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La mujer que puedo ser


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La puerta de entrada gigante y pesada, el ascensor de rejas casi individual y la escalera caracol enorme por la que los pies de un vecino van a mayor velocidad que los que viajan asfixiados por sus propias mochilas hasta el último piso.

Pasillo, pasillo, pasillo. Un gato negro, otro blanco. Cuadros, pinturas, libros y muchos objetos decorativos de tamaños absurdos, como los restos de una escenografía de fantasía. Los vestigios de varias. El gato negro de antes acompañado por otro tan oscuro como él, pero no tan sociable. Abanicos orientales, un cuadro de pop art en medio de lo clásico, mobiliario de estilos varios que combinan muy bien entre sí a pesar del año o lugar de origen. El minimalismo se pudo haber escapado por los dos ventanales grandes del living comedor que poco tiene de comedor porque no hay mesas ni sillas, pero sí cinco sillones ubicados en 360 grados para invitar a una ronda íntima en la que todos pueden verse las caras mientras comparten el café que prepara Maiamar, con un budín vegano y grisines de panadería. Una gata con actitud de dueña de la casa, de señora como su propia dueña, se ubica en el brazo del sillón de tres cuerpos. Otro de color blanco, el más peludo de todos, sale hacia al balcón casi ignorando todo a su alrededor. En el medio de toda esa escena, imposible de proponer en una didascalia, está la actriz. Tan barroca como su decorado, con un vestido estampado en búlgaros bordó y azul, una ruana tejida de color ladrillo, aros enormes con forma de estrella, un anillo gigante con una piedra a tono de la ropa y el pelo platinado recién lavado. La casa huele a incienso. Y se respira en el ambiente la sensación de que un ritual va a empezar, como si acabaran de dar sala en un teatro. La función va a comenzar.

Apagón.

Maiamar Abrodos es actriz, escenógrafa y docente. Da clases en la Escuela Metropolitana de Arte Dramático y en la Universidad Nacional de las Artes. Fue parte de proyectos populares como La viuda de Rafael en televisión y Siglo de Oro Trans en teatro. Recibió el DNI con su identidad de género autopercibida de la mano de Cristina

Fernández de Kirchner en un acto en la Casa Rosada el 2 de julio de

2012.

Maiamar convive con siete gatos. La más mimada, aunque su humana diga lo contrario, se llama Paloma. Tiene nombre de humana. Los siete tienen nombre de humanos: Octavio Andrea Abrodos, Paloma Clara Abrodos, India Luna Abrodos, Christian Rafael Abrodos, Micael Amor Abrodos, Uriel Ángel Abrodos y Milagros Anahí Abrodos. También tiene un hijo del corazón con el que comparte el amor por el arte: el director, actor y músico Pablo D´Elia, de quien fue compañera de elenco durante 2010 en la obra Feizbuk de José María Muscari. Además fue su director en la exitosa Las guardianas, que tuvo varias reposiciones en la cartelera independiente y hoy la dirige en Teatro x la identidad, el movimiento conformado por colectivos teatristas.

Igual que en un escenario, finges tu dolor barato

En los últimos años encarnó el papel de madre en proyectos como Siglo de Oro Trans en el Complejo Teatral San Martín, Buscando a Vassa, una producción audiovisual que también pertenece al teatro oficial e Imaginaria, obra del circuito independiente que agotó todas sus funciones en el Espacio Callejón.

—Los prejuicios sobre las mujeres que son trans y que son actrices están asociados al vínculo entre la maternidad y ser transgénero. Yo hice de madres no asociadas a eso. Son todas mujeres fuertes. Pero no me eligen por ser trans, sino por otras cosas: el temperamento, el aspecto físico. Quizás aspectos de otros catálogos de prejuicios de la sociedad.

Ser actriz fue un sueño para Maiamar desde pequeña. Jugaba a imitar a Susana Giménez. Ponía almohadones alrededor de una ventana y fingía que bajaba las escaleras como ella hacía en un programa que tenía junto con Alberto Olmedo. Creció admirando a actrices como Bette Davis, Leonor Manso, Graciela Borges y, de más grande, en el teatro la deslumbró Elena Tasisto. “Las actrices que son muy técnicas me parecen fantásticas, pero a veces prefiero la mugre de la vulnerabilidad y de la emoción. La verdad es la que cuenta”, dice respecto a quienes la inspiraron.

tu drama no es necesario, ya conozco ese teatro.

En 2014 fue parte del elenco protagónico de La viuda de Rafael, la primera ficción nacional protagonizada por personas trans con una trama que se mete de lleno en las diferentes realidades y experiencias de las personas del colectivo LGBTIQ+. Su personaje, Susi, contó parte de su propia realidad: los exámenes, los peritajes médicos y la humillación que debió atravesar para lograr reflejar en su documentación y en su propio cuerpo la identidad que autopercibe.

En su libro Fatal, una crónica trans, Carolina Unrein escribió: “Tal vez a Camila Villada Sosa o a Maiamar Abrodos, cuando hicieron La viuda… se les haya cruzado por la cabeza que a lo mejor le cambiaban el mundo a una pequeña niña contando en carne propia nuestra realidad o tal vez nunca tomaron dimensión del impacto que tendrían”.

—Tengo conciencia de que a mí me interesa plantearle al mundo como mujer transgénero que la vida no es tan difícil, no porque sea fácil, sino porque es posible. Si una niña puede descubrir quién es y puede pensar en la libertad de ser sin necesidad de cosas que antes pasaban, de las marginalidades tan extremas, me parece que la misión está cumplida. No me gusta la victimización de la situación trans. Hemos vivido cosas muy difíciles. Es mejor no pensar más. Me convendría hasta a nivel político, pero soy una actriz.

Hace más de una década a Maiamar no le importaba tanto el DNI, su verdadero objetivo era operarse. Tiempo después de hacerlo fue a comprar un vestido a un local y el señor que atendía no paraba de mirarla. “Me alabó tanto que yo pensé que si sacaba el documento para pagar con tarjeta este hombre caía muerto en el piso. Fui a buscar plata a un cajero y volví a comprar el vestido. Si bien es gracioso lo que me pasó, ese día sentí la importancia de tener todo identificado con quién soy”.

qué bien te queda el papel. Después de todo parece

que esa es tu forma de ser.

VOZ EN OFF

—¿Vos sos la mujer que soñaste ser o la que pudiste ser?

MAIAMAR

—Es difícil. Pienso en el pasado… siento que todavía me falta para ser la mujer que soñé ser, pero estoy en camino. Por ahora sigo

siendo la mujer que puedo ser.

Maiamar prepara más café y trae más cosas ricas para comer. Acaricia a un cancerbero celestial de gatos, tres sombras casi unidas por la cola que son Octavio, India y Micael; besa a Paloma, antes de que se le escape; reta a Uriel, que está empecinado en devorar una planta; baja a Milagros de la mesada y pregunta sin respuesta por Rafael. La luz de media tarde está en su máximo esplendor en el escenario montado dentro del último piso de esta esquina de Villa Crespo. La conversación sigue con otra ronda de café, pero ya no se entiende. Las voces se empiezan a perder en el espacio mientras la luz se atenúa hasta apagarse.

Teatro, lo tuyo es puro teatro, falsedad bien ensayada, estudiado

simulacro.

Telón


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