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IMPERIO SOCIAL Y DEPORTIVO


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En el corazón de Villa Santa Rita, hay un club con rol deportivo, pero también con influencia en lo social-educativo para el barrio y la comunidad. Imperio supo atravesar crisis económicas, una feroz inundación y generar nuevos recursos para remodelar las instalaciones.

Por Facundo Di Bona, Florencia Expósito, Pablo Fernández, Federico Madeo, Fernando Testa y Uriel Kuchevasky.

“Los valores, el sentido de pertenencia que te inculca un club no lo vas a encontrar en otro lado”, recalcó Manuel Tascón, miembro de la Comisión Directiva de Imperio Juniors, una institución con más de ocho décadas de vida en Villa Santa Rita. Fundado por inmigrantes europeos en 1935, nació en la avenida Nazca como un club de fútbol y acabó siendo un club multidisciplinario. “Todas las actividades son importantes, hoy se practican 30 disciplinas y cada una cuenta con dos profesores”, comentó Tascón con orgullo.

Como toda la sociedad, Imperio sufrió las consecuencias de la fuerte crisis económica que se desató a principios de 2000 y fue tomado por los empleados del club que llevaban varios meses sin percibir su sueldo. “El club quedó acéfalo, sin dirigencia”, remarcó Tascón. Un grupo de socios, con la ayuda solidaria de todo el barrio, lograron salir adelante gracias al sentido de pertenencia, los valores y la solidaridad. “Sin eso, hoy el club estaría privatizado”, agregó Manuel.

Luego de la quiebra (ver ‘Lucha Imperial’), era momento de tomar medidas para no trasladar a las cuotas sociales los tarifazos en los servicios públicos y el constante aumento del costo de vida. “Decidimos buscar nuevos recursos para generar ingresos sin tener que subir los aranceles”, explicó Tascón, vestido con indumentaria oficial del club. Fue así como armaron una tienda con el merchandising de la institución con camisetas, camperas, mates y productos identificados con el escudo y la predominancia del blanco y el negro característicos de Imperio. También incluyeron el alquiler de sus gimnasios para eventos privados como una fuente extra de ingresos.

nota-2-foto-1Actualmente, el club cuenta con mil socios que pagan la cuota mensual de $400 más los aranceles de la actividad que practican. Pero además hay alrededor de mil personas más que, sin ser socios, pagan solo por la actividad que realizan en el club. Manuel detalló que la gran mayoría del público de la institución es del barrio, sin embargo, haber mantenido una cuota social accesible sirve de atracción para que gente de otros barrios se acercara también.

Imperio es uno de los clubes barriales que integran el Registro Único de Instituciones Deportivas. De allí se desprende la Ley de Promoción de Clubes de Barrio y Pueblo (27.098), que fue sancionada en 2014 y promulgada en 2015, en la que se establece que “los clubes de barrio pueden acceder a subsidios, beneficios especiales y tarifas sociales para servicios públicos”. Sin embargo, Tascón negó que Imperio Juniors reciba subsidio alguno, a pesar de estar inscriptos y al día con todos los requerimientos (http://clubesargentinos.deportes.gob.ar/). “Nos corresponde, es un derecho, hay una Ley”, argumentó Manuel en el quincho del club, donde pretenden armar una losa nueva para ampliar el gimnasio. “Nosotros somos, comparativamente, como una empresa a los términos impositivos, con la diferencia que no estamos acá con fines de lucro. Está bien que haya controles, que sea un lugar saludable, pero somos igual a una empresa a los fines fiscales”, completó.

Las políticas públicas golpean a los clubes barriales. Por ejemplo, Imperio Juniors pasó de pagar $4.000 a $120.000 de luz en cinco años. Esto también repercute en lo social: “A las familias les llega el resumen de la tarjeta y lo primero que recortan es la cuota. El club debería ser una inversión, es salud para los jóvenes”, explayó Tascón con cierto enojo.

