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BEARDED VILLAINS: BARBAS, HERMANDAD Y SOLIDARIDAD


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Los Villanos del fin del mundo, como se hace llamar el capítulo de Bearded Villains Argentina, ayudan a los más necesitados sin dejar que se les despeine la barba.

Por Magalí Álvarez

La esquina de avenida Chiclana y Salcedo, en el barrio de Parque Patricios, tiene poca luz. La sombra de los árboles es grata en los días de verano. En las noches, sobre todo las de invierno, dejan las veredas en penumbras. Los chalecos de los Villanos del fin del mundo, la versión argentina de Bearded Villains, se camuflan en la oscuridad. Las largas barbas brillan con la poca iluminación. Los tatuajes cubren gran parte de sus cuerpos. Los anillos grandes, plateados y en forma de calavera hacen que sus manos parezcan más grandes.

Debajo de uno de los faroles libre de árboles se reúnen para salir en caravana. Entre el humo de vaporizadores preparan los dos autos y la camioneta. Llevan jugo, café, facturas, sopa, guiso y otros alimentos. Abrigo, frazadas, ropa y elementos de higiene. Todos los miércoles recorren Parque Patricios, Boedo y Almagro. Bearded Villains es más que un club de barbas. Ayudan a gente en situación de calle con más que alimentos, ropa y abrigo. “No es solo dejarle las cosas. Es escucharlos, entablar una relación”, aclara Mauro Ponti, el capitán del capítulo de Argentina.

Con 38 centímetros, Ponti tiene la barba más larga del club de Argentina. Tiene una sucursal de las famosas barbarias The Barber Job en el barrio de Palermo. Pero Ponti nunca deja de lado su espíritu solidario y, en su local, cambia su trabajo por donaciones para que los Bearded Villains puedan salir cada miércoles a recorrer algunos barrios de la ciudad.

En el 2014 el club de barbas se formó en Los Ángeles, Estados Unidos. Un años más tarde Ponti creó la sede, o capítulo como ellos lo llaman, de Argentina. “No somos santos, pero si vos querés mejorar como persona y ayudar a tu comunidad este es tu lugar”, alega Ponti. Para ser parte de la hermandad y tener una jerarquía se necesita tener una barba de mínimo 5 centímetros desde la pera, tener redes sociales y compartir los mismos valores. Amistad, familia y solidaridad.

Una vez por semana los Villanos del fin del mundo se juntan en la casa de Fernando “Tano” Piero Rossi, secretario del grupo, para llevar a cabo el “proyecto frío”. Priorizan llevar infusiones calientes y comidas proteicas. “Hay comercios y vecinos que donan alimentos y ropa”, cuenta Piero Rossi. Todos los capítulos de Bearded Villains tienen un compromiso social. “Cada país tiene su idiosincrasia y sus problemas”, aclara Ponti. Algunos chapter tienen patrocinadores que los ayudan con la tarea solidaria. El grupo liderado por Ponti sólo se abastece de pequeñas donaciones sin apoyo de grandes empresas, organizaciones sociales o políticas.

Al igual que el capitán, “el Tano” también se dedica a las barbas. Une su pasión con su trabajo. Jabones, aceites y perfumes son algunos de los productos que comercializa con su propia marca Il Tano Style.

“Queremos terminar con los prejuicios. No por tener barba, vestirnos de negro y tener tatuajes somos malos”, explica Axel “el Lienzo” López, uno de los miembros de la hermandad. Ellos sienten la discriminación cuando caminan por la calle y quien no los conoce se cruza de vereda. El aspecto rudo se contrapone con los pilares de la hermandad. “No queremos que nos juzguen por nuestra apariencia, yo me visto así porque me gusta”, comentó López. El lienzo es chofer de un micro escolar de personas con capacidades diferentes, cantante lírico y fanático de Pablo Alborán. Muchos de los Bearded Villains no son rockeros. Escuchan diferentes estilos de música. “Yo escucho música melódica, no me gusta el metal, aunque todo el mundo piensa que sí”, explica Axel.

Dentro de la camioneta escolar, con Andrea Bocelli a todo volumen los Bearded Villains llegan al hospital Ramos Mejía. Estacionan el vehículo a pocos metros de la entrada que da a la calle 24 de noviembre. Algunas de las personas están hace tiempo en el hospital. Reciben a los villanos con una sonrisa y una mirada esperanzada. Saben que llegó la hora de desahogarse. Mientras toman un poco de sopa les cuentan sus pesares a diferentes miembros del grupo.

Los barbudos se sienten identificados con las historias de la gente. Se conmueven con cada historia. La despedida termina con un abrazo consolador. Intentan llevarle un poco de alivio y esperanza.

Vuelven a subirse a los transportes. El viaje sigue al ritmo de “Vivo per lei” de Andrea Bocelli. La siguiente parada es Plaza Miserere. Una de las personas que los espera no quiso revelar su identidad, pero sí contar su experiencia. La primera vez que los vio se sorprendió. Nunca pensó que iban a darle comida. Mucho menos pensó que iba a establecer un vínculo con ellos. “Los veía como los de las películas, esos de las Harley Davidson”, cuenta el hombre que espera recibir su plato de comida. “Fue una muy linda sorpresa”, agregó.

La recorrida empieza alrededor de las 21.30 y termina cerca las 2 de la madrugada. Cada uno de ellos se levanta muy temprano al otro día. Tatuadores, choferes, barberos son algunas de las profesiones. Llegan tarde a sus casas. Los jueves por la mañana tienen un poco más de sueño. “Vale cada segundo de cansancio”, cuenta el lienzo.

Además de las rutinarias recorridas la hermandad apadrina comedores y hacen campañas especiales. “Nos contactan por las redes sociales y nos organizamos para poder ayudar en lo que la persona necesita”, cuenta el capitán Ponti. Arman largas jornadas tatuajes que cambian por alimentos. Las barberías improvisadas en lugares como colegios ayudan a juntar dinero. Los festivales de música es otra de las alternativas más elegidas para juntar donaciones. Los Bearded Villains buscan opciones para poder ayudar.


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