Vanina Oneto, exintegrante de la Selección Argentina de hockey, dialogó con Eter Digital sobre su carrera y dejó un montón de historias. Imperdible.
Vanina Oneto se retiró del hockey profesional hace casi dos décadas, en 2004, pero el ese deporte no salió de ella. Luego de muchos éxitos con el combinado argentino, entre los que destacan el par de medallas olímpicas y un campeonato del mundo, sigue viviendo con emoción la disciplina cada vez que ve a un conjunto albiceleste salir al césped, sea como comentarista o espectadora. Conversó acerca de ello, de sus logros, su trayectoria y trajo a la charla varios recuerdos con los alumnos de Eter en un repaso de su sendero como atleta de élite, que comenzó a los 15 años en el club San Fernando.
Antes de cumplir los 19, Vanina se ganó un puesto en el seleccionado, lo que definió como un “camino tranquilo y ascendente en resultados, entrenamientos y sintiéndose cada vez mejor”. Su papá, involucrado en el mundo del deporte con el básquet, el fútbol y el remo, al igual que su mamá (el tenis) y sus hermanos, tenía una comunicación particular con ella durante los partidos de niña: “Él se paraba en la tribuna. Yo en algún momento lo miraba y me hacía señas de si estaba jugando bien, con el pulgar arriba, mal, con el pulgar abajo, o más o menos, con la mano en horizontal. Y si me hacía así -con sus dos dedos en forma de V- era ‘humildad y sacrificio’, que era cuando no calificaba para un ‘mal’ ni siquiera. Ese segundo año fue difícil porque me convocaron, gané el Revelación Clarín, otros premios y costaba manejarlo”.
La exdelantera se consagró y subió a un podio olímpicos dos veces, en Sídney 2000 (plata) y Atenas 2004 (Bronce), y ganó tres oros en Juegos Panamericanos además de la Copa del Mundo (Perth 2002) y un segundo lugar en Dublín 1994.
“Hay mucho laburo detrás de una medalla, de la de bronce, plata u oro. Mucho trabajo individual y colectivo para tirarlo por la borda, o menospreciarlo, solo por no conseguir la dorada. Me parece netamente exitista. Se basan en el color de una presea que no representa la entrega y lo que sufre un deportista por no lograr el objetivo o porque el otro fue mejor. Son más veces las que perdés que las que ganás. Si miro rápido la historia de la explosión de Las Leonas y todo el cambio que trajo al hockey argentino, todo nace de una medalla de plata. Ni a palos te cambio mi historia. Perdimos la final contra Australia, pero cambiamos al hockey de Argentina”, analizó la máxima goleadora de la Selección, acerca del “menosprecio” que se da en algunas ocasiones con los rendimientos que no consiguen el premio absoluto.
-¿Qué significó para vos que te relacionen con Gabriel Batistuta?
-Para mí era un orgullo, imaginen… me decían la Bati. Yo solo quería hacer más goles. En realidad, lo hacían para ver si algún día lo conocía. Nunca lo conocí, pero no importa. Me encantaba, todas éramos muy futboleras así que el paralelismo que nos hacían era como un reconocimiento. Todo eso se dio antes de Sídney 2000, era como el primer paralelismo, porque habíamos ganado en los Panamericano del 91’, después en el 95’ en Mar del Plata, metimos un subcampeonato del mundo en el medio. Cuando alguien decía algo o lo relacionaban con un jugador era como un poco de popularidad. Para mí, eso era “lo más” del universo.
-¿El momento más feo que viviste dentro de la cancha?
-En el Mundial 2002, a los cuatro minutos del primer partido, una chica de Nueva Zelanda increíblemente le pegó a la pelota, venía hacia mi mandíbula, yo pongo la mano para tratar de pararla y me fracturo. Así que a los cuatro minutos me sacaron del Mundial y me querían mandar a Buenos Aires. Después negociamos para no viajar y poder jugar unos minutos. Ese fue el peor momento a nivel personal. Nunca me había lesionado, no me había pasado nada. Era mi mejor momento en el hockey físicamente, técnicamente… Me fui a llorar al banco y después al vestuario.
