El contrabajista que interpretó a Jude en la serie The Eddy nació en La Habana pero vive en París, toca jazz pero grabó la banda sonora para la nueva película animada de Batman, está en pleno estreno de su último disco y no ve la hora de visitar Argentina.
Por Franca Boccazzi
¡Advertencia! Antes de comenzar a leer la entrevista, te recomendamos darle play a esta canción de Damian para que te acompañe en la lectura.
Damian Nueva llega a su casa agitado, como si hubiese corrido una maratón. En París, donde vive desde hace once años, son las cuatro de la tarde y todavía lo espera una larga jornada: la entrevista con ETER Digital es la primera de cuatro que tiene hoy con distintos medios de todo el mundo para promocionar su nuevo disco, Orisun. Si bien hace largo tiempo que el contrabajista y compositor es reconocido en el mundo del jazz, cobró aún más notoriedad con el brillo de su actuación y destreza musical en The Eddy, la serie de Netflix que se ganó el aplauso de muchos argentinos conquistados por la historia de un club de jazz en las afueras de París, y su banda de músicos que pasan por distintas situaciones que revelan lo sacrificada que puede ser la vida de un artista, pero también, cómo la pasión por la música persiste ante todo.
Vos venís de familia de músicos, ¿en algún momento quisiste dedicarte a otra cosa o siempre elegiste el camino de la música?
- Sinceramente, de niño no quería ser músico como tal, yo vivía la música como una pasión pero tenía mucha inclinación por la pintura, por las artes plásticas. Mi mamá me llevó a varios concursos, me inscribí en talleres, pero lo que pasa es que la música siempre ha estado en la casa con mis tíos, mis primos… Era como, tu sabes, cotidiano. Intenté hacer doble carrera, pintura y música, pero fue imposible. Me estaba preparando para hacer la prueba de aptitud en la escuela de arte, practicando mis bocetos en la azotea de la casa de mi abuela, que siempre ha sido la casa de la cultura del barrio donde ensayan todos los músicos, y con la rumba que había constantemente, fue imposible. Porque el mundo de la pintura creo que es más solitario, más silencioso.
¿Pasaste por otros instrumentos antes del contrabajo o el bajo?
- Empecé a estudiar percusión, pero una tía mía siempre me miraba y me decía: “Sobrino, tú tienes el ritmo, pero tú eres bajista”. Un día mi primo me puso un VHS de Weather Report con Jaco Pastorius y ahí dije: “Ohhh, ¿eso es un bajo?¿Seguro que es un bajo?”. Entonces ahí se fueron alejando las baquetas y fui agarrando el bajo. Después vi a Stanley Clarke, un gran contrabajista, fue otro que me impactó muchísimo para tocar el contrabajo.
¿Cómo surgió la decisión de irte de Cuba y por qué te instalaste en París?
- Yo siempre tuve mucha inquietud no solamente con el jazz, sino que siempre me llamó mucho la atención el género world music, que es la mezcla de música del continente africano con jazz y jazz percussive. Y siempre que caía un disco de esos en casa de mi tía, era de una disquera de Francia. Y decía: “Guau, allá deben estar pasando muchas cosas”. A su vez mis primos viajaban y me contaban que París, con todas sus cosas y los parisinos -ríe- era una locura, sabes. Yo no tenía la idea segura de irme a París a vivir, mi madre es profesora de francés y periodista, y yo odiaba cada vez que me obligaba a hablar francés, porque no me gustaba el idioma. Pero pasó el tiempo, y en una gira conocí a mi actual esposa que es francesa y bueno, dije: “Vamos a intentarlo”. Y aquí estoy, no me veo viviendo en otro país. Porque vivir de lo que te hace feliz es lo más importante, creo yo, y si te dan la oportunidad de hacerlo, hay que defenderlo a capa y espada.
¿Cómo es la situación para los artistas en Francia con la pandemia?
