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Waldo Kantor: “En el podio festejamos más que los campeones”


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El histórico armador recordó para Eter Digital la medalla de bronce que obtuvo el vóley argentino en los Juegos Olímpicos de Seúl 88, tras vencer a Brasil.

Por Gonzalo Argüello, Lucas Davidovich y Maximiliano Padrón

Waldo Kantor es el vóley.  Está considerado entre los 25 mejores de la historia a nivel mundial. Ganó la medalla de bronce en los Juegos Olímpicos de Seúl 1988; jugó 350 partidos internacionales con la selección argentina entre 1982 y 1999; disputó tres campeonatos mundiales y una Liga Mundial. Jugando para Ferro se consagró campeón de la Copa Morgan en 1979 y salió campeón nacional en 1980 y 1981. Fue elegido Mejor Levantador de la Copa de Francia (1990), Mejor Defensor en la Copa de Campeones de Europa (1991) y Mejor Defensor de la Copa de Campeones de Europa (1992). Además, en 2003, fue designado director de Deportes de la Ciudad de Buenos Aires.

Con la amabilidad y don de docencia que lo caracterizan, se sumó a una reunión virtual con los estudiantes de Eter y relató sus vivencias con la Albiceleste, entre ellas, la de Seúl 88. “Ganar una medalla olímpica es algo muy groso”, aseguró.

—Waldo, ¿te sentiste valorado en ese momento cuando ganaron la medalla de bronce o te sentís más valorado ahora con el paso del tiempo?

—Con el paso del tiempo te das cuenta de la importancia que tiene un Juego Olímpico. Yo lo valoré cuando fui olímpico por primera vez en Los Ángeles 1984. Nosotros nos clasificamos en un Sudamericano previo, en el 83 en San Pablo. Le ganamos un partido casi insignificante a Chile, porque a ellos le ganábamos siempre, pero con ese triunfo nos clasificábamos y para mí fue uno de los partidos más festejados de mi vida porque dije “voy a ser jugador olímpico el año que viene”. No hubo tanta repercusión de los medios, era algo más de la delegación de vóley.

—¿Y en Seúl?

—En Seúl, ya íbamos por segunda vez, con una delegación mucho más grande. Encima, como nosotros ganamos medalla, hubo un poco más de repercusión, pero nada que ver con lo que pasa ahora. En el 88 había muy poca difusión. El partido nuestro, que le ganamos a Brasil por la medalla olímpica, no lo transmitieron acá. Lo emitió la red de Brasil. De hecho, cuando nosotros ganamos, festejamos y estábamos todos tirados en el piso a los gritos y llantos, lo que se veía por TV era el banco brasileño, todos tristes. El paso del tiempo te da una dimensión mayor de lo que significa ser atleta olímpico y ser medallista olímpico. Ganar una medalla olímpica es algo muy groso… te das cuenta con los años.

– ¿Ustedes eran conscientes de lo que estaban viviendo tanto en Seúl como en Los Ángeles?

—Nosotros empezamos con un proceso largo, desde los 80, con miles de viajes y competencias. El 82 fue un punto de partida muy importante, porque logramos un resultado importante como es el tercer puesto del mundial de vóley que se hizo acá en Argentina. Después, la clasificación a Los Ángeles 84 fue un hito, ya que por primera vez el vóley iba a un Juego. Cuando llegamos a Seúl teníamos la idea de decir entre nosotros: “Vamos por algo importante”. Y por lo menos, era estar en la semifinal. Todo el equipo ya estaba muy maduro, jugando todos en Italia y entonces ahí fuimos a Seúl por algo. Cuando llegamos a ese algo, la verdad fue un orgullo, una satisfacción.

Al ser el más grande de la delegación de Seúl 88, ¿qué rol tuviste en el grupo?

Es verdad que yo era el más grande con 28 años, es decir que era una selección muy joven. Era una selección con jugadores de mucha personalidad y mucha presencia. Ni siquiera el capitán, Daniel Castellani, tenía un rol de liderazgo. Ya en el 88 había una cierta autonomía individual de cada uno, pero lo bueno es que todos estábamos muy enfocados. Cada uno tenía su lugar, pero estábamos todos juntos por un objetivo, eso estaba muy claro. Y no éramos todos amigos. Era un grupo bravo, eh…; pero había una convivencia pacífica por un objetivo en común. Nosotros sabíamos cómo plantarnos y valorar al compañero, con todas las diferencias que quieras, pero sabiendo que cada uno era un grandísimo jugador y que estaba con vos para llegar a algo bueno.

—¿Qué recuerdos tenés de la villa olímpica de cada Juego?

—Entrar en una villa olímpica el primer año fue un deslumbre con todo: los lugares, la predisposición, los lugares de esparcimiento y todo lo que hay por fuera de lo deportivo, porque dentro de la villa hay muchas actividades culturales y recitales, sobre todo. El restaurant estaba todo el día abierto. De hecho, algunos atletas no dieron el peso porque se la pasaban comiendo todo el tiempo, jaja. Las cosas prohibitivas, que por ahí acá tenías que pagar un montón de guita para tenerlas, ahí te las daban gratis. En el 84 fue puro deslumbramiento con todo eso, pero lo que tiene un Juego Olímpico es que, más allá de lo deportivo, tenés todas culturas del mundo: tipos con túnica, mujeres con burkca y tapadas que salen a competir, y todos hacen la misma fila que vos para comer en el restaurant. Eso es muy fuerte y lindo; esas son las cosas que tiene un Juego Olímpico que no tiene ningún otro deporte en sus Mundiales. Aparte, ves todos los deportes, a todos los deportistas y ni hablar la fiesta inaugural. Es increíble cuando dicen “¡Argentina!” y vos salís a dar la vuelta, con el abanderado adelante; el estadio está lleno, la gente aplaude a todas las delegaciones y la fiesta en sí. Hermoso…

