En una calle angosta del barrio de Caballito se encuentra la Barbería La Época, fundada hace 19 años por Miguel Ángel Barnes, también conocido como “El Conde de Caballito”. “La Época” consigue detener el tiempo para que vecinos y curiosos se acoplen a las pasiones de su dueño: el café, el tango y las tijeras.
Por Agustina Manuele
Con más de 10.000 objetos de colección, el espacio se divide en dos partes: un bar de pequeñas mesas redondas que desembocan en un piano de 1907 y una barbería al mejor estilo belle époque que Miguel se anima a llamar “pituca”.
Colmada e intensa: la barbería está repleta de historias. Hombres que admiten haber llegado ahí gracias a las mujeres de su vida; Miguel y Juan Ignacio que hacen pasar a sus asientos antiguos de barberos a los señores que quieren recuperar su orden capilar y Homero Manzi y Cacho Castaña que se unen del otro lado del bar gracias a los visitantes que piden cantar con el piano de fondo y la compañía del fiel bandoneón.
Una mujer toma café con sorbete. Su pelo anaranjado sostenido por una vincha con perlas y nariz pequeña al igual que sus brazos, usa una blusa y un chaleco a rayas. Tímida, sonríe y observa de reojo cada vez que saco una foto. Otra con pelo blanco y ojos alunados me mira fijo y me pide que la haga más joven. Su marido ríe fuerte, su nariz se pone colorada y una zapatilla deportiva naranja y negra se asoma debajo de sus jeans. El matrimonio gira y saluda a un señor diminuto con camisa cuadrillé azul, roja y blanca que acaba de entrar al bar. El señor me mira y me pregunta si soy turista; le respondo que no, que soy argentina; se sonríe y pide el micrófono para subir a cantar. Su pelo está saturado en gel. Por último, una hembra de rulos rubios con mechas verde claro y mirada brillosa nos roba la atención a todos; Kathy, me asegurará Miguel más tarde, jamás repetió un vestido a la hora de cantar. Kathy Tiene una mirada cargada de fuerza, pasión y corazones rotos. Su vestido verde oliva combina con su pelo, sus collares y sobretodo con su voz.
Se hace tarde, me tengo que ir. Todos me despiden. “Hay que tenerle miedo a los vivos, no a los muertos”, se escucha desde adentro de la BAR-Bería mientras cierro la puerta. La magia se desvanece, de a poco. Un colectivo rojo pasa. Un supermercado Día. Un Sex-shop. Otro colectivo rojo pasa. Otro más.
Agregar comentario