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Los Carnevale, fabricantes de los mejores pinceles para filetear


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Hechos a mano por dos generaciones, los pinceles Carnevale son la herramienta indispensable de todos los fileteadores de Argentina desde hace ochenta años. Pepe cuenta la historia de cómo empezó su padre y él siguió el legado de los pinceles más prestigiosos de la industria nacional.  

Por Franca Boccazzi

En el aire se percibe un clima de quietud como sólo los domingos a la tarde pueden transmitir. Y en medio de esa calma, es la cita con Rolando Carnevale, a quien casi todos le dicen cariñosamente Pepe. Tras contestar la videollamada, la imagen que me devuelve el teléfono es la de un hombre delgado de anteojos, pelo blanco y una barba apenas crecida y prolija que acompañan sus 75 años. Una sonrisa amable y cálida da a entender que está dispuesto a conceder un rato de su tiempo libre para contar su historia familiar y ayudarme a descifrar por qué sus pinceles son tan preciados para la comunidad de fileteadores en Argentina. “Mi papá empezó, quizás, por el mismo motivo que yo: no le gustaba trabajar bajo órdenes de un patrón”, es lo primero que cuenta entre risas. Después empieza a rememorar el comienzo, que se remonta ochenta años atrás.

Oreja de vaca

Corría el año 1940 en Buenos Aires y las calles de los principales barrios obreros explotaban de laburantes de distintos rubros. Entre ellos caminaba Rolando Ítalo Carnevale, el papá de Pepe, ofreciendo los pinceles que hacía a mano para obra, en su casa de Floresta. “Pinceles comunes”, define Pepe. Hasta que en ese pisar de baldosas y adoquines, Rolando conoció a los letristas y fileteadores que, por ese entonces, eran empleados infaltables en las fábricas de carrocerías. Ni más ni menos que los encargados de decorar de manera artesanal los carros y colectivos que circulaban por toda la ciudad. Carnevale escuchó lo que los artistas necesitaban: un pincel en nada parecido al resto, que en ese momento nadie fabricaba en Argentina. Con una larga cabellera,  que soportara el esmalte sintético mezclado con nafta y cientos de pinceladas diarias en un vehículo tras otro. Dicho de manera simple y en el lenguaje de los fileteadores: pinceles que carguen y corran.

Así fue como Rolando confeccionó los primeros, los artistas los probaron e hicieron sus críticas para la segunda tanda. Después de varias pruebas, los pinceles Carnevale se instalaron de manera definitiva. Y gracias a que Pepe se encargó de seguir haciéndolos con el mismo espíritu y las mismas herramientas que usaba su padre, hoy conservan la calidad y prestigio que caracterizó a los primeros, aquellos que pasaron por las manos de los grandes maestros del fileteado como Carlos Carboni, León Untroib o Ricardo Gómez. 

Cartel hecho por Ricardo Gómez para Rolando Carnevale

Según cuenta Pepe, Rolando padre siempre trabajó por cuenta propia. Puede que haya sido esa chispa de quien se las rebusca para armar su propio negocio lo  que llevó a este emprendedor a fabricar los pinceles con materia prima nacional. El año que más recuerda Pepe es 1952, cuando él tenía siete y vivía con sus tres hermanas y sus padres en una casa espaciosa en Ezeiza. Ahí llegaba periódicamente un cargamento de orejas de vaca que quedaban en el fondo del terreno para descomponerse. Los gusanos hacían el trabajo de comer el cartílago vacuno para dejar el pelo limpio, que Rolando sacaba cuidadosamente para hervir y luego hacer sus pinceles. La proporción: una oreja equivalía a dos pinceles medianos. “Pero ese es un trabajo que duró muy poco tiempo porque era muy sucio y ya existía gente que vendía el pelo preparado”, explica Pepe. Por eso Rolando comenzó  a comprarlos a un proveedor por la zona de Ramos Mejía, el mismo que, después de 68 años, le sigue vendiendo el pelo de vaca o de buey a pinceles Carnevale.