Luego, al recordar la final de ese certamen, expresó: “Vino la parte en la que ganamos por penales. Es tremendo cómo se te estruja el corazón mientras ataja tu arquera, estás entre ‘me desmayo y sobrevivo’. Pero peor está la gente… Se sufre más desde afuera, cuando uno lo ve en la tele que adentro. Eso es porque la adrenalina no te permite racionalizar lo que estás viviendo. Por suerte, en la historia del hockey argentino siempre tuvimos arqueras formidables, maravillosas, aunque es difícil decirlo porque Holanda tenía una tremenda arquera también. Yo en el fondo tenía esa tranquilidad de que teníamos a la mejor (por Mariela Antoniska). Ese momento fue muy tenso, después me pasé toda la premiación llorando porque no podía recuperarme de la emoción y tensión que había vivido en los penales”.
-¿Estuviste cerca de dejar el hockey por alguna dificultad o por algo?
-Mi mamá dice que yo cada vez que volvía de un torneo grande le decía que no iba a competir más. Entrenás 4 años y volvés quemada, además siempre que volvés te dan dos semanas para recuperarte y descansar, y a la semana arrancaban los entrenamientos otra vez. Yo dejé de jugar porque quedé embarazada y tuve a mi hija en el 2003. Volví en el 2004. Esa parte fue difícil, hoy por ahí están las condiciones dadas y un poco mejor. En ese momento, no estaba el entorno preparado para esa situación y no es habitual que muchas jugadoras que fueron mamás vuelvan. Se irá normalizando con los años.
-En relación al Mundial ganado en 2002, ¿ustedes en algún partido ya se sentían campeonas?
–Antes de arrancar, todas sabíamos que éramos campeonas del mundo, ninguna lo decía, pero el clima y el ambiente que había en la semana previa a arrancar te quemaba el pecho. Lo mismo sentí en el 2010 cuando fui a ver a Las Leonas, y lo hablamos con las más grandes “chicas esto está igual al 2002”. Lo mismo me pasó con los Juegos Olímpicos de los varones en Río, la misma sensación. No había forma de que no saliéramos campeonas, se percibía. Siete sistemas de juego teníamos. Era una locura.
-¿Qué fue lo que te motivó después de tu retiro a ser comentarista deportiva y cómo fue tu experiencia?
-Cuando terminé de jugar ya estaba estudiando Periodismo. Me daba mucha fiaca estudiar mientras jugaba así que aproveché durante el embarazo. Creo que lo usé para hacer la transición entre jugadora y exjugadora, porque cuando dejé de jugar no extrañé más la parte de entrenar: el físico, sí el día a día, la adrenalina antes de jugar… Y me di cuenta que comentando hockey me pasaba lo mismo, las chicas estaban por entrar y yo tenía los nervios del himno, el dolor en el pecho, y entonces me di cuenta que tanto con el hockey como con los Juegos Olímpicos me despierta una fiebre deportiva. Tenía las mismas sensaciones que adentro de la cancha. Durante muchos años lo usé de catarsis. Terminaban los partidos y me acordaba de una frase de mi mamá que decía: “Estoy agotada, no sabés lo que corrí hoy”, y yo le decía: “Si vos ni te moviste”. “Yo me muevo a la par tuya”, me aseguraba y a mí me pasó cuando veía el partido, que lo relataba y terminaba extenuada como si hubiera jugado.
-¿Qué es el hockey para vos?
-Es una gran parte de mi vida. Fue, es y calculo que lo será, porque ahora, más allá de que sigo jugando en otro nivel con mis amigas del club, juegan mis hijos. Para este año arranqué en enero con una amiga una diplomatura en hockey, también estoy en el Gobierno de la Ciudad, en los barrios, ahora post pandemia todavía hay que reacomodarlo. Fui enseñando hockey, llevándolo también como herramienta social inclusiva. Así que no creo que me vaya a despegar nunca de esto. Lo siento un montón. Me gusta ver a las Leonas, las Leoncitas, los Leones, los Leoncitos, el torneo local… todo. Me siento en la tribuna a ver hockey de todas las categorías. A veces ni me entero que se me pasó todo el día viendo hockey. Forma parte de mi vida, pensar o hacer hockey.
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