CULTURA
OZZY OSBOURNE: EL ÚLTIMO HIPPIE
De los pasillos grises de Birmingham al último adiós en su propia tierra: la vida imposible, caótica y luminosa de John Michael Osbourne.
Nació en el corazón industrial de Birmingham, en un entorno marcado por la pobreza, las fábricas cerradas y las cicatrices visibles de la Segunda Guerra Mundial. Vivía en una casa sin baño, compartía habitaciones con sus hermanos y la dislexia lo expulsó muy pronto de cualquier posibilidad educativa. Intentó oficios como albañil, plomero, empleado de matadero, pero ninguno funcionó. La sensación de fracaso era constante. Incluso un intento torpe de robo terminó con él en la cárcel, luego de que su propio padre pidiera que lo retuvieran para darle una lección.
Parecía destinado a convertirse en una sombra más de la Inglaterra obrera. Pero dentro suyo ardía una chispa extraña, irreverente, impredecible. Una chispa que terminaría cambiando para siempre la historia de la música.
El despertar: de Earth a Black Sabbath
Al salir de prisión, la vida parecía nuevamente un callejón sin salida… hasta que Ozzy escuchó por primera vez a The Beatles. Ese impacto lo volcó definitivamente hacia la música. Le pidió a su padre que le comprara un micrófono y colgó un cartel buscando músicos. Así aparecieron Geezer Butler, Bill Ward y Tony Iommi. Primero se llamaron Earth, pero la transformación llegó cuando Iommi propuso que, si la gente pagaba por sentir miedo en el cine, quizá podrían generar esa misma sensación con una canción.
Así nació Black Sabbath, una banda que sin proponérselo abrió las puertas de un nuevo género.

Black Sabbath, caminando por Abbey Road en 1975 | Foto: Nostalgia Addict 570
Un mundo en guerra y una banda dispuesta a mirarlo de frente
Mientras en 1967 florecía el movimiento hippie estadounidense, con su estética de paz y amor, el gobierno norteamericano sostenía la guerra de Vietnam con propaganda, reclutamientos forzados y un discurso que maquillaba el horror.
Desde una Inglaterra obrera que conocía la crudeza sin filtros, Black Sabbath eligió mirar la oscuridad de frente.
En 1970 escribieron War Pigs, una denuncia feroz contra la guerra y quienes la planifican desde escritorios alfombrados. Ozzy gritaba: “Ellos comienzan las guerras; ¿por qué no van ellos a pelear en vez de usar a la gente como ganado?”
Era un mensaje que desafiaba a un mundo saturado de propaganda patriótica. El disco iba a llamarse War Pigs, pero fue censurado por temor a presiones políticas. Aun así, aquella canción se volvió un himno antibélico real, visceral, incómodo.
¿Por qué Ozzy nunca usó la señal de los cuernos?

Foto: www.roshalfin.com
Aunque muchos lo asocien con la estética del heavy metal, Ozzy Osbourne nunca utilizó la señal de los cuernos para identificarse. Ese gesto, popularizado más tarde por Ronnie James Dio, surgía de antiguas supersticiones católicas de los años treinta, donde se usaba para ahuyentar el mal. No tenía nada que ver con rebeldía musical ni con satanismo, y mucho menos con la identidad de Ozzy.
Ozzy, en realidad, se identificaba con la señal de paz y amor, un gesto heredado del espíritu setentista que lo marcó profundamente. Creía en la libertad, en los vínculos humanos, en la idea de que el afecto podía ser una forma de resistencia. Su ropa de los años 70’s, multicolor, suelta, casi infantil, atravesada por la estética psicodélica reflejaba exactamente eso: un hippie desbordado, un pacifista envuelto en caos.
Había otro gesto que también lo acompañó durante décadas: el clásico “fuck you”, pero no como un insulto vacío. Para Ozzy era un símbolo de protesta, un modo de desafiar a las guerras, a los políticos corruptos, a los moralistas que lo señalaban sin entenderlo. Era su manera de decir que no encajaba en ningún molde, ni siquiera en el del género que ayudó a crear.
¿Heavy Metal? “Parece el nombre de una chatarrería”

