Acordeones Anconetani fue la primera y única fábrica del país. Fundada en 1918 y situada en Chacarita, funciona como museo y acervo cultural de cuatro generaciones de una familia italiana. Raúl Barboza, Tarragó y Spasiuk los siguen usando.
Por Marcelo Ghiso (@Kinshigasvilli)
Detrás de la fachada ubicada en Guevara 478, en el límite entre Palermo y Chacarita, se abre como un fuelle la primera y única fábrica de acordeones de la Argentina. El interior del local está detenido en el tiempo, como cuando hace más de un siglo Giovanni Anconetani, nacido en 1872 en Le Marche, la región italiana entre Los Apeninos y el Adriático, decidió establecerse en Buenos Aires en 1912 y dejar atrás los viajes marítimos con pesados instrumentos que vendía como viajante.
Giovanni ya era un erudito que construía, ejecutaba y vendía acordeones artesanales de la firma Paolo Soprani en Europa cuando se instaló definitivamente en la Argentina en 1918, para darle aire a la historia de los acordeones de la que sería la marca más afamada y original de Sudamérica por 70 años: Acordeones Anconetani.
Aída, anfitriona y sobrina de Nazareno, fallecido en 2013, también luthier y el menor de los hijos varones del fundador, recibe a los visitantes en la casa-local que albergó a cuatro generaciones de la familia. “¿Qué hace a estos acordeones tan singulares? Creo que la seriedad, el trabajo artesanal y la relación personal con el cliente que muchas veces se transformaba en amistad porque debían esperar hasta dos años para tener su instrumento”, afirma Aída.
Entre vitrinas y objetos hay dos carpetas: “Encargues”, dice una con bocetos e instrucciones escritas, y otra, sin nombre, que contiene los dibujos de las botoneras nacaradas de los bajos y acordes. También planos de construcción de estos instrumentos aerófonos compuestos por un fuelle, un diapasón y dos cajas armónicas de madera muy utilizados en la música de Europa y Latinoamérica.
Es sabido que los italianos llegados al país destacaban por su apego al trabajo y este luthier -que era un perfeccionista decidido a fundar su marca personal- se lo transmitió a sus cinco hijos que estudiaban y trabajaban en el taller, entre maderas de pino, herramientas, fuelles y celuloide.
Aída evoca ese tiempo: “Mi hermana mayor era secretaria y se ocupaba del calado artístico de las tapas de madera y celuloide, mi hermano mayor era el afinador, y mi papá se ocupaba de la mecánica del acordeón. Nazareno resolvía todos los problemas prácticos, los estuches, los enchapados y los nombres de los músicos y la marca”.
El primer cliente fue Ramón Estigarribia, “El yaguareté de las selvas correntinas”, que intercambiaba con Giovanni cartas e instrucciones para sus instrumentos. Se observan fotos de Pipo Pescador, que pedía reparaciones; planos e imágenes de chamameceros como Abelardo Dimotta y Ernesto Montiel, famoso por discutir cada pedido. Raúl Barboza, y Antonio Tarragó Ros quedaron atrapados por “la pureza y el poder de ese sonido de madera, limpio y puro”, como compuso el Chango Spasiuk en “Nazareno”, un tributo al último obrero del acordeón.
La fábrica cerró luego de la partida de Nazareno. “Íbamos a hacer un almanaque con acordeonistas mujeres pero era tan costoso que pensamos ¿Si hacemos un museo?”, dijo Aída, que decidió catalogar el acervo cultural existente en el taller y pidió asesoría a la Dirección Nacional de Museos. ¿Un imperdible? “El acordeón cromático, que ganó un premio en Europa en 1929”, revela Aída. Otros destacados: tres de los cuatro acordeones de la orquesta de señoritas Ferri, el Cirila que donó Pipo Pescador o el de doble teclado de Julio Erman “Gasparín”. También se pueden ver los afiches de la Orquesta Característica Anconetani, que durante 38 años animó muchos “bailongos”, compartiendo cartel con orquestas de tango.
A metros de la fábrica-taller, en Guevara 490, los herederos de Giovanni instalaron el Museo Anconetani del Acordeón (Musa) en noviembre de 2005. El lugar es casi un hallazgo antropológico que hoy muestra cómo era la vida de una familia de inmigrantes en la primera mitad del siglo XX. Allí se realizan recitales, charlas, clínicas con músicos jóvenes, visitas de colegios e intercambio con otros países, como Colombia, Estados Unidos, Portugal, Italia y el País Vasco. El Musa es parte del circuito de La Noche de los Museos y la gente se reúne en la calle para escuchar y bailar al ritmo de las canciones del litoral, italianas, francesas y balcánicas. Puede visitarse los martes y jueves de 15 a 18.30 con entrada gratuita y se reciben consultas en el 4553-9440.
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