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SOBREVIVIENDO


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Instalado en la Capital Federal hace más de un siglo, el Club Italiano tuvo momentos de auge, gloria, pesadumbre y superación. Desde sus inicios en formato conservador y elitista hasta un presente de resistencia, la entidad de Caballito pasó por el crecimiento y luego la quita de sus instalaciones, el aumento y disminución dramática de la masa societaria, el estancamiento durante décadas y un incidente que dejó varios sueños hechos cenizas y polvo.
Por Matías Ciancio (@matiashciancio) y Juana Caputo (@juanitacaputo)IMG-20150801-WA0022 (www.eterdigital.com.ar)

La Ciudad Autónoma de Buenos Aires tiene una superficie de 203,3 kilómetros cuadrados. Se divide en 48 barrios que a la vez componen una quincena de Centros de Gestión y Participación, más conocidos como Comunas. Según la Dirección de Deportes, hay 287 clubes repartidos en la extensión territorial porteña; es decir, con un buen mapa, no sería necesario caminar ni diez cuadras para ir de uno cualquiera hasta otro, el más cercano.
Sin embargo, esa cantidad se hace minúscula cuando se recurre al archivo y se advierte que, antes del cambio de siglo, la cifra de clubes de la Capital Federal era mayor a 800. La década del ‘90, que combinó una crisis económica violenta que afectó a la población con el abandono estatal de las instituciones -aquellas que no se privatizaron-, desembocó en la quiebra de más de la mitad de este tipo de espacios de promoción social y cultural. Ni siquiera el ordenamiento del régimen especial de administración de las entidades deportivas con dificultades económicas, publicada en agosto de 2000, evitó la desaparición de medio millar de instituciones históricas, algunas centenarias.
Uno de los que pudo sobrevivir al torbellino que significó el doble mandato menemista fue Club Italiano. Fundado por nativos y descendientes del país europeo el 29 de diciembre de 1898 en Recoleta, nació para difundir el uso creativo y deportivo de la bicicleta. Tal fue así que hasta 1912, dos años después de situarse en Caballito, su rótulo era Club Ciclista Italiano. Una década más tarde del cambio de nombre (al actual) y un lustro antes del establecimiento del parque homónimo de la avenida más larga del mundo, fueron compradas las instalaciones de Rivadavia 4731. De esa forma, con casi un cuarto de siglo de vida, Italiano se asentó en el segundo barrio con más habitantes de la ciudad a la vez que sumó como disciplinas a la natación, pelota-paleta, esgrima y bowling, entre otras. Casualmente, su segunda y definitiva ubicación había acogido a una gran cantidad de inmigrantes genoveses a comienzos del siglo XIX, lo que generó un número significativo de herederos con ascendencia italiana que se inclinaron a la práctica deportiva en la institución.
Como todo club de barrio, sus primeros años de historia fueron constitutivos de los procesos identitarios de la sociedad porteña. Con el correr del tiempo, fue escenario de diversificación de estratos sociales y distinción en el espacio urbano. Así, Italiano mutó en un ámbito de élite en el que la cuota se pagaba en dólares y aquellos deseosos de asociarse debían tener lazo familiar con algún miembro de la institución y recomendación escrita para cumplir sus aspiraciones. Incluso en los tiempos de la primera presidencia de Carlos Menem, los requisitos y las normas seguían bajo un estricto orden que debía cumplirse a rajatabla. Mariano Mattioni (26 años), socio desde 1992, da cuenta de los mismos: “Los menores de edad debían asociarse sí o sí con un mayor (padre, madre o tutor) a cargo, en calidad de grupo familiar. Además, se presentaba una carta de admisión y se programaba una reunión con la Comisión Directiva. En ese encuentro, se evaluaba a través de un asistente social el estado socioeconómico de los aplicantes y se decidía si estaban en condiciones de pertenecer al club. Se buscaba un status quo de clase media alta”.
