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SOCIEDAD

El mundo social de los ciclistas de CABA

Para muchos de los habitantes de nuestra urbe el andar en bicicleta ya no es sólo un deporte. Se ha convertido en una actividad aglutinante de personas de distintas características que se juntan para pasear y confraternizar  

La Ciudad de Buenos Aires cuenta con una extensa red de ciclovías y bicisendas, que suman más de 300 kilómetros. Estos carriles exclusivos para bicicletas, algunos delimitados físicamente y otros mediante demarcación horizontal, permiten una movilidad más segura para quienes eligen la bicicleta como medio de transporte o recreación.

Según las últimas estadísticas elaboradas por el Gobierno de la Ciudad el uso de las ciclovías y bicisendas ha aumentado en forma contínua desde el año 2013. La ciclovía que presenta un mayor volumen diario de viajes (alrededor de 4.000) es la de Avenida del Libertador, seguida por las de las calles Billinghurst y Gorriti. En líneas generales las más utilizadas se encuentran en el centro y norte de la ciudad.

Desde siempre en la ciudad existió el ciclismo como deporte. El Velódromo Municipal del barrio de Palermo (KDT, kilómetros – distancia – tiempo) fue el epicentro de las competencias deportivas.

Las calles de la Capital no se presentaban demasiado adecuadas para ser transitadas sobre dos delgadas ruedas, hasta que en el año 2009 comenzaron a aparecer las bicisendas y el sistema de bicicletas públicas. Durante la pandemia los viajes aumentaron y constituyeron un recurso útil para evitar contagios en el transporte público.

En ese marco surgieron grupos sociales que se organizaron para pasear y confraternizar. 

Luis Fernández entró a ese mundo un par de años antes de la pandemia: “quería hacer un deporte, me compré una bicicleta y en la misma bicicletería me propusieron integrarme a un grupo de entrenamiento y paseo”.

Ruben Simone empezó a andar sobre dos ruedas de muy chico, en el año 1975, con un grupo de amigos, en Verónica, provincia de Buenos Aires, su pueblo natal; dejó durante algunos años y en 2015 viviendo en Capital, decidió retomar. Lo primero que me dijo mi señora, médica, fue “comprate un casco”. 

Danitza vino de Perú hace varios años. “Iba de casa al trabajo o a la Facu en bicicleta. Vi gente que paseaba en bici y pensé que era una buena opción para no estar tan sola. Entonces busqué un grupo por Facebook, empecé a salir con ese grupo los fines de semana, y me empezó a gustar”

Rocío, apodada Roche, de 26 años, aprendió a andar a los 19. “Mis papás nunca me compraron una bicicleta pero siempre tuve el ciclismo en mi cabeza.Aprendí estando de vacaciones en Córdoba y no paré más. Luego mi pareja, también amante de este deporte, me integró a su grupo”.

A Luis le hubiera gustado que su esposa lo acompañara, pero no lo logró. A Ruben la familia lo apoya pero, con tres salidas semanales, se le reduce el tiempo destinado a cónyuge e hijos. Danitzia dice que cuando empezó su familia temía por posibles accidentes, pero ahora la ven feliz y la apoyan. Rocío comparte con su pareja la pasión por el ciclismo, para ellos es ya un estilo de vida.

Todos coinciden en destacar los beneficios físicos y psíquicos de la actividad: a Luis le baja los triglicéridos y Ruben expresa que mientras pedalea deja de lado todos los problemas de la vida cotidiana; en igual sentido, para Rocío constituye un cable a tierra que disminuye su natural ansiedad y Danitza estilizó su figura y aumentó su rendimiento físico.

Luis, Ruben, Danitzia y Roche se hicieron amigos porque son clientes de Bi Up, bicicletería que organiza grupos y salidas. Todos comenzaron su entrenamiento en el Circuito KDT.

Hay muchos grupos que se reúnen después de los horarios laborales y durante los fines de semana. Ingresando a la página BICICLUB, desde Google, Facebook, X o Instagram, se accede a la mayoría de ellos. Algunos puntos de encuentro son Parque Centenario, Juan B. Justo y Córdoba, Juan B. Justo y Boyacá, Juan B. Justo y Nazca, Obelisco y Parque Sarmiento (Circuito KDT). Algunos son sólo de chicas y otros, para principiantes. Los hay gratuitos y también con salidas pagas, puesto que cuentan con guía, coordinación, vehículos de apoyo, traslados y alojamiento.

Ruben cuenta que la composición de esos grupos es muy variada en cuánto a edades, estados civiles y situaciones laborales, aunque la franja etaria mayoritaria es de gente de menos de 40 años. Luis dice que cualquier persona puede iniciarse en el ciclismo, sin necesidad de un especial estado físico previo; el perfeccionamiento técnico se adquiere después, de manera paulatina. Ambos coinciden en que “a los principiantes se los ayuda un montón”.

