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“KIRCHNER CONVENCIÓ A BERGÉS PARA QUE ME META PRESO”


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En 2003, la Argentina de Néstor Kirchner daba sus primeros pasos hacia la reconstrucción. Una de las medidas del expresidente, que trajo controversia en el mundo del fútbol, fue la detención del vice primero de Chacarita, Armando Capriotti, en pleno partido entre el Funebrero y Banfield. El motivo, los enfrentamientos entre las barras de su equipo y Boca.

Por Tomás Medrano, Elian Centomano, Agustina Pérez Cardarelli y Alan Kilzi

“Todos los dirigentes tienen contacto con las barras”, declararía tiempo después, tras pasar cuatro meses en un pabellón de Devoto. Su estadía tras las rejas tuvo una génesis anterior. Aún siendo presidente, Eduardo Duhalde quería como sucesor a Kirchner, pero el gastronómico Luis Barrionuevo, entonces máximo dirigente de Chacarita, no opinaba igual. “Acompañé a Luis hasta Olivos cuando Duhalde le dijo que Kirchner iba a ser el candidato. No le gustó nada. Me dijo que daba un paso al costado y que hiciera lo mismo”, recordó Capriotti en diálogo con ETER. No lo hizo y lo lamentaría.
Una semana antes de la detención, las barras de Chacarita y Boca se habían enfrentado en uno de los tantos hechos de violencia que registra el fútbol argentino. Los alrededores de la Bombonera fueron el marco de una batalla campal de la que quedaron pocos pero elocuentes registros audiovisuales. Capriotti fue acusado de mandar la barra brava a pelear contra la de Boca y llamado a declarar frente al juez Mariano Bergés, en quien recayó la causa. Soltarle la mano a Kirchner, o involucrarse con él desde el principio, fue el error que, considera, marcó su vida.
Durante esa semana, el juicio tuvo manejos poco ortodoxos. Capriotti había sido citado a declarar en dos ocasiones. En ambas le dijeron que la causa seguía en pie y que esperara una resolución. En la fecha cinco del campeonato de Primera División, Chacarita enfrentó como local a Banfield y la goleada por 3-0 no resultó más que una anécdota. Los flashes de las cámaras apuntaron al palco dirigencial, donde un comisario y un secretario del juez Bergés se llevaron al vicepresidente rumbo a Devoto, con una pequeña escala en el tribunal. “A Bergés lo convenció Kirchner. Fue un circo”, manifestó.
Barrionuevo, que se desempeñaba como Senador de Catamarca, también estaba involucrado en el hecho, pero a diferencia de Capriotti, fue citado en tres ocasiones a declarar y logró eludir el compromiso alegando a motivos personales.
En la cárcel de Devoto, Capriotti fue tratado como un rockstar. Si a Mick Jagger lo hubiesen metido en la Fleet Prison de Londres, jamás lo habrían tratado como al vicepresidente de Chacarita en la única prisión de la Ciudad de Buenos Aires. Los presos lo miraban, lo tocaban, comprobaban si era de carne y hueso. Incrédulos ante la posibilidad de que un dirigente del fútbol, poderoso para la suposición de todos estuviera detenido a la par de personas que llevaban encerradas cincuenta años o más. Hasta se dio el lujo de compartir la cama cucheta con Silvio Soldán. “Yo entré un 28 de noviembre, él entró al día siguiente y, al irme, se dio la misma coincidencia”, recordó. Soldán dormía arriba; Capriotti, abajo.
Los cuatro meses de detención le fueron llevaderos, dijo, gracias a Chacarita. Muchos de los presos compartían la pasión de Capriotti, le dedicaban canciones funebreras y le gritaban “aguante Chaca” como código universal. Además, todo el plantel profesional lo fue a visitar. Lo mismo hicieron varios presidentes de otros clubes y hasta el mismísimo Carlos Salvador Bilardo. “El día que llegué no tenía nada y me dieron sábanas, almohadas y hasta un jabón. A los demás presos les pegaban. Vivían refugiados”, recordó Capriotti entre lágrimas.
Si algún día soñó con ser futbolista y recibir la ovación de todo un estadio, ese sueño se hizo realidad el día que lo liberaron. “La libertad de un preso se celebra”, sonrió Capriotti. Atravesó seis pabellones, incluido el suyo, y el grito y la euforia aumentaron entre uno y el siguiente. Los detenidos comenzaron a corear su nombre y se fue como llegó. Luego, se dijo a sí mismo: “Ahora debe ser todo tan distinto”.
El director del pabellón de Devoto lo subió a un auto y lo llevó a la General Paz, donde varios periodistas lo esperaban. Capriotti eludió a todos los que pudo hasta que se encontró con Crónica. “Hice una breve declaración, dije que todo fue muy injusto. El después fue normal, me reintegré a mis actividades”, sentenció.


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