En 1986, alcanzó una cifra inverosímil para una entidad sin fútbol profesional: 20 mil socios. Fue la época dorada, que también se vio potenciada por la compra de 17 hectáreas en el Parque Almirante Brown a la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires en 1980. Allí, se construyó un campo deportivo con pileta olímpica, canchas de fútbol, tenis, hockey y básquet, vestuarios, restaurantes, confiterías y hasta una playa de estacionamiento. No obstante la expansión y el carácter cuasi masivo que adoptó, Italiano jamás perdió la esencia familiar y amistosa que caracterizó a sus momentos de concepción. Germán López (24) fue asociado cuando tenía dos años por voluntad de sus abuelos. “No fue por un tema de clase social, sino por el cariño que mi familia le tenía al club y que me transmitió. Antes, se practicaba un deporte con cierta regularidad, pero lo que de verdad querías era ir y quedarte todo el día con amigos”, dice el hombre que además pasó la mayoría de los veranos de su adolescencia en el campo deportivo y la pileta.
Pero ni siquiera la situación de privilegio que gozaba Italiano le permitió escapar a la decadencia que trajo consigo la última década del siglo XX. Como los demás clubes, sobrevivió a los vaivenes políticos del país entre los ‘50 y los ‘70 (de hecho, sirvió como sitio para la militancia de diversos partidos) y se fortaleció ante la llegada de los centros comerciales (lugares en los que no se podía sociabilizar) en los ‘80. Hasta que padeció el cimbronazo neoliberal: en 1996, ante la urgencia de ingresos, se vendió el colegio, que constituía más que un sustento monetario, una herramienta fundamental para el posterior reclutamiento de deportistas amateur.
Aunque el riesgo de la quiebra no se acercó demasiado a Italiano, la rigurosidad de un club históricamente inexorable se dejó de lado en pos de la conservación de la masa societaria. Daniela Miracca (52) se integró en el mismo año de la venta de la escuela y, a diferencia de Mariano y Germán, solo tuvo que presentar una ficha de inscripción y abonar un arancel inicial a modo de matrícula. Al preguntarle qué beneficios tenía, responde: “Ninguno, podía usar las instalaciones, pero siempre tenía que pagar antes para hacer cada deporte”.
Con el nuevo milenio, tras la crisis, bancarrota y ‘recuperación’ -gerenciamiento- de un emblemático como Racing de Avellaneda, los clubes que superaron el naufragio económico retomaron las iniciativas de espíritu deportivo y cultural de la mano de una nueva generación hija del clima asambleario post 2001. A contramano de esa incipiente postura general, en el año que comenzó el proceso kirchnerista, Italiano concesionó el gimnasio de la sede a la cadena Le Parc. Como ocurrió con el colegio, uno de los elementos más atractivos se cedía a manos ajenas. Aunque el suceso más grave en la historia contemporánea del club no ocurrió sino hasta 2005. La explosión de un tablero electrónico dentro de un depósito con materiales inflamables produjo un incendio en el interior del edificio, que conservaba su estructura original (neoclasicista, de fines de s. XVIII). Ornamentación, arañas, alfombras y demás elementos arquitectónicos característicos que manifestaban el encanto de los salones y exponían el motivo de sus alquileres para fiestas y eventos, se vieron afectados por el accidente en un momento de zozobra. Y de vacas flacas.
El fuego quemó mucho más que sillas, meses y colchonetas. No habían pasado dos años del infortunio cuando se inició un proceso de venta de determinadas partes del club para solventar los gastos. Actualmente, Italiano, que sigue fuera de la lista de receptores de subsidios de la CABA (son 188 clubes dentro del Registro Único de Instituciones Deportivas de la Secretaria de Deportes), no ostenta la fachada que da a la Avenida Rivadavia. “Lo que era el mundo infantil y uno de los salones de juegos más prestigiosos y antiguos de la ciudad fue tirado abajo para construir una torre de departamentos que ni siquiera pertenecerá al club”, indica Mariano. Y agrega: “Poco a poco, se fue perdiendo el prestigio que alguna vez se supo tener por sumirse en deudas, juicios con los empleados, problemas para captar nuevos socios y retener a los viejos. Si todavía mantiene el nombre no es por el status social, sino por la competitividad y los logros de aquellos que lo representan en sus diferentes deportes”.
