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Dos vidas, un momento histórico


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Silvio Katz y José Lico, son ex combatientes de Malvinas que por esta entrevista para ETER Digital supieron, 40 años después, que al finalizar la guerra habían estado a bordo del mismo buque que rescató a los soldados argentinos prisioneros.


Silvio Katz y José Lico, son ex combatientes de Malvinas. Sus vivencias en la guerra fueron muy distintas; Silvio estuvo en tierra y pasó momentos terribles, tantos, que las palabras no alcanzan a ser precisas; a José el maldito número 920 del “famoso” sorteo, lo mandó a ser soldado en la Marina.

La convivencia con la muerte y la aleatoriedad de la misma, corría para ambos. Pero no sólo eso los unía. El 17 de junio de 1982, una vez dada por perdida la guerra, José a bordo del buque hospital “Bahía Paraíso” rescató a los soldados prisioneros, que habían quedado en la Isla, entre ellos a Silvio Katz. No se recuerdan, porque en ese viaje de regreso, había el triple de personas de las que realmente entraban en el buque.

A través de estas entrevistas, supieron de la existencia uno del otro. Silvio habló sobre su resiliencia y el presente. José Lico contó cómo fue vivir en un buque de guerra.

Dos historias, un regreso histórico, un mismo desconsuelo al ver la bandera inglesa clavada en las Islas Malvinas. Y la certeza de que no querrían ver a sus descendencias pasar por lo mismo, como lo llama Silvio, la peor de las enfermedades humanas: la Guerra.

José Lico, el salva vidas

¿A qué edad te convocaron para ir a Malvinas?

Cuando hicieron sorteo aún tenía 19 años y me tocó un número alto, el 920, que pertenecía al sector de la Marina. Me llamaron unos meses después. A los 20 años hice una instrucción en la que nos mandaron a Puerto Belgrano donde estuvimos dos meses, todos los colimbas. Luego dijeron que me tocaba el pase y medio en chiste anticiparon que me iba a cagar de frío.

¿Quiénes te hicieron ese chiste?

Los superiores que daban el destino, nosotros no teníamos ni idea. El buque que nos trasladó a la Antártida fue el “Bahía Paraíso”. Al principio de vivir en un barco vomitas. Y pasar por el pasaje Drake, con olas de 7 metros donde allí se mezclan los mares, se llama “el bautismo del marinero”, el punto más complicado. Cuando llegábamos a cada base de la Antártida teníamos que descargar cosas para la gente que se quedaba ahí y en los puertos del continente cargar combustible. A fines de marzo nos comunicaron que íbamos a tomar Malvinas.

¿Dijeron la palabra Guerra?

No, tomar.

¿Les dieron algún entrenamiento especial?

Primero fuimos a tierra y embarcaron a toda la gente de los comandos de Astiz. Teníamos poco armamento porque era un transporte polar. Nos habíamos enterado que el 2 de abril tomaron Malvinas. Pensamos que iba a ser todo pacífico, pero aparentemente los ingleses tenían la orden de resistir. Tomamos Georgia, embarcamos a todos los heridos y nos volvimos para el continente, dejando personal propio allí. El 3 de abril subimos al barco 30 y pico de prisioneros ingleses. A partir de ahí la misión nuestra era llevar equipamiento, tanques, combustible, armamento, todo lo que necesitaran en Malvinas.

¿Cuándo pasaron a ser buque hospital?

Cuando llegó la flota de Inglaterra decidieron que el barco nuestro, como no era de guerra, se iba a transformar en una sanidad en combate. Entre todos, lo pintamos de blanco al barco, con dos cruces grandes rojas, para identificarlo y se armaron tres quirófanos. Vino personal médico, nos enseñaron los sentidos de circulación en el barco, como trasladar una camilla, todo lo que había que hacer para colaborar, en un buque hospital.

¿Había cierto “respeto” por los buques hospitales?

Sí, pero tuvimos un ataque. Yo supongo fue porque el buque siguió haciendo viajes con cosas que no eran sólo médicas. Una madrugada frente al puerto de Malvinas tiraron dos misiles desde un helicóptero, uno explotó cerca de la proa y el otro en tierra. Después de eso se presentó una queja y embarcó gente de la Cruz Roja para cerciorarse de que el buque esté cuidado. En ese proceso, tuvimos comunicación con buques hospitales ingleses, para que ellos nos pasen los heridos argentinos, nosotros les pasábamos los heridos ingleses.

¿Qué pasó cuando terminó la guerra?

