Argentina llegó dos veces a la semifinal y en ambas fue derrotado. La primera con Sudáfrica en 2007 y la última frente a Australia en 2015. ¿Habrá una nueva oportunidad en Francia 2023?
En la calle Whitton Road, los colores blanco y celeste copaban los alrededores del Estadio Twickenham, en vísperas de la segunda chance en la historia del seleccionado argentino para alcanzar la máxima instancia de la Copa Mundial de Rugby. Una última oportunidad para los veteranos históricos de aquella época dorada en aquel mundial de 2007. Ocho años después y localizada en la cuna del deporte, Los Pumas, buscarían la gran hazaña. Lo que no se pudo en Francia contra los Springboks de Sudáfrica se buscaría frente a los conocidos Wallabies: alcanzar la final del mundo.
La figura de Los Pumas se había agigantado con el transcurso de la competencia. Lo que había comenzado con un aire de dudas de parte de la afición por miedo a otro fracaso tempranero, se volvía un halo de esperanza creciente que poco a poco se expandía en la población argentina cual rumor, acaparando cada vez más la atención y el centro de cualquier charla de café. En los diarios de los fines de semana, luego de la columna de Boca o River, pegadita se divisaba alguna foto de los jugadores argentinos preparándose para la próxima instancia. En las charlas de oficina, se formaba aquella famosa pregunta: “Che, ¿viste el partido de Los Pumas ayer?”, seguido de un opinólogo de turno que pronosticaba sobre el posible campeón. Y así, con el pasar del tiempo y de los partidos, sobre todo luego de aquel 43 – 20 contra Irlanda en cuartos de final, el tema se imponía en la agenda pública.
“Una segunda chance”, se escuchaba y predecía al pasar en los canales de noticias y grupos de Facebook, mientras se organizaban caravanas entre hinchas hospedados en Londres. La derrota contra Sudáfrica en 2007 había perforado hondo en los corazones de los fanáticos y seguidores del “deporte de caballeros” en el país y acabado con las esperanzas de quienes se habían entusiasmado con el rendimiento del equipo argentino. La cicatriz de aquella espina aún se sentía fresca y punzante. Eso sí, la fe estaba intacta.
El rendimiento del equipo era prometedor. Mantenía a varios históricos en el plantel como Horacio Agulla, Marcelo Bosch, Juan Martín Hernández, Juan Fernández Lobbe y Leonardo Senatore, prometiéndoles una última oportunidad. Habían logrado subsanar y corregir algunos errores del pasado como la falta de juego ofensivo con la pelota, y las actuaciones de los pilares Herrera y Ayerza, junto con las patadas a los palos de Nico Sánchez y los tries de Juan Imhoff emocionaban y proponían un cambio de paradigma frente al equipo dos veces campeón de la Copa Webb Ellis.
Aquel 25 de octubre el estadio de Twickenham se encontraba repleto de hinchas con una asistencia casi perfecta de 80.025 de espectadores y un 50% al menos eran del bando sudamericano. Entre ellos, el inmenso Diego Armando Maradona, quien había prometido estar presente tras también haberlo estado en la victoria contra Irlanda.
Todo estaba listo. Argentina formaría desde el arranque como lo venía haciendo: Joaquín Tuculet; Santiago Cordero, Marcelo Bosch, Juan Martín Hernández y Juan Imhoff; Nicolás Sánchez y Martín Landajo; Leonardo Senatore, Juan Martín Fernández Lobbe y Pablo Matera; Tomás Lavanini y Guido Petti; Ramiro Herrera, Agustín Creevy (capitán) y Marcos Ayerza. Y el técnico argentino: Daniel Hourcade.
Por el lado del conjunto oceánico, algunos nombres imponían, como mínimo, respeto: Israel Folau; Adam Ashley-Cooper, Tevita Kuridrani, Matt Giteau y Drew Mitchell; Bernard Foley y Will Genia; David Pocock, Michael Hooper y Scott Fardy; Rob Simmons y Kane Douglas; Sekope Kepu, Stephen Moore (capitàn) y James Slipper. Su entrenador el renombrado Michael Cheika.
Luego de la orden del juez tardaron un minuto y tres segundos en desaparecer las sonrisas de la hinchada argentina. Tras un error del goleador Sánchez, Rob Simmons convertiría el primer try del partido para Australia, y de ahí en adelante la pesadilla Wallabie duraría 79 minutos más.
Cualquier planificación y estrategia fríamente calculada por Hourcade se había ido a la basura en el primer intento, y para el minuto diez Ashley-Cooper aumentaba la diferencia a 14-3. Aún así, la insistencia Puma junto con su garra, lucha y emoción tan característicos trató contra la consistencia de los Aussies, rígidos y firmes en defensa y prolíferos y contundentes en ataque, hasta el final. Si bien Australia se mantuvo por delante en todo momento, la suerte le amagó la Argentina en más de una vez con la igualdad. Llegó a estar a tan solo 7 puntos cerca del final. Pero no hubo caso: la pared Wallabie estaba más firme que nunca y luego de las lesiones de Juan Imhoff, Agustín Creevy y Juan Martín Hernández, sumadas a la amarilla de Tomás Lavanini a los ’26, el conjunto albiceleste se encontró perdido como nunca había sucedido en aquella edición y finalmente, no pudo hacer más.
Luego del pitido final, el estadio entero aullaba en devoción hacia los caudillos blanquicelestes, quienes con la frente en alto, saludaban a su público y se despedían una vez más de su tan ansiado sueño frustrado al ritmo del “Ole, ole, ole, ole, Pumas, pumas…”. Por segunda vez en una semifinal para el equipo argentino y tampoco pudo ser. Quizá sí sea como popularmente se cree. Quizás la tercera sea la vencida.
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