Un decenio ha pasado desde el incidente con el tablero electrónico. Hoy en día, Club Italiano goza del aporte de siete mil socios -con cuotas individuales desde los $460 hasta los $761-. Son 33 los dirigentes que comandan la institución, que ofrece en sus dos instalaciones media docena de deportes de conjunto (fútbol, hockey, rugby, vóley, básquet y pelota-paleta) y ocho individuales (gimnasia artística, gimnasia rítmica, aikido, judo, natación, tenis, yoga y esgrima). “Es un club más abierto a la sociedad -dice Gabriela Graziano (56), asociada por herencia desde su nacimiento-, la sede se deterioró mientras que el predio tomó más relevancia”.
Los catalogados como infantiles (de 6 a 10 años) tienen una alternativa propia, el curso de recreación/iniciación deportiva. Además, pueden formar parte de la colonia de vacaciones, como ocurre con los cadetes (de 11 a 14). Fuera de las disciplinas atléticas, se dictan actividades diversas como billar, casin, bocheta, 5 quillas, snooker, canasto, truco, burako, póker, bridge, dados y ajedrez. A través del área de cultura, la institución brinda cursos arancelados -no exclusivos para socios- de danza (árabe, clásica y folklore), guitarra, dibujo y pintura, música, grafo arte, canto, literatura y teatro (leído, coreográfico y comedia musical). Y también talleres de idiomas: inglés (cinco años de educación formal) e italiano (acuerdo con la Asociación Dante Alighieri).
Pese a los bruscos tropezones que tuvo Italiano en los últimos tiempos, el club se las ha ingeniado para mantener sus puertas abiertas de forma ininterrumpida y prestar atención constantemente (la oficina de Av. Rivadavia atiende de lunes a viernes de 14 a 20 hs). Como dice Daniela Miracca, los manejos turbios hicieron retroceder varios casilleros -la venta de partes interiores se ha sucedido desde 2007 a la actualidad-, pero la preponderancia del campo de deportes y la creatividad volcada al dinamismo de la sede enmendaron, cuanto menos parcialmente, las falencias pasadas que parecían conducir a la quiebra. La nueva dirigencia se ha comprometido a satisfacer todas las demandas de la masa societaria, que sigue siendo significativa. Aunque ya no ríe como hace tiempo, y eso que reía como un jilguero, si le preguntan cómo vive, responderá sobreviviendo.


En los 116 años de trayectoria que tiene Club Italiano, es la primera vez que a una gestión dirigencial la lidera una mujer. El enorme desafío de estar al frente de la institución es llevado a cabo “con orgullo y tesón” por Diana Álvarez de Bisso, que asegura que “todo es posible si se trabaja con responsabilidad y a conciencia, como lo han hecho en sus dos mandatos previos los presidentes Silvio Martuscelli y Luis Pino”.
La tarea no es fácil, sobretodo por la pendiente cuesta arriba que transita el club desde el incendio de 2005, pero la mandamás cuenta con la ayuda de un grupo de consorcios dedicados a trabajar para el futuro inmediato y pensar en “el legado que se les dejará a las siguientes generaciones”.
Tanto la Comisión Directiva como las distintas subcomisiones deportivas, culturales y sociales, más el personal de la entidad de Caballito, están realizando los esfuerzos necesarios para sostener a Italiano en la vanguardia de los clubes porteños.
Este incipiente camino, según Álvarez de Bisso, “está cargado de proyectos, ambiciones e ilusiones, siempre pensando en dar lo mejor y todo lo que esté al alcance para que los socios se sientan cómodos, seguros y disfruten de todos los servicios que el club les brinda”. Cuando asumió, el 19/10/2014, la presidenta confesó sentirse honrada y prometió deberse exclusivamente a la masa societaria, de la que forma parte desde su primer día de vida. “Es un placer pertenecer al querido Club Italiano, que se lleva en el Corazón”.


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