SOCIEDAD
EN INTI NO SOBRA NADIE

Hace seis meses, el Instituto Nacional de Tecnología Industrial quedó con 258 empleados menos, despedidos sin causa. Los “ajustes” en el organismo que certifica la mayoría de los productos industriales y tecnológicos afectan directamente al desarrollo del país. Por qué desarmar este instituto es un retroceso inconmensurable para la industria nacional.
Por Nerea Velázquez
El 26 de enero de este año, 258 empleados del INTI se enteraron, mediante una lista informal y sin notificación legal de por medio, que habían sido despedidos. Desde ese entonces, y hasta hoy, acampan en la entrada del Instituto y realizan movilizaciones en el Congreso de la Nación y en el Ministerio de Hacienda, exigiendo la restitución a sus puestos de trabajo.
El INTI es un organismo de ciencia y tecnología que depende del Ministerio de Producción. En él se realizan piezas de satélites, sensores para detectar toxinas o alérgenos en comidas, pegamentos a base de proteínas de la leche o envases más seguros para alimentos, entre otros miles de procedimientos. Pero esta institución, sobre todo, se encarga de las certificaciones de la mayoría de los productos industriales y tecnológicos del país.
Micaela Rivero es una de las despedidas. Su función fue, durante once años, la certificación de pilas y baterías. “Todas las pilas y baterías que ingresaban al país obligatoriamente tenían que pasar por el INTI, las certificaba yo y recién después de ese proceso podían ingresar”, cuenta. Ella obtuvo su puesto a base de esfuerzo y de cursos y capacitaciones que tomó en el predio, herramientas para los empleados que se dejaron de brindar los últimos años.
Javier Ibáñez fue funcionario del Gobierno de la Cuidad de Buenos Aires durante la gestión anterior de Horacio Rodríguez Larreta y asumió la presidencia del INTI en diciembre de 2015, luego del triunfo de Cambiemos en las elecciones presidenciales del país. “Previo a esto, en la última etapa del gobierno kirchnerista, empezamos a sentir un abandono por parte del Estado. Hubo falta de infraestructura, de capacitación, de dinero para insumos. Nosotros, con la Agrupación Naranja, de la cual formo parte, veníamos denunciando este vaciamiento. Cuando Ibáñez tomó la presidencia, las maniobras de reestructuración se vieron desde un principio, y culminaron con la estocada final de estos 258 despidos sin causa”, advierte Rivero.
Los motivos que las autoridades adujeron en la lista que le llegó al gerente de Recursos Humanos con los nombres de los despedidos, fueron: ausentismo reiterado, incumplimiento de horarios laborales e implementar un nuevo orden en la institución. Además, dijeron que durante los últimos años del gobierno anterior, este y otros organismos estatales se llenaron de personal innecesario. Sin embargo, la bandera que colgaron los despedidos en enero, y que allí se mantiene, en las puertas de entrada ubicada en la colectora de la General Paz en el partido de Gral. San Martín, dice: “En el INTI no sobra nadie”. La mayoría de los ex empleados contaba con un promedio de entre 15 y 20 años de antigüedad. Por otro parte, un relevamiento que hicieron arrojó que un 99% no reprobó nunca un informe anual, y el 68% cobró el adicional por presentismo.
La cantidad de empleados del INTI rodeaba los 3100 y casi el 10% de su planta fue despedida sin causa ese viernes. Después de conocerse el listado, los directores técnicos y científicos firmaron una carta en la que rechazaron fuertemente las bajas. Un jefe y gerente de uno de los sectores más importantes fue destituido de sus cargos luego de que las autoridades le solicitaran -cuando estaban preparando la lista a fines del 2017- los nombres de los empleados de su sector a los que había que despedir. “Yo me negué, y me sacaron el puesto de jefe y gerente del área. Pero para mí fue más importante poder volver a mi casa tranquilo, mirar a mis dos hijas a los ojos y sentir que había hecho las cosas bien”, dice el ingeniero, que trabaja allí desde hace 25 años y que ahora ocupa un cargo de menor rango. Además, asegura que: “Una institución de tal envergadura difícilmente pueda seguir desarrollando sus actividades con normalidad sin esa cantidad de empleados. Los procedimientos que aquí se realizan representan al brazo tecnológico que hace que la industria pueda desarrollarse. Desde las pymes hasta las grandes empresas. Desarmar y ajustar un instituto como es el INTI es un retroceso inconmensurable para la industria del país”.