El 14 de junio nos enteramos de que nos rendíamos y pensamos que nos íbamos para casa. Pero a nosotros nos tocó hacer dos viajes más ya con la bandera inglesa en las Islas Malvinas. Volvimos para traer a nuestros prisioneros, preferíamos que volvieran con nosotros y no con las fuerzas inglesas. Navegamos entre los buques ingleses, que habían ganado. En el barco entrábamos 300 y en uno de esos viajes fuimos 2 mil. Dormíamos en los pasillos. Los chicos eran piel y hueso, todos sucios, defecados encima, con poco abrigo y sucio, con hambre. Cocinábamos poco, mate cocido con pan. Nosotros les dimos nuestra ropa, las de ellos se quemaron. Muchos, tiempo después, nos agradecieron.

¿Vos lo viviste así, como, “perdí una guerra”?

Al principio sí, porque te ponen en la cabeza lo de dar la vida por la patria. Después te cae la ficha de que podía haber sido una catástrofe, de que te podían haber matado inútilmente. En ese momento queríamos defender a la patria.

Ahora que sos abuelo, si hubiese una guerra y le tocara vivir eso a tu nieto ¿Cuál sería tu sentimiento?

Mucho miedo. En ese momento quería pelear, pero cuando me cayó la ficha entendí que no estábamos preparados para eso, que claramente nos iban a hacer pomada. 

“Vivir para contar” Silvio Katz

La historia de Silvio Katz es pública hace más o menos 10 años. Antes no pudo hablar. La impunidad de los cobardes lo escondió, el silencio de la sociedad y la hipocresía de los gobiernos democráticos, paralizaron sus palabras.

En 1982, faltando 15 días para terminar el servicio militar obligatorio, Silvio fue trasladado del Regimiento 3 de infantería de La Tablada a Comodoro Rivadavia y de ahí a las Islas Malvinas, en el marco del “Operativo Rosario”.

Silvio contó que en la guerra fue torturado por tener apellido judío, por un superior de su propia tropa: el suboficial Eduardo Flores Ardoino, que expresaba una clara ideología nazi. Estuvo 60 días sin comer, hasta que lo tomaron prisionero junto con otros compañeros y contó que ejército británico lo trató mejor que sus propios jefes de guerra.

Si hay algo que caracteriza a Silvio es su resiliencia: la capacidad que tiene para salir adelante y la manera particular de comprender el mundo. Es una persona cálida y cariñosa. “Aprendí a ser feliz con poco. Me di cuenta que se necesita de una rica familia, un buen lugar que sea tu hogar, una buena mascota y todo lo demás va llegando. Yo antes pensaba que había que caminar y buscar la felicidad, ahora creo que hay que transitarla y el resto viene solo”.

– ¿Crees que la felicidad es un aprendizaje?

-Sí y que todos los días tenemos que trabajar para aprender. Yo pensaba que uno buscaba la felicidad como una meta, al final del camino. Ahora creo que la felicidad es el camino.

– ¿Viajaste de nuevo a la isla?

-Sí, dos veces. La primera por un sorteo fortuito de una marca de cigarrillos, en el 2001. Estaba peleado con Vero, mi compañera de vida. Ella en Chivilcoy y yo acá, la llame para ver si quería hacer un viaje conmigo y volver amigados. Le dije a Malvinas -se sonríe-. No me creyó, creo que vino a ver si era verdad que tenía el viaje a Malvinas pago para dos personas.

– ¿Una empresa de cigarrillos financia un viaje que debería pagar el Estado?

-Nosotros fuimos reconocidos como veteranos de guerra recién a fines del ´91, principios del ´92. Imagínate que, si tardaron diez años en reconocernos, lo que pueden llegar a tardar en pagarnos un viaje, una locura total. Pero fue un combo de promoción, porque fuimos dos y volvimos tres -sonríe-. Vero volvió embarazada de Agustín. Por eso siempre cuento, y se me hace un nudo en la garganta, que Malvinas se quedó con el Silvio de 19 años, porque yo no volví a ser el mismo jamás, pero me dio a mi hijo, que es mucho más de lo que me sacó.

–   ¿Y el segundo viaje?

La segunda vez fue por elección familiar. Hace cuatro años Fabricio, mi otro hijo, insistió mucho en ir. Él cambió a partir de ese viaje. Me acuerdo que levantaba piedritas de la isla o proyectiles que todavía hay porque los ingleses tienen todo turístico la parte de los campos de guerra, también había pedazos de zapatillas. Caminábamos y me hacía preguntas. Mi hijo tardó más de diez años en poder expresarse y una vez que pudo, me dijo que quería ir a la isla a conocer parte de las raíces de su padre. Se tatuó las Malvinas porque para él soy yo y defiende mi causa como si fuera yo mismo.

–   ¿Qué les contas a tus hijos de Malvinas?

–   En casa se habla de historia, les transmito el después de ese adolescente de 19 años que fue a una guerra. Viví una desgracia terrible, de las peores enfermedades que hay en el mundo, que es una guerra. Desde ese punto de vista, yo me paro y les digo “gente se puede”. 


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