Además del rol deportivo y social, la entidad cumple un papel educativo muy importante para Villa Santa Rita. “Colaboramos con quien lo necesite, prestamos las instalaciones para que los colegios de las zonas cercanas hagan educación física en el club. Entre ellos, la escuela Casilda Igarzabal, el colegio Jorge Newbery y colegio Inspector General Alfredo Zunda”, explicó Juan, presidente del club. “Todo es ad honorem, no recibimos nada de la Municipalidad”, destacó quien es miembro dirigente activo desde la década del 80’. Y dejó en claro que es la metodología del club en base a los valores es lo que quieren inculcar. Juan fue uno de los socios que aportó de su bolsillo para que no remataran a Imperio en la crisis de 2000.

La institución no está exenta de las dificultades para subsistir, sin embargo, el rol social que tiene el club se respira en cada rincón. En el quincho, el gimnasio, la biblioteca (que se reformó para comodidad de las disciplinas culturales), el buffet, la cancha de básquet y patín, y la pileta, que cuenta con vestuarios nuevos. “Nos dieron cien mil pesos para la remodelación porque era necesario hacer un baño apto para discapacitados, pero la obra nos terminó costando $1.200.000”, indicó Juan, y enseguida agregó que “esa reforma le dio más vida al club”. Pero los planes de ampliación y expansión no terminan ahí. Imperio sueña en grande: esperan en algún momento poder seguir construyendo espacios nuevos y hasta abrir otra sede. “No sumamos más actividades porque ya no tenemos espacio físico para desarrollarlas”, señaló Manuel.

Los dirigentes tuvieron que llevar a cabo acciones populares para el barrio y para la gente. “Al que no puede pagar no le mandamos un asistente social a la casa y le pedimos el recibo de sueldo. Se plantea el problema y se trata de resolver la situación”, expuso Manuel. Manejan un sistema de becas para los socios que presentan alguna dificultad para seguir abonando la cuota. “Somos un club abierto, si vos te acercás con algún inconveniente, vemos la manera de ayudarte para que no dejes de hacer la actividad”, comentó Juan, mientras entraba a la zona de pileta y señalaba que estaban practicando waterpolo. “Acá vamos a hacer la colonia de invierno, que sale $2500 los 15 días. Se agotan muy rápido los cupos”, sostuvo orgulloso.

Con todas sus dificultades extrínsecas, Imperio Juniors sigue latiendo en el mismo barrio que lo vio nacer hace más de 80 años. Y con él, una tarea que excede largamente lo deportivo: su rol es también social y educativo, se acopla con los valores y el sentido de pertenencia. Sin ellos, creen, más pibes terminarían en la calle o enceguecidos con la PlayStation. “Me gustaría encontrar gente capaz que pueda seguir con el proyecto que estamos llevando adelante, que tengan la visión social tenemos nosotros”, rogó Manuel.

Lucha imperial

Una barra, dos banquetas del otro lado del mostrador. El pebete de jamón y queso, a 75 pesos. El cortado grande, a 70. Las minutas y las pastas, escritas con tiza en la pared negra. Golosinas y alfajores. Heladera con jugos, gaseosas y cervezas. Diez mesas negras. Y ahí, entre toda la parafernalia buffetera, estaba Aníbal Buzzalino. Si hay algo que simboliza a un club de barrio es el sentido de pertenencia y eso quedó claro con el primer cruce de palabras: “Desde el año 1935 a la actualidad hubo un solo padre e hijo presidentes: mi viejo y yo”. Aníbal tiene cinco hijos que sienten la pasión por Imperio igual que él. En su brazo izquierdo tiene tatuadas las iniciales de sus nietas, aunque falta la última, Alma. Fue presidente en 2000 y 2013, cuando asumió por motivos de fuerza mayor, ya que el club estaba en quiebra. “El objetivo de la antigua dirigencia era vaciar el club”, manifestó.