Cómo se hace un pincel

La empresa creció tanto que para cuando Pepe ya se había casado con Alicia y tenían a sus tres hijos, Rolando contaba con la ayuda de diez personas para fabricar alrededor de 2000 pinceles por semana en su casa de ese entonces, en Villa Ballester. “Para darle una mano a mi papá éramos mi mamá, yo, mi señora, un hijo mío, una tía, una sobrina, una o dos hermanas, un cuñado… Toda la familia”, describe. En el taller se dividían las tareas que se requieren para fabricar esta herramienta indispensable del fileteado: primero, preparar el pelo mediante una máquina manual con la que se saca la medida. Luego se separan los pelos que no tienen flor, es decir, que no tienen punta. “Porque el pincel para que sirva tiene que tener flor”, explica Pepe. Ese pelo luego se pasa por unos peines caseros, hechos por Rolando padre, para terminar de sacar los restos que no sirven. El mechón ya está listo para rellenar, una por una, las virolitas de metal. Para que todo quede bien pegado, se añade resina. “Al principio mi papá iba a los estudios cinematográficos que había en Munro y recogía los rollos de película que se tiraban, para derretirlos y usarlos como pegamento, hasta que llegó una importada de Alemania”, recuerda Pepe. Luego se pone el cabo, una varilla de madera que previamente se pinta y se marca con el nombre de la empresa y el número del pincel. Y eso es todo. “No hay ningún secreto, todo el mundo puede hacer un pincel, pero depende del amor con que se haga”, sonríe el fabricante.

Rolando Carnevale y su esposa

Sin embargo, esa época de mucha producción para Pepe no significaba más que ayudar a sus padres con el negocio familiar. Él había construido una vida totalmente distinta en Martínez, donde vivía con su esposa e hijos y trabajaba en una importante empresa que proveía de comida a comedores industriales y aerolíneas. “Mi idea nunca fue seguir con los pinceles”, confiesa.

Pero un día todo cambió. Los ojos de Pepe se ponen brillantes como los de un nene que acaba de comer un chocolate a escondidas antes de la cena. “Lo que pasa es que yo había llegado a un determinado nivel en la empresa que siempre iba a seguir así, como empleado. Entonces me dije que no podía quedarme haciendo lo mismo para siempre, y tenía buscar la manera de tener algo mío”, cuenta.  Ya pasaron 35 años desde que Pepe tomó la decisión que él describe como colgar el saco y la corbata, y ponerse el jean y la campera para hacer pinceles. Alicia, su esposa, también había dejado de trabajar y, según cuenta su marido, aunque nunca le gustó mucho hacer pinceles, lo acompañó en la aventura de seguir junto a él con el legado familiar.

Con el correr del tiempo la empresa se fue achicando. Pepe no recuerda los años, pero sí los gobiernos. Y el de Menem, con la apertura de importaciones, fue el que los dejó prácticamente fuera del mercado. Pero se considera afortunado porque, si bien dejó de hacer algunos modelos de pinceles que servían para otros oficios, nunca dejó de vender los que son para filetear y hacer letras. En cuanto a qué parte del proceso de fabricación le gusta más, sin dudarlo responde: “Me gusta todo, desde que empieza hasta que termina. Es algo que aprendí, lo tomé con cariño y me gusta”. Admite que la razón puede ser porque su padre nunca lo presionó a él ni a sus tres hermanas menores para hacerlos, sino que tuvo la libertad de elegir otros caminos.

Pepe Carnevale

El fileteado y su pincel

Redondos, chatos, finos, anchos, gruesos, de fibras sintéticas o pelo natural, los pinceles tienen 12.000 años de antigüedad y existen tantos modelos y marcas como estilos y materiales para cada uno. Silvia Dotta es fileteadora y vicepresidenta de la Asociación de Fileteadores. Para ella, los pinceles Carnevale son el caballito de batalla de todo fileteador. Tan importante es para el oficio la existencia de estas herramientas de trabajo, que desde la asociación distinguieron a Pepe con la Orden del Pincel en agradecimiento por su labor. “Parece una tontería decir que son hechos con amor, pero más allá de que Pepe dice que esa es la diferencia, los fileteadores que conocemos a la familia Carnevale vemos la calidad humana que hay, que valoran la tradición, el oficio de crear el pincel. Cómo el papá de Pepe hablaba con los fileteadores e iba creando un producto a medida de sus necesidades. Hoy eso se traduce en el pincel. Es un pincel que está cuidado, bien presentado, y está hecho a la vieja usanza. Cuando uno recibe un pincel Carnevale, sabe que en ese pincel recibe toda esa historia”.

