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El regreso a Armenia


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Tras el genocidio armenio desarrollado entre 1915 y 1923, los sobrevivientes escaparon hacia los lugares más remotos del mundo para reagruparse y reanudar sus vidas en comunidad. Más de 100 años después, la cultura se mantiene y las nuevas generaciones  buscan seguir forjando lazos con la tierra de sus ancestros.


Todo pueblo tiene un nexo en común que une a su gente a pesar de las infinitas diferencias que puedan existir. Comidas, bailes, música, tradiciones, vestimentas. A los armenios los une un factor que toca una fibra delicada en cada uno de ellos: la supervivencia a un genocidio de hace más de 100 años que los obligó a dejar sus tierras y diseminarse por el mundo, creando nuevas comunidades en las que pudieran mantener su cultura y, en paralelo a integrarse, poder recordar y forjar lazos con sus raíces.

En 1922 se creó el Centro Armenio argentino en Buenos Aires, inicialmente como un lugar de encuentro, donde abrazarse y bailar. En 1932 se mudó a donde se encuentra actualmente, en Armenia (ex Acevedo) 1353. Desde 1984 cuando se cruza la Avenida Córdoba hasta llegar a Santa Fe, no sólo se encuentran diversas instituciones pertenecientes a la comunidad -fáciles de identificar por las banderas que cuelgan en el exterior de los edificios-, sino que el nombre de la calle se transformó en honor al núcleo que generaron los armenios en el barrio de Palermo. Armenia se mudó hacia ellos, a la comunidad. Porque donde se juntan dos armenios en cualquier parte del mundo, hacen una pequeña Armenia.

¿Qué te marca como individuo: el lugar donde naciste o lo que traés como bagaje de identidad?”, se cuestiona el Director de Relaciones Institucionales del Centro Armenio de Argentina Juan Sarrafian y explica que lógicamente toda transferencia viene de la mano de la insistencia. “Te marca saber que pertenecés a un pueblo que tiene siete mil años de historia, que hay un país que por más que sea pequeño, está. Y encontrás cosas que son maravillosas, encontrás lo moderno, pero encontrás historia y al pueblo de donde eran tus viejos o tus abuelos”.

Armenia como pueblo milenario conserva su territorio, a pesar de la dispersión y las variaciones que atravesó. Para muchos de los que conforman la comunidad en Argentina, su ciudadanía es más reciente y pura casualidad. Por tal motivo, se consideran fusionados totalmente por ambas culturas: “Nos sentimos argentinos, agradecidos de que le abrieron las puertas a nuestros antepasados, a nuestras familias y somos armenios porque no dejamos nuestra identidad”, expresa Verónica Avakian, Presidenta de la Asociación Civil Armenia de Beneficencia para la América del Sur.

Para los armenios es fundamental la educación y por eso invierten mucho en ella. Según Sarrafian, lo consideran una forma de devolverle al país lo que les brindó: “Entendemos que la vida, aunque uno haya sufrido lo indecible y el horror más grande, tiene que continuar. Le damos mucha importancia a la cultura y a la transferencia de las costumbres”. También lo utilizan como una herramienta clave para conservar sus raíces: en los colegios armenios enseñan el idioma y la historia. Para finalizar con el trayecto de enseñanzas, los estudiantes que egresan viajan en grupo al país de sus ancestros.

En el Instituto Educativo San Gregorio El Iluminador cada viernes por la noche las familias de la promoción del año entrante preparan el shish (término que proviene del típico fierrito armenio utilizado para cocinar), un proyecto institucional con el fin de juntar fondos para el viaje. Las madres cocinan desde temprano, los padres se ocupan de la parrilla, los chicos sirven las mesas y luego realizan un típico baile de la colectividad. “Para nosotros es una actividad formativa”, destaca Leonardo Krikorian, uno de los padres que organiza los encuentros para la camada de 2023. A nivel interno, porque los chicos se esfuerzan para financiar su propio viaje; y externamente, los comensales que no pertenecen a la comunidad vivencian por unos instantes parte de su cultura.

La experiencia del shish te une mucho como curso y todos tenemos una motivación que es conocer Armenia”, cuenta Máximo Zamkotian, estudiante del San Gregorio. Le genera una gran emoción saber que pronto viajará y verá en primera persona lo que aprendió por tantos años: “Soy armenio, hablo armenio, pero nunca conocí Armenia”.

Otros alumnos tuvieron la oportunidad de conocer la tierra de sus ancestros, aunque no guardan muchos recuerdos. Liana Gabrielyan nació en Armenia en 2005 y a los tres años se mudó junto a sus padres y hermanos a Argentina. Para ella es muy especial regresar ya que allí vive su abuela, tíos y primos. Viktorya Zakaryan nació en Rusia y conoció Armenia cuando tenía dos años; su familia no sufrió el genocidio por la zona en la que se ubicaban, pero actualmente se encuentra allí. Sus padres son armenios y así la criaron: “Pisar Armenia es el sentimiento de estar en casa, porque crecimos ahí y es volver a nuestras raíces”.

En el viaje a Armenia los egresados recorren los lugares más importantes del país. Hay iglesias en todos lados, incluso en medio de una montaña. “Cuando entrás en un templo que tiene 1500 años, ves en la pared inscripciones de los enemigos que invadieron y decís: ‘caramba, ¿quién estuvo parado acá donde estoy yo?”, reflexiona Serrafian.

En sus casas se habla poco español, se mantiene el armenio. Máximo agrega que: “Muchas abuelas cuando les hablás en castellano se enojan y dicen: ‘¿Por qué no hablas armenio?, te vas a olvidar’”. El orgullo, la constancia y la necesidad de transmitir para que no se diluya una cultura milenaria están presentes.

Desde que empiezan el colegio en sala de dos les hablan de Armenia, de sus raíces, de las raíces de sus abuelos, de su sangre. Los alumnos ansían estar en quinto año para realizar su viaje de egresados y tal es el entusiasmo que a eso dedican por un año cada viernes: “Lo hacen con alegría, saben a dónde van a ir, quieren conocer”, resume Avakian, también madre del Instituto y explica la diferenciación del proyecto respecto a otros. 

Si sobrevivimos 7000 años, podemos estar 7000 más”, asegura Sarrafian. A pesar de estar esparcidos por el mundo y constantemente amenazados por cuestiones de índole geopolítica, la cultura armenia sigue fuerte y los miembros de la comunidad sienten el deseo de seguir conectando con sus raíces para mantener la tradición viva, de generación en generación. 

Más allá de lo escolar e institucional, las familias se ocupan de moldear el paladar, de afinar los modismos lingüísticos y así seguir formando armenios. Miles de kilómetros recorren el globo de punta a punta, pero sea en Argentina, Armenia o en cualquier parte del mundo, los armenios son armenios, aman y anhelan conocer para honrar a su madre Armenia.


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