En una columna del buffet hay colgada una foto en blanco y negro en la que dos jóvenes se disputan una pelota de básquet. “Ese soy yo jugando contra Ferro por el Campeonato Evita de 1974”, relató el encargado del bar. Jugaba en Imperio y su buen andar en el deporte hizo que León Najnudel, uno de los impulsores de la Liga Nacional de Básquet de Argentina, posara sus ojos sobre él. “Me vino a buscar un año seguido y le dije que no. Quería ser el primero en salir campeón en las tres categorías con mi club. En mi lugar fue Miguel Cortijo”, narró. Su vida podría haber sido distinta, pero en ella se recicla una forma de ver el básquet que pudo llevar a la cotidianeidad: “Como los goles, todos disfrutamos cuando hacen puntos, pero para embocar la pelotita alguien se tuvo que romper el orto para recuperarla”.

nota-2-foto-2Buzzalino vive a una cuadra de Imperio y el día que los empleados lo tomaron no lo podía creer. “Vino mi pibe y me dijo ‘Pá, tomaron el club’. Yo le contesté en broma que si lo había tomado él le pegaba una patada en el culo”, contó. Con el gremio UTEDyC puertas adentro, tuvieron que mantener la calma para tratar con los empleados y sólo dos personas entraron a hablar con ellos ese día, el Dr. Belcastro, socio y pediatra del barrio, y Aníbal. “Ninguno de ustedes tiene chapa para cerrar esto, si lo cerramos vamos a ser nosotros”, les había profesado el actual buffetero.

La Inspección General de Justicia (IGJ) no los dejaba tener Comisión Directiva porque debían cinco balances anteriores a la quiebra, pero, a través de un escribano, pudieron presentar una Comisión Normalizadora de quince personas. Una vez que tomaron el mando, comenzaron con 220 socios -40 de ellos eran vitalicios- que pagaban $22 por la cuota. La primera determinación que tomó Aníbal como referente de esa comisión fue bajarla a $10. “Recaudábamos cuatro mil en cuotas sociales. Yo prefería tener seiscientas personas a diez mangos la cuota y un club lleno”. Sin embargo, el mayor inconveniente de ese tiempo eran los 21 juicios que tenían en contra. Uno con sentencia firme de $70.000, durante el uno a uno.

En esa época, Buzzalino trabajaba en una oficina de comercio exterior sobre Avenida Corrientes y logró conseguir una nota con el diario Clarín. El periodista le prometió que la publicación iba a ser central y no mintió: salió el lunes por la mañana en la sección deportiva. A las pocas horas, sonó el teléfono en su trabajo. Era la secretaria de Daniel Scioli, que era en ese entonces Director de Deportes y Turismo de la Nación, para informarle que el funcionario quería hablar con él. Aníbal asistió a la reunión y Scioli le preguntó si podían aportar económicamente, pero la respuesta, obvia por la situación nacional, fue negativa. De todas formas, prometió ayuda y se comprometió a hablar con el juez que llevaba la causa. El mayor problema era que los subsidios anuales que les brindaban a los clubes de barrio en esa época eran de $2000. “Esa fue una discusión que siempre tuve con los que manejan el deporte. A mí como club no me sirve tener que pedirte cinco lucas para subsistir, si es así lo cierro. Para el club hay que buscar otras cosas. Leyes, beneficios impositivos, no tantas cargas sociales, regulación de tarifas. Somos asociaciones civiles sin fines de lucro”, acentuó Aníbal. Como consecuencia de la charla entre Scioli y el juez, llegó una propuesta: “Nos daban $20.000 en un cheque para meter en la sentencia firme y el resto, los $50000, en cuotas de $2000 durante 25 meses, con vencimiento doble que si no pagábamos se caía el acuerdo”. El trato se cerró y el ex funcionario entregó el cheque al presidente de Imperio dentro de la propia institución, con un pedido especial: que Buzzalino no lo abriera delante de todos, ya que si mostraba la cifra iba a quedar expuesto ante los demás clubes del barrio. Con los ingresos que fueron generando, pudieron llegar a un arreglo por los veinte juicios restantes. “Y pensar que me ofrecieron privatizar la pileta durante diez años por trescientas lucas, con eso solucionábamos todo”, confesó Aníbal. Sin embargo, prefirió no aceptar porque las cuotas iban a ser exorbitantes para la gente del barrio.

Uno de los deportes más característicos de un club de barrio es el fútbol, pero Aníbal tomó la determinación de sacarlo: “En primera medida por los horarios, y además había algo que no cerraba. Durante un mes estuve en todos los entrenamientos semanales, pero después iba los sábados y había pibes que no sabía quiénes eran. Los entrenadores los traían de otros lados y dije ‘chau, a la mierda’”.