Foto: Www.rosshalfin.com
El término surgió de una frase de la canción Born to Be Wild de Steppenwolf (“heavy metal thunder”). Un periodista de Rolling Stone lo adoptó para describir el sonido de Black Sabbath, Led Zeppelin y Deep Purple. Pero Ozzy nunca se sintió representado. En 2005 dijo:
“Heavy metal” parece el nombre de una chatarrería. Nunca me gustó. Yo vengo de un barrio lleno de fábricas, y ese nombre me recuerda a ese mundo”.
Para él, su música era hard rock, o en todo caso heavy rock, pero no “metal”. El término quedó, y con el tiempo se asoció a estéticas oscuras y supuestos vínculos satánicos que nada tenían que ver con sus intenciones ni con su música.
Depresión, drogas y una luz al final del túnel
La muerte de su padre, Jack Osbourne, en 1978, le dejó un vacío que nunca terminó de sanar. Ozzy ya venía peleando contra años de adicciones, frustraciones y un desgaste emocional que lo tenía al borde. Su familia se desmoronaba y la relación dentro de Black Sabbath estaba tan deteriorada que parecía cuestión de tiempo hasta que explotara. Y así fue: en 1979, la banda decidió dejarlo afuera. Un golpe duro, pero inevitable.
El vocalista cayó en una espiral feroz. Pasó semanas encerrado en una habitación en Los Ángeles, rodeado de botellas, sin comer, ni bañarse, esperando simplemente que todo se terminara.
Fue ahí, en ese pozo, donde apareció Sharon Arden, hija de Don Arden, el temido mánager de Black Sabbath. Al principio llegó para intentar ordenarle la carrera, pero terminó haciendo algo mucho más profundo: lo levantó del piso y le mostró algo que él ya había perdido de vista. Una oportunidad.

Casamiento de Sharon y Ozzy en julio de 1982 | Foto: Www.rosshalfin.com
A comienzos de 1980, todavía en medio del caos, Ozzy empezó a audicionar músicos para lanzarse como solista. Y entonces entró un pibe tímido y flaquito: Randy Rhoads. Su talento descomunal no sólo transformó el sonido de Ozzy; le devolvió la chispa.
Por primera vez en muchísimo tiempo, Ozzy volvió a creer en sí mismo.
El origen del “príncipe de las tinieblas”

La leyenda empezó, como muchas cosas en la vida de Ozzy, por un accidente. Corría 1981 y el show avanzaba entre gritos, luces y euforia cuando alguien arrojó un murciélago muerto al escenario. En medio de la adrenalina, Ozzy creyó que se trataba de un elemento de utilería, una más de esas exageraciones teatrales que solían rodearlo. Lo levantó, lo llevó a la boca y el crujido confirmó que era real.
La prensa se abalanzó sobre el episodio como si hubiera encontrado la prueba definitiva de su supuesta oscuridad. Los titulares hablaron de satanismo, de locura, de sacrilegio. Programas enteros discutían el hecho; expertos improvisados analizaban su salud mental. Fue un escándalo global, un fenómeno imposible de contener. Pero Sharon Arden entendió que aquella crisis podía convertirse en un relato. Lo enmarcó, lo ordenó y, sin ocultarlo, lo integró al personaje. Así nació el apodo que lo marcaría para siempre: el Príncipe de las Tinieblas. Una etiqueta exagerada, casi caricaturesca, que le permitió a Ozzy moverse entre el músico real y el mito que el público esperaba ver.
La ironía es que, puertas adentro, Ozzy distaba mucho de la criatura que el mundo imaginaba. Era alguien que regalaba flores, que acumulaba símbolos de paz, que se conmovía con gestos mínimos y conservaba una inocencia casi infantil. Esa tensión entre la ferocidad del escenario y la ternura de su vida cotidiana terminó definiendo su identidad: un ícono nacido del ruido, pero guiado siempre por una sensibilidad que nunca abandonó.
La herida que nunca cerró