La gran mayoría de las 258 personas eran activistas gremiales, como Josefina García, una maestra y delegada de la Agrupación Naranja que trabajó durante quince años en el jardín maternal, que funciona desde hace 40 dentro del predio sólo para los hijos de los empleados. “Del jardín nos despidieron a tres personas, pero lo más doloroso de todo, fueron los 29 nenes que se quedaron sin la posibilidad de acceder a la escolaridad este año producto de las bajas de sus padres”, dice. “Si bien todos los despidos duelen, eso fue el ataque más cruel, más atroz”, agrega.
Pasados los 47 días que duró el acampe, decidieron levantarlo para tener un gesto con las autoridades que habían intentado resolver la situación en una mesa de negociación, pero los resultados no fueron los esperados. Desde entonces, siguen realizando acampes en la entrada una vez por semana durante 72 o 96 horas, y movilizándose a donde haya que ir “para seguir visibilizando nuestra lucha”, aclara García, cuya situación actual es diferente. Ella, junto a otros 32 delegados del INTI, presentaron una medida cautelar por la que la Justicia falló a su favor y consiguieron ser reincorporados a sus puestos de trabajo. Sin embargo, siguen buscando la solución para todos los despedidos mediante asambleas y más pedidos de mesas de negociación. A pesar de que la restituyeron provisoriamente, la maestra sigue presente en el reclamo: “Lo que más deseo es poder conseguir las reincorporaciones, pero también que los 29 nenes vuelvan al jardín, sobre todo. Es lo más importante para mí. Después veré, llegado el momento, cómo sigue mi situación. Si esto lleva a que me tenga que ir de nuevo de INTI, me iré, pero peleando por mis compañeros”.
Guillermo Díaz trabajó durante 22 años en el sector de Compras y también fue despedido. Pertenecía al gremio de ATE. Durante los días que duró la toma pacífica, era el encargado de conseguir agua y provisiones para sus compañeros. Para eso, se escapaba por los alambrados de la parte de atrás del predio. “Willy”, como lo conocen todos, tiene cuatro hijos. Tres de ellos fueron al jardín desde los dos hasta los cinco años, y Josefina García fue su maestra. Pero su hija menor tenía sólo dos meses de vida el día que la toma empezó. Su esposa y su mamá iban a visitarlo cuando podían, aunque sólo lograban saludarse y tomar algún mate a través del enrejado. “Yo me escapa por la parte de atrás porque si salías por la entrada principal, después era imposible volver a entrar”, dice Díaz. “Mi mujer, la bebé y mi vieja de 77 años venían a verme cuando podían. Tenían que tomarse un remís porque esos días hacía 40 grados de calor, y eso también era un gasto. Cuando te quedás sin laburo a los 50 años y no tenés nada, hay que pensar cómo gastás cada peso que te queda, y ya no estábamos ni para tomar remises”, cuenta.
Willy es uno de los pocos que abandonó la toma. Aceptó su indemnización -que fue menos de lo que le hubiera correspondido-, viajó a un pueblo de Córdoba -donde tiene familia- y con parte de ese dinero señó un pequeño terreno para empezar una nueva vida allá. “De qué voy a vivir, todavía no lo se, pero, ¿qué me voy a quedar haciendo acá? Le dediqué al INTI 22 años de mi vida, mi rutina estaba hecha en torno a mi trabajo, me gustaba. Ahora que me arrebataron todo eso, prefiero irme y empezar de nuevo”, concluye.
SOCIEDAD
“La Catedral de Francisco”
Cientos de fieles dejaron sus oraciones y ofrendas en el templo que vio pasar a Jorge Bergoglio como cardenal primado de Buenos Aires. Cómo fue la despedida al “Papa de los pobres”.

A esa hora en la que Plaza de Mayo se deja ganar por la noche y los autos iluminan junto al alumbrado público, las escalinatas de la Catedral Metropolitana se convirtieron en un altar urbano. Velas encendidas, otras ya derretidas; ramos de flores frescas apoyados sobre las columnas que tienen pegadas banderas argentinas y papales, rosarios, estampitas, camisetas de San Lorenzo y cartas escritos a mano. Sobre Rivadavia, un retrato en tiza del Papa decora el asfalto como si su figura emergiera desde ese suelo que alguna vez lo vio caminar.
