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Marcela Pacheco, irreverente por naturaleza


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Sábado a las tres de la tarde en Plaza Devoto. El punto de encuentro pactado: calles Nueva York y Mercedes. Dos hombres suben unos caballitos de madera a un camión mal estacionado sobre la línea amarilla de la esquina. Hay un sol radiante primaveral. Los restaurantes y bares que rodean la plaza están repletos. La música estridente del carrusel invade el lugar. Gente con perros, niños, todo bulle. En el WhatsApp, la voz de la locutora y periodista, Marcela Pacheco dice: “La casa está detonada, pero bueno es así como vivo. Así que vení, tocame el timbre y vemos qué hacemos desde acá, es a la vuelta de Maradona”.


El suyo es el último PH tras un largo pasillo donde descansan pequeñas pilas de cerámicos esperando ser colocados. Del otro lado de la puerta hay dos ambientes, pelados, pintados de blanco y casi sin muebles. Solo una cómoda y un aparador. En la sala de estar, un sillón de tres cuerpos. Una escalera caracol permite intuir la existencia de una planta alta y en una esquina, una chimenea ociosa con ramas apiladas sobre el piso de cemento. 

Hace calor y las puertas dobles abiertas de par en par invitan a un patio donde se cuela un pedacito de cielo azul lapislázuli. Una mesita de madera y dos sillas son el escenario del encuentro. Detalles de toque personal alegran las paredes con dibujos coloridos de flores y ornamentos orientales.

Condujo el noticiero de la medianoche en la televisión pública entre 2004 y 2006 hasta que la retiraron. Entró al canal de la mano de Ana de Skalon, directora de noticias con quien se cruzó de casualidad, pero murió ese mismo año en La Habana, Cuba de una enfermedad terminal. Su estilo era desenfadado y desestructurado. Decía cosas como, “hoy no es mi mejor día, me duele la muela, me duele la panza y me está por venir. Sr. ministro no me pagan desde marzo”. 

Pacheco tiene puesto un vestido largo azul con flores rojas y celestes con los hombros al descubierto. De su cuello cuelga una cinta negra y un dije metálico con forma de mandala, más un cordón rojo en la muñeca izquierda y dos anillos color plata. Grafica lo que dice con su cara y sus manos. La acusaron de editorializar con mohínes de forma negativa cuando nombraba al entonces presidente de la nación, Néstor Kirchner. La despidieron de Visión Siete el 6 de junio de 2006.  “De nena mi mamá me decía: sos la invitación al cachetazo”. Recuerda y ríe a carcajada limpia.

 ¿Cómo eras de chica?

“Era una niña muy correcta, obediente de las normas establecidas, pero siempre muy rebelde desde adentro de mi casa, cuestionaba lo que me decían. Era seria, poco sonriente. Sociable, pero reservada y sobre todo muy observadora”. Recalca con énfasis el “muy”, mientras la gata gris de 19 años maúlla sus achaques, Marcela se prende un cigarrillo.

Su padre fue médico sanitarista, defensor de lo público y ligado a la JP. En cambio, su madre, que se llama Norma, era más rígida y conservadora. No se salía los domingos si no estaban planchados los guardapolvos. Marcela confiesa que era desordenada por rebeldía. Cinco hermanos, más un bebito que amaneció a la vida y murió a los pocos días. La muerte de Juan Manuel dice que la descolocó a sus seis años. Lo nombra, hace una pausa y mira hacia arriba, como buscándolo. 

A los diecisiete años empezó a estudiar locución y a los dieciocho se casó y se fue a vivir a Santa Fe. Al poco tiempo nació su primer hija, volvió y terminó la carrera, “no me bancaba solo el papel de locutora y cuando trabajaba con Rolando Hanglin en Radio Continental quería hacerles preguntas a los invitados”. Estuvo en “Medios Locos”, bajo la tutela de Alfredo Castello, junto a Gillespie, Mex Urtizberea y Gisela Marziotta que recién arrancaba, “yo era la más rea y Gisela con anteojos y cara seria. Castello me decía siempre que yo derrapaba y que era imposible de domar”.

¿Te sentís víctima de la censura?

“No me gusta el papel de víctima, pero mi alma en ese momento me clamaba gritar, me clamaba gritar”, repite enfáticamente. Le decía a Ana de Skalon: “Mirá que tengo un discurso incontrolable” y ella le contestaba: “Eso quiero”. “Con ella se encontraron los planetas y entré a los dos días de conocerla a conducir el noticiero”. Cree que por entonces era difícil romper la estructura rígida en la forma de contar las noticias. “Obvio que fue censura, Alberto lo sabe, sabe lo que pasó conmigo ahí adentro”, refiriéndose al actual presidente de la nación. Aunque reconoce que el día que la echaron estaba muy desbordada y se sentía como una fiera enjaulada. Parecía no tener filtro, nadie sabía lo que iba a decir al aire. Piensa que eran momentos de patear el tablero. “Yo me ponía la camiseta del estado, así como lo hacía mi padre que ganaba dos mangos. El confrontaba con los montoneros que lo tenían amenazado, pero lo desaparecieron los militares en 1977”. La gata gris sigue maullando y Marcela prende otro cigarrillo.

Entra su vecina vestida con pantalones cortos, saco tejido abotonado y dice refiriéndose a la gata: “Parece que tiene una uña encarnada y le molesta, el lunes la llevo al veterinario”, La periodista lanza una bocanada de humo y sigue la charla.