—Pero en 1988 ya no fue tanta la sorperesa…

—En Seúl ya había cosas que eran sabidas. Aparte la cabeza había cambiado, con otros objetivos y otra madurez. Y distinta tecnología. En Los Ángeles había cuatro computadoras y nosotros no sabíamos ni cómo hacer para que haga algo esa máquina, jaja. Cuando aprendimos, empezamos a buscar nuestro historial y no lo podíamos creer. En Seúl ya era más avanzado y ni qué hablar en Sidney 2000, cuando fui como asistente técnico y ya estaba toda la tecnología, más un despliegue inaugural que fue impresionante.

– ¿Tenés alguna historia con algún deportista famoso en la villa?

—Estaba parado esperando el colectivo al lado del Almirante Robinson, el jugador de San Antonio Spurs compañero de Ginobili. Lo miro y estaba a mi altura, vuelvo a mirar y estaba sentado el tipo, jaja. Después, en Seúl la abanderada era Gaby Sabatini. Era impresionante el carisma y la atracción que generaba en el mundo. Se acercaban de todos los países para conocerla.

—¿Cómo fue obtener la medalla de bronce para vos?

—Es infaltable el llanto cuando ganás una medalla. Es la alegría más linda que te paso en tu vida deportiva. Me pasó la película de mi vida por adelante: desde que entrenaba en el patio del club Peretz de Villa Lynch, hasta estar subido en el podio junto a Rusia y Estados Unidos. Fue muy fuerte, me acuerdo que salí corriendo cuando la pelota de Brasil se fue afuera y me tiré al piso, me levanté, y empezaron los abrazos y los llantos. Cuando subimos al podio estábamos más contentos que los rusos que habían salido segundos y festejamos más que lo yanquis, que eran campeones. Era pura fiesta y nos tranquilizamos cuando bajamos la cabeza para que el príncipe Alberto de Mónaco nos pusiera la medalla a cada uno.  Aparte, esos Juegos Olímpicos eran muy emblemáticos porque por primera vez, después de doce años, se juntaban todos los países porque en el 80 y 84 había habido boicots.

—¿Qué opinás de que los deportistas tengan difusión después de obtener una medalla y no antes?

—Es muy groso para un deportista estar en los Juegos. Eso ya vale la pena para enaltecerlo y poner al deportista en el lugar que se merece por ser olímpico. Después, si gana una medalla, mucho más todavía y si es diploma, cosa que acá ni se habla, también, porque es un reconocimiento que no se lo dan a cualquiera. Te lo dan si estás entre los ocho mejores. Por lo cual, hace falta mucha más difusión para toda o todo aquel que sea deportista olímpico.

—¿Qué recordás que hiciste apenas ganaron?

—Apenás terminó el partido me acuerdo que subí al palco donde estaban los periodistas y tuve una comunicación telefónica, una nota. Cuando llegué a la villa, llamé a mis familiares y a mi novia, pero las comunicaciones eran difíciles en su momento. Me acuerdo de todo como si fuera hoy.

—¿Qué te genera que el vóley no haya podido tener una medalla desde aquella?

—La medalla es el orgullo más grande que tengo de mi vida deportiva. No hay nada que se asemeje o que lo pueda poner a ese nivel. Pero quisiera que el vóley vuelva a tener muchas medallas y que los atletas puedan subirse a un podio y tener el orgullo de ser parte de una familia de un deporte que tenga más de una sola medalla.

—Hacé un repaso de lo que recuerdes de aquella campaña.

—En Seúl, el primer partido se lo ganamos fácil a Túnez. El segundo, 3-1 a Japón. Ahí, cada vez nos íbamos asentando más. El tercero era muy importante para nosotros. Le íbamos ganado 2-0 a Estados Unidos, juagando muy bien y con chances de haberlo cerrado, pero empezaron a controlar la situación, nos lo dieron vuelta y perdimos 3-2. Pero bueno, por lago salieron campeones. El cuarto fue contra Holanda, que era un gran equipo. Por una serie de resultados que se habían dado, si nosotros le ganábamos 3-0 a Holanda, ya estábamos clasificados. Y le ganamos 3-0 en un partidazo, con un nivel de juego y concentración impresionantes. El último partido del grupo fue con Francia. Ya estábamos clasificados. Al no ser muy importante, el equipo estaba relajado y perdimos 3-0. En semifinales nos tocó con Rusia y perdimos 3-0. Con los rusos no se podía jugar. Parecía que el partido estaba parejo, pero mirabas el marcador y siempre estaban 5 puntos arriba. Después, por el tercer puesto nos tocó jugar el clásico sudamericano. Brasil nos había superado siempre, a lo largo de la historia de vóley, pero en esos años nosotros le veníamos ganado y lo que recuerdo de ese partido es podríamos haberlo ganado más fácil. Pero el pánico de llegar a la medalla nos paralizó un poco. Una vez que llegamos al quinto set, siempre sacamos diferencia, hasta que se nos acercaron un poco y terminó 15-9 para nosotros. Inolvidable.

El plantel

Además de Kantor, lo integraron: Daniel Colla, Juan Carlos Cuminetti, Alejandro Diz, Esteban de Palma, Raúl Quiroga, Javier Weber, Jon Uriarte, Eduardo Martínez, Claudio Zulianello. Daniel Castellani y Hugo Conte; entrenador: Luis Muchaga.

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