Danitzia relata que los fines de semana se junta con su grupo en Panamericana y Melo y desde allí salen hacia Escobar, Campana, Capilla del Señor o Pilar. Tiene una bicicleta mountain bike, para cuando “hace tierra”, y otra rutera, para el asfalto. Salen entre 25 y 30 personas. 

También todos coinciden en que hay continuidad en la base de los grupos: se forjaron amistades, parejas, padrinazgos y en muchos casos se incorporaron las familias. “Algunos se van, pero vuelven porque no les gusta entrenar solos y el grupo los motiva”, agrega Danitzia. También se arman subgrupos, porque obviamente hay quienes se llevan mejor con unos que con otros, explica Rocío, y agrega: “Yo integro un subgrupo que es sólo de mujeres, que en el ciclismo somos menos que los hombres”. Consultada sobre si hay machismo en este deporte ella dice: “Hay machismo, como en todos lados, Decidí no tomarlo como algo personal pero si un varón me critica por algo relacionado a mi género me enojo y le contesto. Sucede a veces cuando no rodás de una manera prolija, pero entre los varones con los que me junto ninguno piensa qué puedo menos por ser mujer”. Fuera de mi grupo a veces hay prejuicios: “Ante cuestiones técnicas muchos se sorprenden de que una mujer pueda conocerlas y resolverlas”.

“Al principio logré hacer un poco menos de 40 Kilómetros, alcancé a ir hasta San Isidro y fue algo extraordinario, impensado para mí”, dice Luis. “Luego empezamos a llegar hasta Tigre, nos dolían las piernas pero fuimos mejorando”, agrega Ruben. Danitza relata que en su grupo, de unos 20 integrantes, los que tienen autos o camionetas llevan gente y van a San Luis, a San Martín de los Andes y a Villa La Angostura, sitios donde se alojan y entrenan.  

Incrementos anuales en el uso de las ciclovías de CABA

Luis y Ruben recuerdan que en sus inicios fueron asistidos técnicamente por Marcelo Papaleo, el dueño de la bicicletería que armó su grupo y también por un profesional de renombre en el ambiente, “Ñoqui” González. “Ellos nos instruyeron sobre transmisión, cambios adecuados, ritmo, respiración, cadencia, coordinación, seguridad, vestimenta y mucho más”.

Luis dice que beneficiaron a mucha gente, ya que hay lugares a los que se llega más rápido en bicicleta que en auto. También acepta que circulan por ellas muchos ciclistas que cometen imprudencias, como por ejemplo no respetar los semáforos, pero también sucede que “los colectivos se te tiran encima, los coches te encierran y hay gente que baja a la calle antes de tener paso y te obstruye”. Ruben agrega que alrededor de las bicisendas surgieron numerosas bicicleterías y que durante la pandemia constituyeron un muy buen recurso para que la gente pudiera circular y sentirse libre. Además las bicicletas gratuitas del Gobierno de la Ciudad tienen cambios y funcionan muy bien. El problema más grande de las bicisendas es que el peatón, cuando cruza, tiende a mirar sólo hacia la dirección desde donde viene el tránsito automotor y no hacia ambos lados; deberían tener todas sentido único. Para Danitza la ciclovía de Avenida Libertador “es un peligro, porque tiene la parada de colectivos y siempre hay que permanecer atenta a que no se te cruce la persona que va a subir a ese transporte público. Está mal diseñada. En cambio la de Avenida Córdoba, que tiene una sola dirección, es muy buena”. Rocío evita las bicisendas porque “cualquier cosa que tenga ruedas y no sea un auto circula por ahí: un Rapi en contramano, un ciclista con poca experiencia que no sabe andar derecho, un monopatín que va a 30 km. por hora, todo en un espacio muy angosto. Me produce más inseguridad convivir con todos ellos que con los autos”. 

Según el decir de los entrevistados, el ciclismo es un deporte costoso: Ruben dice: “uno cree que se compró la bicicleta y ya está, pero hay que sumarle casco, guantes, zapatillas, calzas, abrigo, luces, repuestos, inflador y otros accesorios. Y a nivel competitivo, mucho más. El guardado es otro tema: en el garaje de un edificio yo no  dejaría mi bicicleta, porque los robos son frecuentes.” Luis acota que hay seguros, pero que no suelen cubrir el valor real del rodado. Los valores parten desde $350.000 y llegan hasta incluso cerca de los u$s 10.000. 

El ciclismo constituye todo un mundo. Algunas de sus características, historias e intimidades han sido reveladas aquí por sus propios protagonistas.

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