Ozzy junto a Randy Rhoads en 1980 | Foto: www.rosshalfin.com
Marzo de 1982 quedó marcado como la herida más profunda en la vida de Ozzy Osbourne. La gira de Diary of a Madman avanzaba entre shows masivos, agotamiento y una dinámica en la que el caos parecía parte del staff. El grupo viajaba en un micro que, como tantas veces, hizo una parada en un rancho de Florida. Allí, a pocos metros, había una avioneta privada perteneciente al dueño del lugar.
Mientras la banda dormía, el piloto Andrew Aycock insistió en dar unas vueltas en la aeronave “para despejarse”. Randy Rhoads aceptó subir, al igual que Rachel Youngblood, la maquilladora del tour. Randy era conocido por su extrema prudencia: no bebía, no consumía y evitaba cualquier situación riesgosa. Subió porque le habían prometido un vuelo breve, tranquilo, casi turístico.
Pero el piloto no estaba en condiciones de volar. Tenía cocaína en sangre, antecedentes de conductas imprudentes y, según testigos, una actitud temeraria desde que encendió el motor. La avioneta despegó, giró, y en segundos lo que debía ser un paseo terminó convirtiéndose en tragedia.
Aycock comenzó a realizar maniobras peligrosas cerca del micro donde descansaba la banda, como si buscara impresionar o “jugar”. En uno de esos intentos perdió el control. La aeronave rozó el techo del vehículo, se inclinó y terminó estrellándose contra una casa cercana. La explosión fue instantánea. Randy, Rachel y el piloto murieron en el acto.
Ozzy se despertó por los gritos y salió corriendo descalzo, sin comprender qué ocurría. Lo que encontró lo acompañó el resto de su vida: restos del avión, fuego, humo, y la certeza brutal de que su guitarrista, su amigo, su hermano artístico, ya no estaba.
Randy no solo había impulsado la renovación musical de Ozzy; había sido un sostén emocional después de años de autodestrucción. Perderlo fue como ver apagarse la única luz que lo había sacado de la oscuridad.
Durante décadas, Ozzy cargó con una culpa imposible. Siempre dijo que, de haber estado despierto, jamás habría permitido que Randy subiera a ese avión. Ese pensamiento lo persiguió hasta el final. Nunca habló de él sin quebrarse y nunca dejó de sentir que el destino le había arrebatado a su compañero más brillante, alguien que con solo dos discos alcanzó la eternidad.
Éxito, fama y pérdida de control
Los años 80’s fueron, para Ozzy, una paradoja constante: mientras su carrera solista se transformaba en un fenómeno mundial, su vida personal se desmoronaba. Tras la muerte de Randy Rhoads, el dolor se convirtió en un motor oscuro. Trabajaba sin pausa, grababa discos brillantes como Bark at the Moon y The Ultimate Sin, giraba por el mundo y llenaba estadios… pero por dentro estaba devastado.
El hogar que construyó con Sharon parecía, desde afuera, una familia en pleno ascenso. Tuvieron tres hijos, Aimee, Kelly y Jack, vivían en mansiones, y Ozzy se volvía cada vez más visible en televisión, prensa y videoclips. Pero puertas adentro, la adicción era un monstruo que no dejaba de crecer. Mezclaba alcohol, cocaína, sedantes y pastillas con la misma compulsión con la que pasaba de un escenario al siguiente. No dormía, no comía, perdía la memoria con frecuencia y sufría episodios de ira y desconexión total.

