Una nueva corriente de jóvenes organizados y preocupados por el medioambiente salió a las calles a reclamarle al Estado que adopte medidas urgentes para luchar contra el cambio climático.
Por Hugo Del Valle y Servidio (@Hache_DelValle)
Un grupo de 20 adolescentes va abriéndose paso a través de un mar de gente frente al Congreso de la Nación. Muchos lucen sus rostros cubiertos con barbijos de color verde que rezan S.O.S en letras blancas. Varios llevan pancartas y botellas de plástico llenas de colillas de cigarro o bolsas de residuo con distintos envoltorios desechados dentro. La gente que está apostada sobre la Plaza de los dos Congresos los ve y los oye llegar, automáticamente todos los celulares y las cámaras de los fotógrafos los apuntan. Sus pancartas hablan por ellos: “Si no escuchás al planeta, me escucharás a mí”; “Hay más plástico que sentido común”; “Cuando los dirigentes se portan como chicos, los chicos salimos a la calle”. Sobre el otro extremo de la plaza, un grupo de chicas aún con sus uniformes escolares de color bordo, posan para las fotos con sus carteles hechos a mano. “Somos la especie en peligro de extinguirlo todo”, “El planeta está en crisis” y “Ni un grado más, ni una especie menos”, son en esta oportunidad su lemas de batalla.orgullosos sus carteles, probablemente confeccionadas con ayuda de sus madres o padres. “Mi hijo merece un mundo mejor” “Cuidemos el planeta” y “No hay Planeta B”, declaran en esta oportunidad. Todos estos niños, niñas y adolescentes tienen algo en común, todos son parte de algo nuevo, de algo más grande. De una u otra forma todos ellos encabezan una nueva corriente mundial de jóvenes organizados y preocupados por el cuidado del planeta, que sale a las calles a reclamarles a sus mayores y a los políticos que no se queden de brazos cruzados, y que adopten de manera urgente medidas para luchar contra el cambio climático. Todos ellos, a diferencia de sus predecesores, tienen conciencia ambiental.
En épocas de redes sociales, todos estos niños, niñas y adolescentes adoptaron un hashtag como estandarte, #FridayForFuture, o “Viernes por el futuro” en español. Un grito de guerra originado por Greta Thunberg, una adolescente sueca de 16 años, que en agosto de 2018 comenzó a dar discursos y hacer paros, primero en su escuela y luego frente al parlamento de su país, para reclamar contra el cambio climático. La campaña rápidamente se viralizó por el resto del mundo y comenzó a ganar adeptos.
En su versión nacional, este 24 de mayo y en el marco de la segunda manifestación mundial contra el cambio climático, este movimiento presentó un proyecto de ley para que se declare la emergencia climática en todo el territorio argentino, como ya se hizo en el Reino Unido e Irlanda el 1 de mayo último. Además, el colectivo exigió la creación de una comisión que incluya a miembros de la sociedad civil, pueblos originarios y científicos designados por el Conicet para poner en marcha políticas ambientales alineadas con el Acuerdo de París para limitar el aumento de la temperatura del planeta en 1.5°C, reducir en un 45 por ciento las emisiones de gases de efecto invernadero para el 2030 y producir la energía del país de forma 100 por ciento renovable para 2050.
Bruno Rodríguez (18) pertenece a “Jóvenes por el clima”, una de las organizaciones participantes, y hace especial hincapié en que, al ser este un año electoral, “todos y cada uno de los políticos que se postulen”, para poder ser funcionarios públicos, tienen que adoptar una postura en torno a la crisis climática. “Tienen que detallar sus planes sobre cómo van a combatir esta crisis” dice, porque estos jóvenes consideran que la crisis climática es “un asunto de derechos humanos”, ya que “los sectores populares, las personas, los pibes y las pibas que viven en las villas de emergencia son justamente quienes sufren las peores consecuencias”. María, de 19 años y de la misma organización, agrega: “Tenemos que entender que el cambio climático y el cuidado del medio ambiente no son una mera cuestión científica, sino que son principalmente una problemática política y debe ser comprendida desde una perspectiva de derechos humanos y justicia social”.
En ese momento el público ya vuelca su atención hacia el escenario principal, ese que se jacta de ser el primero alimentado 100 por ciento por energías renovables, y por el que a lo largo de la jornada desfilarán distintos oradores y organizaciones. A “Jóvenes por el clima” lo seguirá “Climate Save”, “EcoHouse”, Ofelia Fernández, la joven militante del “Frente Patria Grande” que aspira a un lugar en la Legislatura porteña, y Charly Alberti, exSoda Stereo devenido hace algunos años en activista ambiental.
En un planeta en el que, según el informe elaborado por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), el 70 por ciento de las tierras cultivables del planeta está destinada al pastoreo de los animales y, del 30 por ciento restante, un tercio se utiliza para el engorde de los mismo, no resulta extraño que Romina, de Climate Save, haga hincapié en la importancia de “reducir el consumo de productos de origen animal en la alimentación”, ya que “la ganadería y la agricultura animal son el sector número uno en contribución de gases de efecto invernadero” y la Argentina no es la excepción. Según el Inventario Nacional de gases de efecto invernadero, la ganadería es responsable del 20,7 por ciento de las emisiones en el país.
Entre ese mar de gente una rubia de pelo trenzado, gafas tipo aviador y jardinero de jeans, se pasea y los más jóvenes la frenan para sacarse selfies. Es Cony Isla, la instagramer, música y activista por la liberación animal, que considera que todo ellos “pertenecen a un grupo selecto de la sociedad que tiene el privilegio de tener acceso a la información” y que “tiene la obligación y responsabilidad de usarla, no sólo correctamente, sino moral y éticamente”. Además, y en coincidencia con lo que decía Romina, ella también cree firmemente que “lo primero que hay que hacer para poder ayudar en esta emergencia climática, es cambiar de hábitos alimenticios”, que “es urgente” y “es la manera más directa”.
Llegó la noche y la movilización llegó a su fin, y ya no queda nadie en la Plaza de los dos Congresos. Todas esas niñas, niños y adolescentes ya no la decoran con sus pancartas y sus barbijos, el mar de gente se escurrió y algo que identifica y diferencia a esta movilización de cualquier otra que uno puede encontrarse por ahí, salta a la vista. Acaba de terminar una manifestación, y sin embargo acá, frente al Congreso, no hay un solo papel en el suelo, no hay botellas vacías, ni envoltorios de comida tirados por ahí. Porque todos estos niños, niñas y adolescente, a diferencia de sus predecesores, tienen conciencia ambiental.
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