- Aquí tenemos la ventaja de contar un sistema que se llama Intermitencia del Espectáculo, algo único en el mundo: si en un año logras hacer 42 conciertos, fechas declaradas, y al año siguiente no llegas a esa cantidad, el gobierno te da una ayuda, como un paro. Y eso es oro para los artistas, sabes. Nos ayuda a crear proyectos que no son netamente comerciales, sino con un fin artístico, un valor cultural importante. Entonces la pandemia es dura sí, es muy dura, pero contamos con eso y ahora estamos buscando de qué manera trabajar. Lo que se piensa es hacer conciertos con la mitad de invitados, y ahí estamos, luchando para seguir en nuestra misión.
Está sentado en la silla y su posición se parece más bien a la de un helado derretido, pero el culpable no es el calor sino el agotamiento. Sin embargo el cansancio no le impide vociferar algunas risas, hacer chistes y desenvolverse con calidez. Sus brazos largos acompañan la gestualidad de dos manos que explican que últimamente tiene una vida de locos, con mucho trabajo. Porque aparte de dedicarse a su propio proyecto musical, a Damian lo contratan para componer y colaborar con distintos músicos, como la cantante marroquí Oum, el pianista Roberto Fonseca, John Legend o David Murray. Tan solo cuatro de una interminable lista de personalidades que trabajan con él. Una de sus actividades más recientes: tocar en la banda sonora de la nueva película animada de Batman, Batman: Soul of the Dragon, que se estrenará este año.
En The Eddy, más allá de la parte musical, se ven algunas escenas que hacen pensar que a veces que la vida del artista puede ser complicada. ¿Qué tanto se parece a la realidad, en ese sentido, la serie?
- Se parece mucho a la realidad porque los músicos estamos trabajando constantemente. Y sobre todo los músicos de jazz que, no sé por qué, muchos lo ven como una música muy elitista y difícil de entender. Pero hay mucha similitud por la pasión que implica, sabes. Hay gente que piensa que nos hacemos músicos para tener una vista en Youtube, o que si eres músico eres un vagabundo porque no estudias y no trabajas. Y no, la música es un trabajo durísimo, tanto como la ciencia. Porque es una renovación constante. Muchas veces los músicos hemos ido a trabajar gratis, y en la serie eso se ve bien reflejado: no se habla de dinero, eso de “llegar lejos” o que un productor venga a grabarte. Más que buscar fama y dinero, se busca notoriedad y respeto por lo que tu defiendes, lo que da vida a tu alma y el amor que llevas hacia la música. Y llueva, relampaguee o caiga una tormenta, queremos tocar, queremos el club, queremos seguir juntos y somos una familia a pesar de nuestras diferencias. En ese sentido la serie es muy real.
Tu actuación se luce mucho a pesar de no tener experiencia previa como actor. ¿Te resultó fácil interpretar el papel de Jude? ¿Recibiste consejos para explotar el papel?
- Tuve cinco o seis sesiones de actuación, porque no tenía la menor idea de lo que era actuar. Entonces aprendí gran parte de la base para lo que es interpretar un personaje, crear un personaje, y ya. Después, fue tirarme en una piscina, sabes. Fue tirarme en un vacío.
¿Y cómo te sentiste?
- Fue lindo, fue intenso y por momentos peligroso. Porque llegó un momento de la actuación que di tanto al punto que sentí que no era yo, sabes. Yo no tomo, no fumo, mis colegas saben bien que desde niño era yogurt, café con leche o refresco. En los tambores, en las fiestas religiosas, todo el mundo tomaba ron y yo refresco. Y me tocó interpretar un personaje completamente opuesto a mi, por su adicción a las drogas. No fue tan difícil sinceramente, modestia aparte. Soy una persona creyente, creo en las energías, los espíritus, los colores, las piedras, los elementos. Tengo fe de que existe algo que mueve este planeta y no es solamente el amor, hay otras energías. En Cuba tenemos la santería, así que me senté en mi casa a hablar con el espíritu que yo necesitaba. Puse un vaso de agua y le dije: “Para darte prueba de fe yo te voy a prestar mi cuerpo, pero mi corazón me pertenece”. Y lo sentí realmente así, de una manera muy religiosa por así decirlo, porque de por sí muchos colegas habían hecho el casting y yo, sin estar enterado porque estaba en Cuba, fui convocado porque me buscaban a mi.
¿Tenés alguna anécdota divertida o memorable de la serie?