Una vez que pasó la crisis e Imperio Juniors volvió a ser lo que todos soñaban, Aníbal fue entrevistado en Radio Ciudad y le consultaron cuál había sido el secreto para levantarlo: “Primero, tenés que tener amor por el lugar donde estás. Segundo, rodearte de gente capaz y confiable. Y la tercera, la más importante, no llevarte lo que no es tuyo. Pero sabés que se quedaron dudando de lo último y les retruqué: ¡No tenés que afanar, loco!”.

Los primeros tiempos de su presidencia fueron duros, pero hay dos momentos que quedaron grabados en su retina. “La fiesta aniversario del 2000 después del quilombo fue muy emotiva. Ni en una final estuve tan nervioso. El club estaba lleno”, resaltó con ojos lagrimosos. El otro, cuando se presentó la película Luna de Avellaneda en Imperio y se tomó un café con Juan José Campanella. “Me dijo que la historia de ambos clubes era la misma. A lo que contesté que sí, pero con distinto final porque nosotros no nos vendimos”, cerró Buzzalino.

En apnea

A mediados de 2017, un grupo de chicos se acercó a Imperio para solicitar el alquiler de la piscina para la práctica de hockey subacuático. “Sabíamos que no lo iban a poder sostener en el tiempo y le ofrecimos formar un equipo”, contó Manuel Tascón, secretario del club. “Desde 1935, formando equipos”, anuncia uno de los lemas de la institución y una vez más Imperio le hizo honor. Actualmente, el deporte es practicado por alrededor de 20 personas -hombres y mujeres- tres veces a la semana por la noche, y está destinado exclusivamente a socios a partir de los 16 años que paguen la cuota de $400 más el arancel de $650.

Solo 16 clubes en el país cuentan con hockey subacuático entre sus ofertas. La disciplina no es una modalidad del hockey ni tampoco de deportes en agua. Tiene su propio órgano (Confederación Mundial de Actividades Subacuáticas) y sus orígenes se remontan a 1954 en Gran Bretaña. A la Argentina llegó en 1997 y hoy es regulada por la Asociación de Hockey Subacuático Argentino (AHSA).

El año pasado, en Quebec, Canadá, se disputó el vigésimo Campeonato Mundial CMAS de hockey subacuático. Argentina compitió en las categorías Elite Masculino, Elite Femenino, Máster Masculino y Máster Femenino. Imperio aportó nueve representantes en los equipos.

El deporte se disputa en dos tiempos de 15 minutos con un descanso de tres y un time out de un minuto por equipo. En total, los conjuntos cuentan con diez jugadores: seis en el agua y cuatro relevos, que deben llevar, por reglamento, un palo, gafas, snorkel, guantes de protección y aletas. “El palo es como el de hockey sobre césped, pero más chico. Ojo que igual ese palito vale una fortuna, eh”, advirtió Manuel entre risas.

Cultura solidaria y barrial

El club Imperio Juniors abrió un abanico de herramientas culturales del que pocos clubes gozan y con el que le agregan valor al barrio: las actividades artísticas. Entre ellas se encuentran la comedia musical, canto, circo y danzas urbanas. Imperio cuenta con una biblioteca que actualmente está en refacción para darle más lugar a las disciplinas culturales. Los libros guardan un espacio más pequeño, ya que, según Manuel Tascón, el pedido o canjes de libros disminuyó significativamente y la mayoría se echó a perder. Sin embargo, la idea es reinaugurarla y hacer un centro cultural. Surgieron ideas de presentaciones de libros, debates sobre temas de gran relevancia social y barrial, obras de teatro y shows de interés cultural. De hecho, se realizó a principio de año la “Feria del Libro Imperio”, que consistió en trueques y compraventa de libros y manuales de escuela.

El club también organiza, de forma solidaria, eventos en los que la entrada es un alimento no perecedero o útiles escolares que luego son enviados al Hogar Florecer. Imperio ayuda y apadrina al centro que funciona de día para chicos con capacidades diferentes. Esta relación entre ambas instituciones nació por su cercanía, aunque en el último tiempo se tuvieron que mudar a Merlo por razones económicas. “El rol social que cumple el club, para nosotros, es fundamental”, aseguró Tascón. Los vecinos, socios y el barrio en general, agradecidos.

 


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