Detrás de las cámaras de TV de los medios nacionales e internacionales, y de los vendedores de recuerdos sobre las escalinatas, hay un murmullo bajo que envuelve. Gente que reza, que conversa en voz baja o que simplemente está. Turistas, creyentes, algunos que no se identifican con ninguna fe. Todos llegaron allí por alguna razón. Edgardo y Jazmín, una pareja peruana que observa en la entrada de la Catedral, comenta que estaban de visita cuando sucedió la muerte del sumo pontífice. “Era muy humilde, incluso ahora, en su despedida. Esperamos que el próximo Papa siga su legado, pero sabemos que en nuestra vida no veremos otro latino”, dice ella.

Unos pasos adentro del templo, un perro callejero duerme justo debajo de la cartelera que anuncia las misas y ceremonias especiales a la ocasión. No estorba el paso. La gente lo rodea, lo mira e incluso le toman fotos como si también él formara parte de esta escena serena y devota.
Adentro, el ambiente se vuelve más íntimo. Los pisos de mármol y las paredes macizas contienen la emoción de quienes ingresan. Aquí ya no hay medios de comunicación ni vendedores ni ruidos molestos. Solo pasos lentos y un murmullo que acoge.
Al final del pasillo de la nave principal, a pocos metros del altar donde Bergogliocelebraba misas, un escritorio exhibe un libro abierto. La gente se acerca a firmarlo, a dejar un mensaje, una oración. Al lado hay un cartel escrito con letras simples: “Francisco. Recibir la vida como viene”. Detrás, custodiado por cadetes de la Policía Federal vestidas de gala, un cuadro del Papa con su tradicional túnica blanca y su cruz plateada. Al costado, la mitra y el báculo que él utilizó cuando era cardenal primado de Buenos Aires. Todorodeado de coronas de flores blancas sobreel piso.
Frente a ese altar se detiene Daniel, un joven brasileño que también reflexionó con ETER Digital sobre los desafíos del porvenir: “Francisco fue un hombre del futuro que luchó por los que no tienen voz. No creo que haya otro como él. Quien lo suceda tiene una tarea inmensa: sostener un legado difícil de olvidar”.
Sentada sobre los viejos bancos de madera, una mujer llora hasta con el cuerpo. Se tapa la cara mientras a su lado un hombre la abraza y un niño mira sin entender demasiado. La imagen se repite varias vecesen otros bancos: la del duelo compartido en familia y entre generaciones.
A pocos metros, tres hombres se detienen frente al mausoleo de José de San Martín, que esta vez tiene menos protagonismo que de costumbre. Hoy todos los ojos y gestos parecen estar dirigidos a Francisco.
El reloj se acerca a las 20 cuando los policías que rondaban por los pasillos anuncian el cierre de la Catedral. Pero afuera el recuerdo sigue. Una señora mayor, de pelo corto rojizo y mirada vivaz, camina con paso seguro hacia un móvil de televisión: es conocida como “La Señora de los Velorios”. Pero esta vez no vino exclusivamente por eso. “Yo vine hoy por él. Era una persona muy humilde. En las misas de San Cayetano saludaba uno por uno sin importar la cantidad” de gente que hubiera, recuerda. Orgullosa de que haya sido argentino, Mari reivindica la relación del Papa con su Patria: “No me molestó que no volviera a Argentina. Su misión acá ya estaba cumplida”.

La Catedral Metropolitana, la Catedral del Papa, no parece estar triste sino más bien emocionada, como si supiera que Francisco no se irá del todo. Que lo que deja no cabe en una tumba sino en los gestos, palabras, luchas y convicciones que muchos fielestomarán como bandera.
Desde la vereda hasta el altar, este lugar que alguna vez fue la casa de Bergoglio hoy vuelve a serlo. Por una noche al menos. O al menos por esta despedida, por la historia que empezó en estas baldosas donde ahora se vuelve a rezar por él.
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Sabe la Tierra: comunidad, sostenibilidad y compromiso
La feria que tiene como objetivo cuidar la tierra y generar un vínculo entre los pequeños productores y los consumidores “rescatando la relación humana más allá de la compra-venta” está por cumplir 15 años. Conocé cómo se originó el proyecto que tiene en la actualidad mercados semanales en la Ciudad, Vicente López y Necochea.

