Después de un largo tiempo, a través del trabajo pudo cumplir su sueño: alentar a su equipo de fútbol, semana tras semana. En su infancia no lo pudo hacer por situaciones personales, pero desde 1977 no se perdió ningún partido. La pasión se convirtió en oficio y el oficio en un medio para ser feliz.
Por Ezequiel Pereiro
Guillermo Juárez tiene 65 años. Es hincha de Boca por herencia de su familia. Vive en Caseros, provincia de Buenos Aires, donde trabaja como vendedor ambulante de garrapiñadas, pilas, alicates, medias y golosinas, en la puerta de la farmacia Gigliotti, ubicada en Avenida San Martín y Urquiza, en el corazón del barrio.
Su pasión por Boca comenzó desde muy chico y fue contagiada por su padre, Juan. Por la situación económica de su familia, nunca pudo estar presente en un partido en La Bombonera. Su sueño es alentar, desde algún sector del estadio, en cualquier encuentro. Sin embargo, cada vez que el equipo de La Ribera juega de local, se acerca para vender sus productos.
—¿Creés que tu deseo se podrá cumplir?
Es difícil, pero no imposible. Todavía no tuve la oportunidad, pero sé que en algún momento llegará. Hace 40 años, domingo tras domingo, voy a La Bombonera y vendo mis cositas. A Boca lo aliento desde afuera, con la radio en la oreja.
—¿Cómo vencés las ganas de estar adentro, mientras observás que todos entran menos vos?
Yo voy por trabajo. Cuatro o cinco horas de cada partido, según el rival, me tomo el colectivo de la línea 53 y camino hasta Brandsen e Irala, donde pongo el carrito y comienzo a vender todo lo que llevo.
—Cuando la gente entra, ¿cómo hacés para pasar el tiempo?
—A los 10 minutos del primer tiempo me voy a una parrilla que está a media cuadra de la cancha (Lo de Matías, ubicada en Brandsen 961) y lo miro ahí hasta que queden 15. Ahí vuelvo a salir, liquido lo que me quede y después regreso.
—¿Cuál fue el partido que más recordás por tus ventas?
—Los clásicos siempre suelen ser importantes. Ahí se trabaja muy bien. Pero el partido que nadie podrá sacarme de la cabeza fue uno del año 2000, donde (Martín) Palermo fue a saludar a la gente de la parrilla, después de un partido, y le di un paquete de garrapiñadas. Claramente no se lo cobré, ja ja.
—De qué manera te gustaría conocer La Bombonera por dentro?
—Siempre sueño con ese día. No sé cómo será. Desde chico, nunca pude ir porque en mi familia no teníamos mucho dinero. Ojalá sea pronto. Y si se puede tener un puesto en algún sector, para vender y alentar al mismo tiempo, sería mejor.
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