Y si de historia se trata, la del fileteado porteño es una de las más pintorescas. El origen de este estilo declarado Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO en 2015 se remonta a principios del siglo XX y proviene de la fusión entre los dibujos y firuletes de los inmigrantes italianos combinados con las letras prolijas y precisas de los inmigrantes franceses. Actualmente hay muchos talleres para aprender a filetear; uno de los más reconocidos es el Taller de Fileteado Porteño, de Alfredo Genovese. Las características principales son los colores estridentes, ornamentas, diseños simétricos y líneas que terminan en espirales. Además, es fundamental cada sombra y cada punto de luz para dar un efecto tridimensional que logra el acabado detallista y minucioso, tan característico de este arte nacional. Tal es el trabajo artesanal que lleva cada pintura, que los materiales son indispensables: el brillo y la textura se logran con el esmalte sintético, y aparte del pulso del fileteador, la prolijidad de las líneas, bordes y detalles, también son por los pinceles específicos para esta técnica. Por eso los Carnevale están en el taller de cualquier artista del fileteado porteño.

El legado familiar

Hace dieciocho años que Pepe y Alicia decidieron instalarse en Mar del Plata y ahora disfrutan de vivir a doce cuadras de un mar que, por la cuarentena, últimamente ven menos que antes. A pesar del día nublado, la imagen que se ve por la cámara es la de un living luminoso. La pared color amarillo maíz tiene en el centro una foto de una nena haciendo patinaje artístico. “Es mi nieta”, me muestra con orgullo. Se escuchan unos ladridos que interrumpen por unos pocos segundos la entrevista. Luego de levantarse y abrir la puerta para que su perra salga al jardín, hace un balance: “Llegué a un nivel en el que ya no me desespero por hacer pinceles, hago lo justo y necesario para poder vivir. Con 75 años de edad y 50 años de casado, ya no se justifica. No me apego a lo material, sino a lo que me gusta, que es sentirme bien”.

Fileteado hecho por Carlos Decurgez para la pizzería El Fortín, en Montecastro.

Mientras tanto, hace un tiempo que Walter, el hijo de Pepe y Alicia, con su esposa Glenda los ayudan con la venta de pinceles online desde Buenos Aires. Están esperando poder viajar a Mar del Plata para aprender el proceso de fabricación. Al igual que su padre, Pepe no quiere presionar a ninguno de sus hijos para que sigan con la tradición, pero le encantaría que así fuera. “El que tendría que seguir es Walter, él tiene todo para hacerlo, pero depende de él, ya no de mi”, dice. Si bien el trabajo de Walter es de programador, desde que él y su esposa inauguraron la página web de los pinceles, se dedica mucho más a esta actividad y admite que muchas veces pensaron en dedicarse de lleno a los pinceles. “Me parece importante seguir con el legado familiar de la fabricación de pinceles porque se le ha puesto mucho esfuerzo y dedicación, pero eso solo no es suficiente. También es un negocio y debe dar rédito para poder mantener a nuestra familia”, explica el hijo de Pepe.

Pinceles Carnevale

Escuchar a Pepe y a Silvia es adentrarse en un túnel del tiempo en donde se puede viajar a muchos momentos de la Argentina. Y si bien los adoquines por donde caminaba Rolando Carnevale están cubiertos de cemento, y los pinceles que antes se conseguían de manera rudimentaria ahora están al alcance de un click en una página online, las obras de los fileteadores son el nexo entre ambos mundos.  Porque tanto las ornamentas pintadas por Carlos Carboni que hoy están en el Museo de la Ciudad de Buenos Aires, como las que están pinceladas que se ven en las vidrieras, pizzerías o en objetos de decoración por los fileteadores actuales, están hechas con estas varillas de pelo largo que, según Silvia, no tienen nada que envidiarle a las que vienen de Europa o cualquier otro país.

Después de un largo rato, le pregunto a Pepe cómo definiría los pinceles Carnevale. En medio de una sonrisa tímida que esconde un inmenso orgullo, me dice: “Yo te digo lo que dice la gente eh, es uno de los mejores pinceles que hay”.


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