Ozzy, Sharon y sus tres hijos Aimee. Kelly y Jack. | Foto: Reddit
El punto de quiebre llegó una noche de 1988, cuando Ozzy atravesó un brote psicótico bajo los efectos de una mezcla letal de sustancias. En un estado que él mismo describió como “no era yo, era un monstruo”, intentó estrangular a Sharon en su propia casa. Ella logró escapar y llamar a la policía. Cuando Ozzy despertó en la cárcel al día siguiente, no recordaba absolutamente nada.
Ese episodio podría haber sido el final definitivo: del matrimonio, de la familia y quizás de su carrera. Sharon podría haberlo abandonado o permitir que enfrentara las consecuencias legales. Pero tomó una decisión extrema: retiró los cargos, lo internó de inmediato en rehabilitación y le dio lo que definió como “una última oportunidad para vivir”.
La rehabilitación fue prolongada, difícil y cargada de recaídas, pero algo en Ozzy empezó a cambiar. El miedo a perder a su familia, la culpa por lo ocurrido y el recuerdo permanente de Randy funcionaron como anclas que lo obligaron a elegir entre seguir destruyéndose o intentar renacer.
Se alejó de las drogas, bajó de peso, recuperó hábitos saludables y comenzó a reconstruir su vida. Por primera vez en mucho tiempo, empezó a enfrentar su dolor en lugar de taparlo con excesos. Y aunque su lucha contra las adicciones nunca terminó por completo, aquellos primeros años de recuperación marcaron un giro decisivo: El cantante se volvió más presente, consciente y, sobre todo, más protector de su familia.
Despedida y renacimiento

Foto: Reddit
En 1992, tras el impacto mundial de No More Tears, Ozzy anunció su despedida definitiva de las giras. Su salud estaba al límite y sentía que ya no tenía más para dar. Pero aquella retirada duró poco: para 1995 volvió a los escenarios con una energía renovada. Fue entonces cuando Sharon intentó sumarlo al por entonces ascendente festival Lollapalooza, pero lo rechazaron con una frase que quedaría grabada: “Ozzy ya no vende”.

Foto: Loudwire
Lejos de desmoronarse, Sharon transformó ese rechazo en una revolución. En 1996 creó Ozzfest, un festival propio que abrió espacio a bandas que por entonces eran emergentes y que hoy son referentes absolutos: Korn, Slipknot, System of a Down, Limp Bizkit, Linkin Park y muchas más encontraron allí su primer público masivo.
Ozzfest no solo marcó el regreso de Ozzy: redefinió a toda una generación y cambió para siempre la historia de la música pesada.
El nuevo milenio: una familia rota frente a cámara
En el año 2000, los Osbourne dejaron Inglaterra para instalarse en Los Ángeles y, casi sin preverlo, se convirtieron en la familia más famosa del planeta. MTV lanzó The Osbournes, un reality que mostraba su vida cotidiana: discusiones absurdas, perros por todos lados y un Ozzy torpe, tierno y confundido que terminó ganándose al público. El rating explotó y el programa marcó un antes y un después en la televisión.

Foto: La tercera
Pero mientras el mundo se divertía, puertas adentro la familia se resquebrajaba. Kelly y Jack, expuestos a una fama que no podían manejar, cayeron en adicciones. En pleno éxito, Sharon fue diagnosticada con cáncer de colon, y Ozzy, ya emocionalmente agotado, sufrió un accidente casi fatal al caer de una moto dentro de su propia mansión.
El reality mostraba cercanía y humanidad, pero detrás de cámara la familia atravesaba una tormenta. Una vez más, Ozzy parecía condenado a vivir al borde del abismo.
Sus últimos años: enfermedad y resistencia
A partir de 2018, la vida de Ozzy entró en su capítulo más duro. Una infección en la mano que parecía menor se volvió una amenaza seria y lo obligó a suspender la gira No More Tours 2. Él, que había sobrevivido a accidentes, adicciones y tragedias, empezaba ahora a enfrentarse a un enemigo distinto: el deterioro físico.