- Fueron seis meses de filmación muy intensos, muy intensos. La música no estaba completamente hecha, se iba haciendo a medida que se iba grabando. Entonces se ensayaba un día y se grababa al otro, pero tenía que ser sin partitura. Yo llegaba a mi casa reventado y no podía dormir, sabes. Lo que más me cansó fue la música, los textos del personaje me los aprendía, sinceramente, diez minutos antes de grabar. Repasaba con la asistente sobre todo para probar la articulación y el acento porque bueno, el francés no es mi lengua materna. Y la escena que yo tenía que correr con el contrabajo, eso se repitió no sé cuántas veces, más de diez seguro: “Sube, baja, diga el texto, vamos para atrás”. Fueron seis meses agotadores pero llenos de alegría, con un buen resultado y estoy agradecido.
Hay una canción tuya en la serie, Toda la Gente, ¿cómo se incluyó en la serie y en qué te inspiraste para componerla?
- La canción la escribí por mi abuela. Ellos estaban buscando música para una escena un poco triste, un poco romántica y no se ponían de acuerdo. Vi que se estaban enredando y pensé: “Yo soy latino aquí, y aquí la voy a colar”. Entonces les dije: “Miren, yo vengo de esta cultura, de ese sentimiento, voy a tocar algo y me dicen qué les parece”. Toco la canción, quedan en silencio y Houda Benyamina (directora del capítulo) dice: “Producción, ésta es la canción que va, no quiero saber nada de otra cosa”. Y bueno, ahí quedó.
Con el acento que le dió La Habana admite que tiene que empezar a escuchar más música de Argentina. Pero conoce a Charly y describe que se quedó “frío” cuando, hace poco, escuchó por primera vez la canción de Spinetta, Hiedra al Sol. Conoció a Fito en Cuba, donde compartieron algunas rumbas, pero aún espera tener la oportunidad de compartir escenario con él. De su boca sale una sonrisa ancha cuando le toca decir que tiene amigos músicos cordobeses y que, aparte de admirarlos muchísimo por su talento, son de las personas con las que más se rió en su vida.
¿Qué es lo que más extrañas de Cuba?
- Muy sencillo: hablar con la gente. Eso es algo bien latino, de hablar sin tabú, sin cliché. Acá es una sociedad muy individualista. Eso de que tu te levantas a la mañana, el vecino te habla y te enteras de lo que pasa por hablar con el otro. Yo extraño eso. Y siempre he sido una persona conversar mucho sobre todo con las personas mayores, me encantaba hablar con viejitos. Cada vez que estaba en una parada de bus con mi instrumento, yo me acercaba y terminaba ahí horas y horas escuchando a los ancianos. Eso es lo que más extraño.
Tu nuevo disco se llama Orisun, que significa “fuente” en yoruba. ¿Por qué elegiste ese nombre y cómo definirías esta nueva obra?
- “Orisun” me llamó la atención porque significa la fuente, la raíz, pero también suena como “horizonte”, ¿no? Entonces, mi disco es exactamente eso: una forma de encontrarse gracias a la distancia. Tu no sabes quién tú eres hasta que te sacan de tu elemento. Te ponen en Eslovenia, Finlandia o Filipinas con personas que son completamente diferentes a ti, y ahí va a salir tu verdadero yo. Y mi disco tiene música afrocubana, por supuesto, pero hay jazz, una nana, hay un poco de funk, está bastante mezclado porque lo veo como un nómade de haber viajado, es mi forma de contar diferentes sensaciones. Y son once canciones porque hace prácticamente once años que me fui de Cuba, y nací en el mes once, así que me agarré de ese número.
¿Qué proyectos tenés de cara al futuro?
- Estoy componiendo mucho, me encanta componer. También me han invitado a festivales de cine para este año, y tengo un proyecto con un pianista de Los Ángeles y un violinista inglés para hacer música clásica con música latinoamericana, eso va a ser una locura. Y bueno, llevar mi música a la mayor cantidad de países posibles. Estoy loco por conocer Argentina, es una declaración de amor que tengo ya. Debo ir si o si porque, sinceramente, de Argentina y Brasil es de donde más me han escrito. Así que me gustaría ir, no solamente a dar conciertos, sino también talleres y para compartir experiencias.
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