y fútbol. “Es un grupo muy importante en mi vida, y creo que también en cada uno de nosotros”, cuenta el capitán de un equipo que ha logrado grandes cosas en el mundo de este deporte: Multicampeón de América, medallas en tres Juegos Paralímpicos (plata en Atenas y bronce en Beijing y Río), campeón mundial en otras tres ocasiones y segundo puesto en los Para panamericanos de 2011 y 2015. Silvio integró cada uno de aquellos planteles, siendo figura estelar en la mayoría de las competencias.

-¿Ves en el horizonte el fin de tu carrera?

Ya estamos cerca, pero no lo sé todavía. Hoy por hoy, mis objetivos son a corto plazo; Ahora estoy dejando todo para poder estar en Madrid, sé que no tengo el puesto asegurado ni mucho menos. Quizás sea mi último mundial.

Cae la tarde en el CENARD. Se tiene que ir, lo espera la combi para irse a San Pedro, su casa. Mientras se lo escolta hasta el estacionamiento, una persona le pide una foto. ¿Te piden mucho que te saques fotos? “Sí, me pasa siempre”, murmura en un tono sutil, con mezcla de orgullo y humildad, el hombre que dentro de la cancha lo ve todo. Lo esperan su mujer y sus hijos, seguramente con la cena lista.


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