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PADRE MURCIÉLAGO

Silvio Velo

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Silvio Velo, capitán del seleccionado nacional de fútbol para ciegos, se aferró a la fe evangelista porque a “fuerza de orar” su hija se curó de una displasia de cadera. Pero en la cancha no cree en milagros ni dones orgánicos: “Yo no escucho más que alguien vidente sino que, a falta de vista, tengo que prestar más atención al oído. La necesidad me lleva a la actitud. Cualquiera puede hacerlo si se lo propone”.

Por Juan Bosnic

Con la mano en el hombro del que va adelante, caminan juntos, cooperativos. Semejan un trencito humano, pero no necesitan de rieles para llegar adonde quieren. Es el seleccionado nacional de fútbol para ciegos, Los Murciélagos, que terminan otra jornada de prácticas.

Silvio Velo es su capitán y goleador desde hace 25 años.

Enumerar sus logros deportivos llevaría varias líneas; mejor aprovecharlas contando sus otros éxitos en la vida.

Sampedrino y ciego de nacimiento por cataratas congénitas, eran 12 hermanos en un hogar humildísimo, con carencias materiales que recuerda sin lamentaciones: “Dormíamos tan pegados que hasta soñábamos lo mismo”.

Tiene 46 años; desde los 23 está en pareja con Claudia, “mi compañera de hierro, la que no afloja nunca”. Se sincera: “Me hubiera gustado decirle que fue amor a primera vista, pero no. Fue su dulzura la que me impactó”.

Padre de siete hijos, desde hace 8 meses de mellizas: “Ya estábamos cumplidos como padres, más para ser abuelos que papás y llegó esta doble bendición”. Curiosamente, el primer nieto de Silvio es un año mayor que sus tías benjaminas.

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Puerta de confitería: Velo llega y se disculpa por la demora de cinco minutos, pura humildad. De físico mediano pero consistente, se intuyen las horas de gimnasio para mantener la forma y competir con muchachos que tienen la mitad de su edad. O menos.

Silvio Velo es un hombre creyente y practicante.

-¿Tu fe es herencia de familia?

-No. En verdad no fui creyente hasta que empecé a asistir a la Iglesia Evangélica, ya de grande y más que nada por una necesidad: mi hija Juliana (hoy 17) nació con problemas y me recomendaron ir a la Iglesia porque acontecían milagros.  Una displasia de cadera le afectaba las piernitas: iba a ser muy difícil que pudiera caminar. Mi señora fue quien arrancó con fe. Yo la acompañé, con algo de escepticismo. A fuerza de orar se dio el milagro: de a poco, las piernas se acomodaron. La doctora que la atendía no lo podía creer. Nos mandaba a hacer estudios y radiografías. Llegó a decir que le llevábamos placas falsas, que era imposible como se había curado. La verdad es que Dios la curó. Desde entonces me aferré a la fe.

-¿Cómo influye tu discapacidad en la relación con tus hijos?

-(Rotundo) En nada porque yo soy un tipo normal. Para ellos soy su papá y les tocó un padre que no ve. En casa hago todo, laburo como cualquier padre, traigo la comida, voy a las reuniones en la escuela, me muevo como cualquier otro. Una vez le preguntaron a mi hija mayor, cuando tenía 8 años, “qué se siente tener un padre así” y ella contestó “la verdad, nunca tuve otro para comparar” (risas).

Soy una persona muy hincha en eso de ir para adelante; a veces se rebelan y me dicen “papá, dejá de hacer cosas. ¿Qué quedará para nosotros?”

-¿Qué es más difícil: cambiar un pañal o hacer un gol?

-(Sonríe, duda) Cada cosa tiene lo suyo. Meter un gol es algo hermoso. Estar con tu hijo, cambiarle pañales, darle la leche, también son situaciones que a uno lo llenan.

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El fútbol 5 para ciegos se juega en una cancha de 20 x 40 metros, con vallado en los laterales que dan rebote, sonoro y de balón. Para orientar a los jugadores, el campo se divide en tres secciones. El arquero -que es vidente-, el técnico y un guía detrás del arco rival dan indicaciones: “corré a la izquierda, hay un rival enfrente, pateá derecho”, se escucha, mientras los espectadores guardan necesario silencio. La pelota se hace escuchar, tiene cascabeles.

“Voy” es el grito obligado para el que avanza en busca del balón.

“Siga el Braille, siga el Braille” fue el genial titular de un diario deportivo cuando Los Murciélagos le ganaron a Brasil la final del Mundial 2006, con un golazo de Velo para variar.

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Aún con las “ayudas” que tienen, luce muy difícil jugar al fútbol sin ver. ¿Tienen el oído más desarrollado los ciegos?

-Soy de desmitificar eso: yo no escucho más que alguien vidente sino que, a falta de vista, tengo que prestar más atención al oído. La necesidad me lleva a la actitud, no es algo orgánico. Cualquiera puede hacerlo si se lo propone.

-Pero no cualquiera puede correr a ciegas 20 o 30 metros, gambetear rivales y patear en la dirección correcta…

-Es que la cancha es mi lugar, donde no hay paredes ni columnas ni ninguno de los obstáculos que tenemos los ciegos. Es donde me puedo manejar libremente, donde solo puedo cruzarme con los rivales o con mis compañeros. Jugar al fútbol sin ver es una cuestión de animarse, de no tener miedo, es un deporte de contacto donde algún golpe vas a tener, nada grave.

Si está todo aceitado funciona maravillosamente.

-¿Qué hay después del fútbol?

-Seguir dando charlas de motivación, contar mis experiencias. Me gusta hacerlo, poder transmitir lo que uno tiene y no guardármelo. Dar el mensaje que no hay imposibles, que se puede. Creo que estaré relacionado con el deporte, con el fútbol, como técnico o como dirigente quizás. Soy muy activo, no me voy a quedar de pies cruzados.


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