En agosto de 2012, seis años después de ser despedida se sometió a una dieta líquida, una huelga de hambre que duró veintitrés días y que tuvo que abandonar por razones médicas. Fue un grito de libertad para recuperar su lugar en la televisión. No obtuvo ningún tipo de respuesta, aunque muchos colegas difundieron su acción. Cree que cada gobierno de turno tiene su línea editorial y que, tras haber vivido la dictadura militar, no concibe que en democracia la palabra sea condicionada. Enfatiza: “Al poder le gusta tener todo controlado, no soporta lo ingobernable”. 

¿Alguna vez pensaste en tirar la toalla?

“En ese momento me dije: Si me muero, me muero por una causa justa que mi alma clama”. Marcelo Piñeyro, que era amigo del padre de sus hijas, le decía que una vez un psiquiatra le había recomendado que si pensaba en suicidarse lo hiciera por algo útil. “Para mí la tele es mi ambiente, cómo comunicas, cómo te ven y todo lo transparente que podés ser”. Ese lugar le quedó pendiente, asegura que con media hora le alcanza. En 2014 la periodista, Fernanda Iglesias decía que bancaba moralmente a Marcela que no tenía de qué vivir en aquel entonces. La situación actual no parece haber cambiado mucho. Su hija menor decía: “Mi mamá siempre fue medio hippie y no se puede amoldar a la sociedad”.

Su red social es definitivamente Facebook donde no se calla nada, como es su costumbre. Tiene muchos seguidores y mínimamente hay cincuenta opiniones en cada posteo. Hace unos días fue invitada a participar en un programa para conmemorar los setenta años de la televisión pública. Su comentario fue: “Muy feliz y agradecida estoy, de haber sido convocada después de tantos siglos que no me sentaba en un set de televisión, y más en nuestro amado canal. Me siento abrazada y reconocida”.

Luego de la protesta y tras perder mucho peso, (no sabe cuánto porque no se pesaba, ni tenía balanza), quedó en evidencia para ella que no tenía cabida en un mundo tan absurdo. Entró en crisis y se recluyó unos días en un monasterio para hacer un retiro espiritual. Cuando salió, tomó una mochila y sacó un pasaje en micro hacia Santa Cruz de la Sierra en Bolivia. Se instaló dos meses y medio en un pueblito llamado Samaipata para trabajar como voluntaria en tareas sociales. Regresó cuando le avisaron que su gatita se había enfermado.

Moira Soto, periodista especializada en espectáculos y feminismo opinó de ella en una nota del diario Página 12, escrita en 2004: “Marcela desbarata olímpicamente todas las pautas establecidas acerca de cómo debe comportarse una conductora de noticiero. Ella irrumpe como un verdadero ovni, un poco desgarbada, sin ocultar su enojo o su entusiasmo, siempre deslenguada. Para unos cuantos que la pescaron por azar en el zapping y no pudieron creer lo que veían u oían, ya es objeto de culto”. En el noticiero del canal oficialista decía: “Contigo pan y cebolla, ¿alguien comparte cebolla con alguien?, vamos a lo importante: ¿dónde están los fondos de la provincia de Santa Cruz?”. Quiso hacerle juicio al estado, pero finalmente lo dio de baja. Había colegas que supuestamente serían testigos a su favor, pero nunca se presentaron. Según Salim Sad, un periodista que la conoce de cuando trabajaron juntos como locutores, (asegura que fue removido para que ella lo reemplazara en septiembre de 2002), ella inflaba un preservativo en vivo y lo arrojaba frente a la cámara. Piensa que agravia la ética elemental de la profesión.

Fue convocada por el periodista Pablo Marchetti, creador de la revista satírica “Barcelona” para formar dupla con Fernando Peña para el proyecto “Barcelona TV”, pero quedó trunco tras la muerte del actor en junio de 2009. Solo llegaron a grabar juntos el piloto y salió por cable un único programa conducido por ella y Eduardo Aliverti.

A los quince años fue catequista en San Cayetano de Liniers, una iglesia militante. Dice ser creyente. Para poder vivir hizo de todo, como vender agarraderas tejidas por ella misma al crochet, dar clases de manejo, ser chofer de sus amigos y compartir su casa con viajeros. Condujo en Radio Nacional el ciclo Clásicos del Tango y del Folklore. El programa de televisión “Infama” la encontró y entrevistó cuando salía con su guitarra a cantar a la gorra por los transportes públicos de la ciudad. Al preguntarle si sigue componiendo temas musicales, contesta: “Tenía muchos instrumentos que se fueron y se fue yendo un poco la música”, recorre con mirada resignada el lugar vacío que dejaron los instrumentos.

Actualmente está involucrada en un proyecto de un canal local con la idea de instalar en los restaurantes del barrio, el circuito del vino. “Estoy dejando fluir las cosas, que se van dando como se tienen que dar”, (no pierde la esperanza de volver a ocupar un lugar en los medios). Fue parte un tiempo breve del programa de fútbol “Fanáticas”. Integraba un panel, pero no se sentía cómoda con el formato en el rol de opinadora.

La vecina que estaba en la cocina aparece mate en mano y saluda. La gata gris, no para de quejarse como una letanía y la prudencia, como buena consejera, da cuenta de que la entrevista llegó a su fin. Sobre la mesa una lata de cerveza que Marcela tomó de a sorbos en un vaso metálico y el cenicero repleto de cigarrillos aplastados. 

Vuelta a desandar el pasillo del PH. Una vez en la vereda y tras la despedida, la calle está tranquila, el bullicio está a pocas cuadras de ahí, en pleno centro de Devoto. Pasa un colectivo quebrando la calma y justo enfrente, un inmenso terreno donde de lo que fue una casa todavía quedan algunos ladrillos por demoler, mientras la excavadora inmóvil espera. 


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