Opinión pura: Argentina llegará al Mundial con dos títulos que la meten entre las candidatas. Sin embargo, hay que tener los pies sobre la tierra.
¿Cómo no ilusionarse con esta victoria? ¿Cómo no soñar con Qatar? ¿Cómo no creer en una Selección que, realmente, enamora? Argentina pegó un golpazo sobre la mesa chica de los aspirantes a levantar la Copa del Mundo. No hay que negarlo, la Scaloneta se probó la pilcha de candidato en Wembley.
Sin embargo, ¡calma! Calma porque si no nos devora el exitismo… Endulzarnos con los triunfos nos puede confundir como en tiempos anteriores. Italia es un monstruo. Un monstruo deprimido que se cayó, insólitamente, de un carro en el que nunca debería faltar. Es posible que esa sensación de vacío mundialista haya interferido en esta Finalísima. Es probable que Argentina haya aprovechado este momento sensible de la Azurra.
El pueblo albiceleste debe alegrarse por este nuevo logro porque genera un ambiente ideal de confianza. En menos de un año, la Selección se acostumbró a ganar finales extraordinarias (Brasil en el Maracaná e Italia en Wembley). El equipo liderado por Messi nos invita a disfrutar del camino transitado y por recorrer. El hincha se siente representado, entre otras cosas, por los golazos de Di María, por el empuje de Rodrigo De Paul y por la eficiencia del Dibu Martínez. Hoy, a festejar. Mañana, a enfocarse y recoger lo cosechado para armarse de herramientas hacia el tan ansiado objetivo mundialista. Lo importante, es que llegamos unidos, abrazados.
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