Los Ramones se hicieron de muchos seguidores en Argentina, que hasta hoy siguen rememorando alguna de sus antiguas visitas ¿Qué es lo que genera este nivel de fanatismo?
Por Pablo Orrego (@ThePabloOrrego)
Afuera del estadio Obras se agolpan 5.000 personas. Son 300 más de la capacidad máxima del lugar, pero aún así van a entrar. Sobre el escenario se ubican cuatro pibes salidos de Nueva York, que, vestidos con jeans apretados y camperas de cuero, se preparan para tocar. Detrás de ellos se encuentra la bandera con el nombre de la banda: “The Ramones”.
Ese recital se dio el 4 de febrero de 1987. Volverían recién en 1991 y de ahí hasta 1996 vendrían una vez al año, realizando 26 recitales en 6 años. La banda, que en Estados Unidos lograba llenar a penas salas con unas 500 personas, dio shows en el estadio de Vélez, en el de Newell’s y su última presencia fue en el estadio de River, que vibró con 40 mil personas.
La denominada ramonesmanía fue un fenómeno que se dio cuando la vida de la banda ya estaba llegando a su fín. Habían pasado casi 20 años desde su formación, los miembros habían comenzado a cambiar, los intentos musicales de conseguir éxito con sus discos en las tablas de Estados Unidos seguían sin rendir fruto y a pesar de todo lograron hacerse de una gran base de fanáticos en países tan lejanos como Japón, España, Brasil y Argentina.
Mariano Asch, periodista, manager musical y productor de bandas, reconoce esta rareza: “Tratar de comprender el éxito de los Ramones en Argentina es explicar lo inexplicable, no tiene lógica, no tiene razón, simplemente sucedió”. Asch es autor del capítulo dedicado a los recitales de los Ramones en Argentina, que aparece en el libro del tour manager de la banda, “En la ruta con los Ramones”, y reconoce que hay un factor que unifica a los fans: “Todos los que escuchábamos a ese grupo éramos unos freaks que no encajábamos en ningún lado”.
Juan Rivadeneira, fanático que asistió a 18 de los 27 recitales de los Ramones, coincide: “Para un joven no había esperanzas, era una etapa de falta de oportunidades y los Ramones era lo único que te daba alegría, le daban felicidad a los que éramos unos freaks”.
Esa imagen tan cercana y empatizable resonaba en una juventud que se estaba enfrentando al cierre de fábricas, a la convertibilidad y una dura rivalidad con la policía, luego del asesinato de Walter Bulacio. “Veíamos reflejado lo vacía que era nuestra existencia, vacío que se llenaba con un grupo que cantaba sobre las frustraciones adolescentes que teníamos”, considera Asch. Temas que hablan sobre querer aspirar pegamento (“Now I wanna sniff some glue”) o golpear a los pendejos con bates de baseball (“Beat on the brat”) iban al hueso con sus mensajes.
“Conocerlos fue el motor de llevarme a querer hacer música”, explica Sebastián Expulsado, líder de una banda donde, como en los Ramones, todos los miembros adoptaron el mismo apellido. “Sonaban a que uno también lo podía hacer, por eso nos juntamos y armamos una banda con lo que teníamos, dos guitarras criollas y unas ollas como batería. Era la cultura del hacelo vos mismo del punk”, agrega.
Los Expulsados no estuvieron solos en este movimiento que revitalizó al punk nacional. Bandas como Attaque 77, 2 Minutos, Doble Fuerza, Mal Momento y Flema tuvieron su punto de partida alrededor de las visitas de los Ramones. Se trataba de bandas nacidas en el conurbano. “Acá se daba una realidad similar a la que los Ramones tenían en su barrio”, comenta Sebastián. Se alejaban de la escena local, dominada por Sumo, Virus y Soda Stereo.
Para los miembros de los Ramones la relación con nuestro país fue un tanto agridulce. Si bien el recibimiento multitudinario era algo que les impactó y atrajo, el asedio de los fans era algo a lo que no estaban acostumbrados. “Los Ramones eran parte de la calle, no parte del hotel”, explica Gerardo Barberán Aquino, periodista musical y autor del libro “Nadie más que nosotros: los Ramones en Argentina”, y agrega: “Fue la confirmación de lo que sabían que podían generar”.
Este nivel de obsesión saturó incluso a Dee Dee, primer bajista de la banda, que vivió en Banfield con su novia argentina entre 1994 y 1996. En una carta cuenta molesto que durante el último recital de los Ramones, en 1996, la gente se agolpaba en la puerta de la casa para pedirle entradas, a pesar de ya no estar en el grupo.
El fanatismo sigue vivo. Cada año, los miembros que siguen vivos regresan con sus bandas nuevas. En estos shows uno puede ver cómo aquellos que durante los noventas vieron a los Ramones en vivo, ahora llevan a sus hijos y hasta ellos van con pequeños en brazos. Los Ramones son un clásico y sus seguidores están por todas partes. Así lo confirma también Barberán Aquino: “Siempre pienso que el entusiasmo llegó a su fín, porque ya no hay nada por descubrir. Pero cada vez que voy a un show de un ex Ramone me doy cuenta de que el fanatismo no hace más que aumentar”.
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