Foto: www.rollingstone.com
En 2019, una caída en su casa desestabilizó todo. Se golpeó la espalda con tal fuerza que las lesiones comprometieron su movilidad. De un día para otro, pasó de prepararse para volver a los escenarios a necesitar ayuda para caminar. La cirugía que debía devolverle parte de su independencia terminó desencadenando un tipo severo de Parkinson, que lo dejó con dolores constantes, temblores, rigidez y una fatiga que lo consumía.
El hombre que había resistido a los excesos de los 70, que había sobrevivido a accidentes imposibles y a episodios que podrían haber destruido a cualquiera, ahora luchaba contra su propio cuerpo. Y aun así, no frenó.
En medio de ese panorama, grabó Ordinary Man (2020) y Patient Number 9 (2022), dos discos cargados de nostalgia, confesiones y despedidas veladas. Su voz sonaba frágil pero intacta, con esa mezcla de ternura y oscuridad que solo él podía transmitir. En cada canción podía escucharse algo más que música: era un hombre despidiéndose de un mundo que todavía no quería dejar.
En 2021 se estrenó The Nine Lives of Ozzy Osbourne, un retrato descarnado de su vida, donde él mismo admite no saber cómo sigue vivo. Para entonces, ya era evidente que su cuerpo estaba cediendo, pero su espíritu esa mezcla de humor absurdo, inocencia y resistencia pura permanecía intacto.
Los últimos años de Ozzy no fueron de gloria ni de multitudes, sino de lucha silenciosa. De intentar levantarse cada mañana, aunque doliera. De seguir creando, aunque le costara respirar. De seguir siendo Ozzy hasta el final.
En febrero de 2025, después de años de rehabilitación, Ozzy anunció lo que parecía imposible: volver a los escenarios una última vez, y hacerlo en la tierra donde había nacido todo. El sábado 5 de Julio se llevó a cabo Back to the Beginning no era un festival más: era un regreso al origen, un puente entre el chico pobre de Aston y la leyenda que había conquistado el mundo.
El lineup reunía a Metallica, Guns N’ Roses, Steven Tyler, Ron Wood y más. Pero nada importaba más que él. Ozzy, sentado en un trono, con la voz herida pero viva, entregaba cada palabra como si supiera que no habría otra oportunidad. El estadio entero lloró con él: cada canción sonaba a capítulo cerrado, a agradecimiento, a disculpa, a despedida.
Y luego, lo imposible: una última aparición de Black Sabbath. En su ciudad natal, donde cuatro obreros habían decidido cambiar la historia del rock sin saberlo, Aston volvió a verlos juntos por última vez.

Ozzy en su show despedida en Birmingham Foto: Www.rosshalfin.com
Ozzy había cumplido su deseo. Lo había logrado. Lo que nadie sabía era que, sin querer, ya estaba escribiendo el final de su propia historia.
Durante un año entero, él y Sharon habían filmado un documental que debía culminar con ese show. Era un círculo perfecto: empezar en Aston, terminar en Aston. Volver al inicio para entenderlo todo. Back to the Beginning. Pero el destino tenía un capítulo más.
El final que nadie vio venir
El 22 de julio de 2025, días después de darle al mundo su adiós más luminoso, Ozzy Osbourne murió de un infarto, rodeado de su familia. Fue un golpe seco, imposible de procesar: habíamos presenciado su despedida sin saberlo.

Sharon y sus hijos Jack y Kelly en el funeral de Ozzy. Foto: www.rollingstone.com
En septiembre se estrenó No Escape From Now, el documental que él y Sharon habían filmado durante el año previo. El material mostraba a un Ozzy frontal y sincero, alternando humor, vulnerabilidad y un nivel de lucidez poco común respecto de su propio final. El registro exhibía su desgaste físico, su esfuerzo por seguir adelante y la claridad con la que hablaba sobre despedirse de los escenarios.
Con el paso del tiempo, el sentido de Back to the Beginning terminó de revelarse. Aquel concierto no fue simplemente un retorno simbólico a sus raíces: operó como una despedida concebida por él mismo, un cierre circular que empezaba y terminaba en Aston, el lugar donde había nacido todo.
Ozzy no se retiró en silencio. Eligió enfrentar la despedida con la misma determinación con la que había atravesado cada etapa de su vida: mirando de frente la oscuridad y transformándola en relato. Sus últimas apariciones públicas, sus discos recientes y el documental conformaron una obra final coherente con todo lo que representó a lo largo de cinco décadas.
Al volver al principio, cerró de manera definitiva una de las historias más intensas, impredecibles y profundamente humanas que dejó el rock.






