Fernando Samalea, uno de los bateristas más importantes para el rock nacional, comenzó su carrera hace más de 30 años y se declara motociclista de carretera y bartender ad honorem y creyente de la vida sin responsabilidades.
Por Victoria Anselmo
¿Sabrá la gente que vive por Colegiales que tiene de vecino a uno de los bateristas más importantes para el rock nacional? Fernando Samalea estaciona su BMW 650 en la puerta de su casa, con la que realizó el primer “moto tour” argentino hace menos de un año, pero comenzó su carrera en los años ’80 junto a artistas como Charly García, Gustavo Cerati y Andrés Calamaro.
Sama es baterista y bandoneonista, pero también jugó en las inferiores de Platense y se recibió como maestro mayor de obras. Aunque tiene muchas cualidades para destacar, declara que la pasión que realmente compite con la música es su amor por la literatura y escribir, algo que lo atrajo desde chico, en específico las biografías
-¿Por qué crees que te interesan las biografías?
-Puede sonar cursi, pero es por amor a la vida, el hecho de valorar los cambios estéticos y momentos en que yo no estuve.
Tiene dos bibliotecas en su monoambiente llenas de todo tipo de libros de música, cineastas, artistas y poetas. “Estos escritos me proyectan a otra época, lugar y hasta a una vida diferente, cuando viajo me gusta visitar lugares que aparecen en mis libros”, revela mientras revisa “El París de Kiki”, la biografía con la que recorrió la capital francesa.
Es autor de dos ediciones que hablan sobre su paso por el rock. “¿Qué es un long play?” es la primera, que va desde sus inicios hasta 1997. Ahí detallas sus primeras giras y cómo empezó su amor al arte. En la segunda, “Mientras todos duermen”, describe hasta el 2010 su carrera con emociones y siempre una dosis de humor.
Su conexión con la música empezó desde muy chiquito. “Por una razón inexplicable, yo ya sabía desde los seis años que la música iba estar en mi vida”, cuenta mientras se sienta en el piso de su living.
En su familia nadie se relacionaba con la música, sus padres eran visitadores médicos, pero siempre lo apoyaron en todo lo que se propusiera. Ellos fueron los impulsores de su amor por la literatura. Y a los cinco años le regalaron el libro de “Las mil y una noches” con la dedicatoria: “A mi hijo Fernando, para que no pierda nunca el sentido de la fantasía y el ensueño”.
A lo largo de su vida fue fusionando estas dos pasiones y dándole forma; se describe como una persona que siempre tuvo la suerte de ver los dos lados de la moneda. En su juventud vivía cerca de muchas villas, pero los domingos comía en la casa de su abuela, que tenía un poder adquisitivo más alto, decía que en el camino hasta el día de hoy se dieron episodios muy parecidos. “Éstos lograron que nunca perdiera la inocencia o que se me subiera la fama a la cabeza”, confía.
Hubo giras con grandes músicos, historias y su relación con ellos, pero él hace hincapié en su presente. Tuvo la suerte de vivir y sentir muchas cosas a causa de su trabajo y cree fielmente en que no cambiaría nada de todo lo que vivió. En el escenario tiene dos versiones: la suya como baterista, que destaca su adrenalina; y la otra, con el bandoneón que muestra su lado más calmado y perceptivo.
-¿Cómo decidiste tomar estos dos caminos tan distintos?
-La batería fue como hecho mismo del pulso, caminar, el bailar; fue como conectar las situaciones que pasaban en mi vida. Y el bandoneón es esa cosa de respirar, se parece a una especie de oruga que tiene algo vivo conectado a vos, siento que sin pensarlo elegí dos instrumentos que definen dos partes de mi personalidad para estimularla y seguir creciendo con ella.
Hace una semana se tomó unas vacaciones y tocó con músicos de allá y la pasó hermoso, pero aunque ama viajar, sabe que Argentina es su casa. “Estoy mucho tiempo afuera, pero cuando éste es el lugar para llamar hogar”, comenta mientras se sirve un té.
-Hablando un poco de tu hogar, ¿por qué tenés tu premio Gardel en el baño?
-Jamás creí en esos premios. Es más me lo dieron cuatro años después de haberlo ganado. Es muy pesado, lo uso como decoración.
Samalea ganó este premio en 2010 por mejor álbum instrumental, el mismo año en que su compañero de tantos años Gustavo Cerati ganó el Gardel de Oro.
Entre charlas y mucho té casi al final de la entrevista suena el timbre. Es Guido Colzani, el baterista de “Banda de turistas”, que viene a ensayar unos proyectos con Fernando. La charla se volvió un gran repertorio de música de los setenta y ochenta acompañada de videos proyectados en una de las pocas paredes sin nada colgado en la casa. Y ahí estaban dos grandes músicos cantando y riendo con su té en mano en una terraza ubicada por el centro de Colegiales.
Agregar comentario