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MUJERES QUE CIRCULAN


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Pueden reunirse para leer, bailar o compartir un momento. Pueden hacerlo en una casa o en un parque, la única condición es que sean mujeres y formen un círculo.

Por Florencia Gattario (@florenciagatta)

Las dos chicas quieren pasar por esa puerta gigante y roja, tocan el timbre pero las hacen esperar. Están bellas, visten cómodas y coloridas, las reúne el mismo motivo: un Círculo de Mujeres. Es un domingo otoñal y pareciera que ya no hay vida en la Tierra. No pasa nada ni nadie, sólo está esa casa pintada de forma llamativa y los ruidos que vienen de su interior.
Cargan bolsas en las que se pueden ver frutas, bolsas de semillas y galletas de harina integral. Finalmente, la puerta se abre y da paso a un patio lleno de plantas que cuelgan. Una fuente con agua y un gato negro se cruzan, como si todas las apariciones invitaran a una tribu escondida en el medio de la selva.
Allí está Verona Fischer, ella es hoy la guía y “mañana puede ser cualquier otra”, aclara. Hay muchas voces, serán unas quince. El espacio es amplio, tiene cortinas rojas, un piso de madera bien lustrado y una caldera gigante que ya no funciona. Las mujeres despliegan sus mantas, sacan los anotadores (aquellos que Verona recomendó llevar al encuentro) y se sientan alrededor del altar que ellas mismas construyeron. Dibujos de úteros, fotos, pinturas de mujeres y piedras, son algunos de los elementos que están desparramados por el suelo.

El sol se cuela por una ventana e ilumina a las partículas que hay en el aire; caen como magia sobre las mujeres. Bebiendo té de carqueja y manzanilla, comienza el Círculo y las presentaciones. “Tengo una relación difícil con las mujeres de mi familia”, dice Laura Colores, quien escoge ese nombre para presentarse. Toma además una foto del altar y explica por qué la eligió. Agrega que es “nieta de” e “hija de”, todas deben adoptar esa forma al confesar qué personajes encarnan hoy. De pronto, comienzan a echar raíces y a contar de qué o quienes están hechas.
Catalina Emociones cuenta de la toxicidad que siente cada vez que tiene relaciones con una pareja a la que ya no ama.“El cuerpo habla”, dice Alejandra Palabras, con la voz ronca y gastada porque su “tiroides insiste en que se tranquilice, que pare un poco”. Verona es la última en presentarse; ella es colorada, tiene un mechón gris que cruza su flequillo y le da el aspecto de una maga. “Hay que ayudar a esos ovocitos a que despierten cuando ovulamos, estimular esa Matriz que los contiene”, dice la guía y la noción de Matriz aparece como una entidad que agrupa a los órganos sexuales femeninos. Es como un “cuenco vacío, una vasija, que hay que llenar de vida y creatividad”, sostiene Verona.

Evitar nombrar a las trompas uterinas como de “Falopio” (dado que ese apellido pertenecía al doctor que las diseccionaba) o reconocer a los órganos por su protuberancia y descartar la idea de que “están cortados a la mitad como en los dibujos de los libros”, son algunos de los conceptos que trabaja el grupo.
“Los ovarios son asintomáticos lo que duele es la matriz”, dice Verona y una de las chicas cuenta cómo su abuela la asustaba con la idea de que “si levantaba peso se le iba a caer la matriz”. Las mitos construidos o las cosas dadas por hechas se ponen de manifiesto y se discuten, para que con sororidad las mujeres se perciban como iguales y compartan sus emociones.
El baile comienza y las mujeres se desplazan por todo el espacio, suena un tambor, es la guía que invita a que esos vientres comiencen a moverse. “Cada paso que doy es un paso sanador, cada pasa que doy es un paso sagrado”, cantan ellas mientras caminan en círculo, alrededor del altar.
Bailan con ganas y sin interesarse por las miradas de las otras. Tocan sus pechos, sus caras, rezan con canciones y despiden con llantos a los amores perdidos. Luego se reúnen en tríos y aprovechan para darse cariño. No son feministas pero defienden la idea de la autonomía de sus cuerpos. Entre mates y tés recuperan el aliento, comen sus frutas y gracias a sus brujerías, hay más vida que nunca en la Tierra.


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