“Este tribunal halla culpable de delito de homicidio simple a Luis Alberto Colliard por ser penalmente responsable de la muerte de Cayetano Luis Masi, y se lo condena a nueve años de prisión efectiva”, sentenció el juez.
Por Sol Underwood (@solunderwood) y Juan Cruz Arias (@juancruzarias_)
El 9 de enero de 1983, ocurrió un suceso histórico en lo deportivo. Por primera vez, la Cámara Primera del Crimen de Entre Ríos condenó a un jugador de rugby por una falta mortal. El escenario de los hechos fue en la cancha. Los protagonistas fueron dos jugadores rivales. Uno de ellos, Luis Alberto Colliard, jugaba en Paraná Rowing, mientras que, el otro, Cayetano Luis Masi, en Ateneo Inmaculada. El primero de ellos, tras una patada mortal, le provocó la muerte al segundo.
Tras del anuncio del Juez, Colliard fue obligado a emprolijarse. Se afeitó la barba, se arregló el bigote, se peinó para atrás y su vestimenta pasó a ser la representativa de los reclusos del penal.
“Es increíble cómo me sentenciaron con un homicidio simple como si hubiese salido con una pistola”, confesó el ex rugbier con un tono de enojo, pese a que ya pasaron 34 años.
“El hombre en la cárcel se convierte en lo peor. Lo único que podes hacer es tratar de sobrevivir, no hay más opciones. Las cosas que se ven ahí adentro te marcan de por vida. Sólo se me ocurría hacer buena letra para poder irme cuanto antes”, comenzó detallando Colliard.
Las celdas eran oscuras y frías. Cada día ocurrían sucesos nuevos, imborrables para la mente del rugbier que estaba preso por pegarle una patada en la cabeza al rival y matarlo. “Vi gente que trataba de matar a otros, vi gente que intentaba prenderse fuego, y lo peor, lo lograba en frente de mis ojos”, agregó.
“Todo el tiempo me querían pelear. Tenía muchísimo miedo. Miedo de no poder volver con mi familia. Estaba al lado de gente que había cometido delitos inimaginables en cuanto a lo violento. A veces no sabía qué hacer para mantenerme decente, con los brazos bien altos y no dejarme hacer nada”, afirmó Colliard.
Para Colliard, la cárcel no es más que una escuela de delincuentes, donde todos se violentan más, en vez de mejorar como personas o pensar en los delitos que cometían. Los guardias parecían ser sordos y ciegos, ya que nunca se metían para evitar todo aquello que pasaba. “Estar ahí adentro, era un peligro constante”, dijo.
“Estaba detenido, pero no era delincuente. Yo sólo me vestí para jugar un partido, sin querer hacer daño ni mucho menos matar a alguien. No tiene sentido para mí. Todos esos años fueron y son una pesadilla de la que todavía sueño por las noches. No hay forma de que se me desaparezcan las imágenes de las cosas que veía ahí adentro”, confesó con un tono bajo, con vergüenza.
Sin embargo, a pesar de que se lo notaba humillado por el suceso, confesó: “La patada nunca fue con la intención de matar a nadie, por eso no me arrepiento de ese hecho, pero sí de lo que sucedió después”.
Uno de los parámetros que Colliard utiliza para reflejar el rugby de aquel entonces es la comparación con el actual: “Antes el rugby era mucho más violento, los jugadores nos la bancábamos mucho más, no nos tirábamos buscando alguna expulsión o algo por el estilo. Además había mucho menos control. Ahora el juego es más lindo e incluso existen jueces asistentes que ayudan al árbitro”.
Finalmente, el ex rugbier que fue condenado a nueve años de sentencia, se le concedió la salida por buen comportamiento a los cuatro años y medio. Después de eso, Colliard volvió a jugar en el club, pero en la categoría Veteranos. Luego, dirigió a los infantiles y formó parte de la Peña del Club. Todo esto logró que Colliard se vuelva a reinsertar a la sociedad, pero sin poder borrar lo que sucedió aquel 9 de enero de 1983.
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