La feria que tiene como objetivo cuidar la tierra y generar un vínculo entre los pequeños productores y los consumidores “rescatando la relación humana más allá de la compra-venta” está por cumplir 15 años. Conocé cómo se originó el proyecto que tiene en la actualidad mercados semanales en la Ciudad, Vicente López y Necochea.
Va cayendo el sol en el Parque Las Heras y la primavera se hace notar con su típica brisa de la última hora de la tarde. La esquina de French y Coronel Díaz es una postal de domingo: en el frente se alzan los puestos de la feria de consumo consciente más famosa de Buenos Aires, con sus toldos blancos y sus características mesas forradas de arpillera en las que se lee su emblema: “Sabe la Tierra”.
De fondo, el atardecer. La calesita que completa el cuadro da sus vueltas finales despidiendo a los niños que ríen y juegan hasta el último minuto antes del cierre. Los feriantes siguen vendiendo. El ambiente huele a fruta, a inciensos, a la vainilla de los postres caseros que ofrece uno de los puestos. Cada sección tiene sus olores, sus colores y sus sabores, según los productos que ofrecen, y son tan intensos que parecen elaborados para que los consumidores puedan llevarse un pedacito de naturaleza a sus hogares citadinos.
Seguramente cuando Angie Ferrazzini pensó este espacio que uniría a pequeños productores, emprendedores y artesanos para conectarlos con el público, no se imaginó que terminaría gestando toda una propuesta cultural que ofrecería desde mercados itinerantes que recorren la ciudad hasta talleres de cocina y horticultura.
Hoy, quince años después, la creadora de esta organización cuenta que Sabe la Tierra recibe cada mes alrededor de cincuenta mil personas en los más de cincuenta mercados y festivales que se presentan en diferentes barrios y ciudades. “Somos un equipo de 30 personas que creemos en otra forma de producir y de consumir”, contaba en la Charla TED que presentó en Necochea en 2023.
Y agregó en esa presentación: “Se me ocurrió crear un mercado de productores donde se pudieran encontrar los productores con los consumidores, promover el bien común y generar lazos de confianza. Esta fue la idea inicial para el proyecto hace 20 años”.
Como suele suceder con los grandes soñadores que cambian realidades, Angie comenzó a vivir su sueño en su propio jardín: no contaba con el capital necesario para sostener una gran exposición en un centro de convenciones como habría querido por ese entonces, pero eso no la detuvo. Con el propósito firme y la visión clara, esta exponente de la cultura naturista convirtió su casa en el espacio que sostendría el puente entre las dos puntas del mercado sustentable: productores y consumidores. Hoy, ese mismo puente se extiende a lo largo de trece locaciones distribuidas por todo el país.
“Venimos porque nos gusta comprar productos orgánicos y porque nos encanta el ambiente de la feria”, dice Candela, una joven que pasea con su familia y se detiene en cada stand observando con atención los productos exhibidos. Como ella, muchos de los clientes que visitan el lugar son fieles a la filosofía de la organización, que tiene seguidores desde sus inicios, cuando solo podía encontrarse en su primera locación formal: la estación San Fernando del Tren de La Costa. Desde allí fue expandiéndose como lo hacen los fenómenos culturales cuando saben atender necesidades sociales.
Más de mil puestos de trabajo generados demuestran que Sabe la Tierra no es solo un modelo de consumo responsable, sino también de economía sustentable. Este mercado consciente abre sus puertas para que cualquier emprendedor pueda desarrollarse y ofrecer productos de calidad. Tal es el caso de Luisa, el talento detrás de los mejores tequeños de la zona, que cautivan paladares de todas las edades en la carpa de comida venezolana.
Luisa recibe a las personas que se detienen en su mesa con una amabilidad especial, invitándolos a degustar un bocadito de empanadas típicas de su país. Con una sonrisa amplia acompaña el son caribeño que lleva en el habla. Cuenta que vive en Argentina hace cinco años y que forma parte de la feria hace tres; y que gracias a este espacio es capaz de mantener a su familia y que incluso pudo pagar un viaje de visita a su entrañable Caracas.
“La feria nos cambió la vida. Estamos agradecidos por esta fuente de trabajo que nos permitió lograr la anhelada estabilidad económica”, afirma emocionada. Esta emprendedora, que supo sobreponerse a los embates de la expatriación e insertarse en el mercado laboral de nuestro país a través de su vocación en la cocina, es un ejemplo del impacto que tiene en los trabajadores este espacio de comercio justo y consciencia. Para esta comunidad, los valores agroecológicos y el compromiso fueron la clave del crecimiento.
