Estudiantes de algunas escuelas que no se verían afectadas, en principio, por la reforma educativa, también decidieron –a través de asambleas– ocupar los colegios. “Esto no es una toma por solidaridad. Aunque acá no nos toque, la reforma va a afectar a toda la sociedad”.
Por Julieta Cáceres
Las rejas de la escuela están llenas de carteles. Hablan de la toma, de la defensa de la educación pública. Algunos piden por la aparición con vida de Santiago Maldonado. El ingreso no está permitido a personas ajenas a la escuela. La puerta se mantiene cerrada y hay que golpear para que abran. Una mesa larga es lo primero que se ve. Mate, galletitas, cuadernos y útiles la cubren. Tienen turnos para cuidar la entrada. No tienen problema en hablar con quien se acerque, pero lo hacen afuera, en las escaleras de mármol.
“Esto no es una toma por solidaridad. Aunque acá no nos toque, la reforma va a afectar a toda la sociedad. Esta toma es en defensa de la educación pública”, cuenta Nicolás, vocal del centro de estudiantes, sentado en las escaleras del Nacional Buenos Aires. El tradicional colegio porteño está tomado desde el jueves pasado a la noche, cuando en asamblea votaron la medida. Ellos no se verían afectados en forma directa por la reforma que el Ministerio de Educación quiere aplicar desde el año que viene. Pero como en la mayoría de los conflictos que involucran a los secundarios, el Nacional está entre los que encabezan la lucha.
La semana pasada se conoció el proyecto “La secundaria del Futuro”, que el Ministerio de Educación porteño quiere implementar en 17 escuelas pilotos de la ciudad. La información estaba en una presentación de Power Point de veinte diapositivas que, a grandes rasgos, describía los cambios planificados. “Prácticas laborales” y reducción del tiempo de clase son las propuestas que más repudio generan. “No sabemos cómo se va a implementar y pareciera que ellos tampoco. Todo se siente improvisado –dice Nicolás–. Según el Ministerio, esta reforma se está trabajando desde principio de año. Pero si en todos estos meses sólo pudieron hacer esa presentación, hay dos opciones: o lo que no mostraron es mucho peor, o eso es todo lo que tienen.”
La preocupación de los estudiantes secundarios porteños es que se modifiquen los contenidos curriculares. Se habla de que la mitad de la carga horaria del último año sea remplazada por prácticas laborales obligatorias no remuneradas. Este proyecto fue creado y discutido a puertas cerradas, sin consultar a la comunidad educativa. Esta es una de las grandes razones de su rechazo. “Nosotros no estamos en contra de una reforma, es más, creemos que muchas de las observaciones hechas en la presentación sobre el estado de la educación pública son acertadas. Con lo que no estamos de acuerdo es con lo que proponen y en la manera en la que lo hicieron.”
La reforma también plantea nuevos tipos de evaluación, a través de videojuegos y computadoras. “Está planteada como si todos los colegios fueran el Nacional –dice Nicolás–. No tiene en cuenta las condiciones. Hay colegios a los que se les cae el techo y de la nada el año que viene todos van a tener wifi. Parece una carpa armada arriba de un lago, no tienen las bases físicas para hacerlo.”
Uno de los reclamos principales de los estudiantes, desde que se conoció el proyecto, era ser recibidos por la ministra de Educación de la ciudad, Soledad Acuña. Les concedieron la reunión, pero sólo recibió a tres colegios. “Dijo que no se juntaba ni con colegios tomados ni con sindicatos docentes que hacen paro”, cuenta Nicolás riéndose. En la reunión no dio respuesta alguna ni escuchó las propuestas de los estudiantes. “Ellos no tienen problema en darte una reunión, pero no te escuchan. Es como hablar con la pared, jamás hacen actas. Dicen que están abiertos al diálogo, pero en realidad no nos escuchan.” Al hablar de la toma, Nicolás dice que no es una situación que ellos prefieran, pero que parece ser la única manera de poner el tema en agenda. “Dormir en la escuela no es canchero, todos preferiríamos estar en nuestras casas y que los medios y las autoridades nos escucharan, pero eso no pasa”.
También resaltan que la reforma no incluye ninguno de los reclamos históricos de la comunidad estudiantil. “La aplicación de la Ley de Educación Sexual Integral (sancionada hace nueve años) es algo que venimos exigiendo hace mucho, y ellos ni siquiera consideraron incluirlo en esta reforma.” Lucas Grimson, estudiante del Instituto del Instituto Libre de Segunda Enseñanza e integrante de la Comisión de Género de esa escuela, dice que el ministerio no escucha las propuestas de los estudiantes. El ILSE es otra de las instituciones movilizadas. Aunque no están en toma y al depender de la UBA no se verían afectados por la reforma, dicen lo mismo que sus compañeros del Nacional: la educación pública les concierne a todos.
El viernes último realizaron una marcha al Ministerio de Educación porteño, en Paseo Colón, y entregaron un petitorio. Saben que frenar la reforma es muy difícil, aunque es su objetivo de máxima. Lo que piden de forma más urgente es por lo menos ser escuchados, que las propuestas presentadas por los estudiantes sean tenidas en cuenta y que se descarten las prácticas laborales en empresas. Para la semana que viene están organizando otra marcha con una multisectorial conformada por estudiantes, docentes y padres.
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