*Estudiante de la carrera de Periodismo y Producción de contenidos a distancia.
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Consumo de alimentos procesados: el tabaquismo del siglo XXI
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Cómo fue la toma de estudiantes en defensa de la UNTREF
En octubre del año pasado, luego de una resolución del Centro de Estudiantes de la universidad pública, se decidió hacer un plan de lucha en contra del hostigamiento a la comunidad universitaria y las políticas de desfinanciamiento del actual Gobierno.

En octubre del año pasado, luego de una resolución del Centro de Estudiantes de la universidad pública, se decidió hacer un plan de lucha en contra del hostigamiento a la comunidad universitaria y las políticas de desfinanciamiento del actual Gobierno.
“Universidad tomada” advierte una bandera en la puerta de la Sede Lynch de la Universidad Nacional de Tres de Febrero (UNTREF). Son las ocho de la noche de un miércoles de octubre en el barrio de Sáenz Peña y la vereda de la sede abunda de información.
Una clase abierta donde los alumnos sentados en ronda en pupitres azules escuchan atentamente al docente. A metros, estudiantes se reúnen distendidamente algunos de ellos con sus mochilas, mientras otros cargan bolsas con acolchados y sábanas para pasar la noche en su casa de estudios.
La UNTREF se encuentra tomada con vigilia hace exactamente siete días luego de la Resolución Interclaustro -realizada el 10 de octubre de 2024- donde participaron docentes, no docentes, estudiantes y graduados.
La decisión fue una toma organizada que garantice la continuidad de las clases y que incluya un plan de lucha para visibilizar el reclamo presupuestario por las universidades nacionales. “Estuvimos todo el fin de semana organizando el cronograma, nos acostamos a las 4 de la madrugada para levantarnos a las 7”, comenta Lucho Borzatto, estudiante de la Licenciatura en Logística e integrante del centro de estudiantes.
A lo lejos se escuchan los murmullos de otra clase abierta que sucede en el sum del edificio, donde se encuentran el buffet y la fotocopiadora. Las luces son tenues porque el docente proyecta diapositivas para el desarrollo de la clase. En simultáneo, alumnos salen de sus aulas, algunos vuelven a sus hogares, otros se reúnen en allí o en la vereda para pasar parte a sus compañeros sobre su desempeño en los parciales. Las paredes del establecimiento aún conservan afiches pegados de otras cátedras y no faltan los carteles con consignas como “No caímos en la universidad pública, la elegimos”.
“La gente camina como un caballo por acá, no habitamos la universidad, muchos venimos a cumplir, siento que eso está cambiando”, comenta Lena Blanco, estudiante de la Licenciatura en Gestión del Arte y la Cultura mientras toma el último sorbo de mate. Está sentada delante de la bandera de su carrera que pintaron para la Marcha Federal Universitaria de abril. Además, expresa su sorpresa al ver la cantidad de carteles pegados en las paredes: “Antes no se podía poner nada, no encontrabas ninguna expresión más que las típicas que hay en los baños”.
Alrededor de 200 alumnos de la UNTREF se organizaron y formaron comandos divididos en distintas áreas. “Tomar la universidad no es joda”, indica Lucho y agrega: “Requiere de mucho trabajo y sacrificio”. Y así es, los comandos se dividen por área: prevención y logística, agenda cultural, documentación audiovisual, comidas y alimentos, higiene, prensa y comunicación, entre muchas más. De esta forma, se suman a los cientos de miles de estudiantes involucrados en el plan de lucha a lo largo y ancho de todo el país.
A partir del veto del Presidente Javier Milei a la Ley de Financiamiento Universitario, las tomas en las facultades brotaron como pasto después de la lluvia. Un relevamiento de la FUA (Federación Universitaria Argentina) indicaba en ese entonces que ya eran más de 30 edificios tomados, mientras que asociaciones civiles como Argentinos por la Educación afirmaban más de 80.
Incluso fue un momento donde algunas universidades fueron tomadas por primera vez, como fue el caso de la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM). La amenaza por el desmantelamiento de las universidades nacionales puso en alerta a todos los estudiantes en cada rincón del país y los convocó a organizarse para defender su futuro.
*Estudiante de la carrera de Periodismo y Producción de contenidos a distancia.
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