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ALEJANDRO VASCO: “ES UN PESO MUY GRANDE ESTAR VIVO”


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Entre héroes y tumbas. La historia de un Veterano de Malvinas que siente la culpa de haber sobrevivido a la guerra.

Por Marcelo Obregón

A pesar de haber nacido en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires –Capital Federal en aquel entonces-, Alejandro vivía en Muñiz, una localidad situada al noroeste del gran Buenos Aires. “Mi casa estaba en un típico barrio de clase media. De chico mis padres jamás me dejaron faltar nada. Me cuidaban, me daban todos los gustos, en una palabra, me malcriaban. Igualmente a mí me gustaba andar en la calle o en el club con mis amigos jugando a la pelota”.

-¿Cómo fue tu adolescencia?

-La de un pibe común de mi edad. Me gustaba salir, leer, pescar, escuchar música. Me acuerdo que era fanático de León Gieco. Lo distinto a otros era que, como había comenzado a jugar al fútbol a los quince años en las divisiones inferiores del Club Deportivo Italiano, había abandonado la escuela secundaria. Lo hablé con mis padres y ellos aceptaron mi decisión. Así que desde ese momento empecé a trabajar en el negocio de mi viejo. Mi sueño era ser jugador de fútbol profesional y el me apoyaba. En esa etapa de mi vida era feliz.

El día que se realizó el sorteo para determinar quiénes tendrían que realizar el Servicio Militar Obligatorio, Alejandro lo escuchó por la radio junto a sus amigos en la puerta de su casa. Era mayo de 1980. En octubre cumpliría los 18 años. En Argentina eran tiempos de dictadura. El número de orden que le tocó en suerte fue el 817, lo que significaba que al año siguiente tendría que hacer la “conscripción”.

-¿Dónde hiciste el servicio militar obligatorio?

A pesar de que por mi número me correspondía la Fuerza Aérea, mi viejo logró que me llevaran a Mercedes, al Regimiento de Infantería Mecanizada –RIM- N° 6 “General Viamonte” donde había un amigo de él que era capitán. El servicio militar lo hice desde marzo del año 1981 hasta la baja en marzo del año 1982. Después, en menos de un mes, me reincorporaron por lo de Malvinas.

El 2 de abril de 1982 la dictadura militar, al mando del General Leopoldo Fortunato Galtieri, ordenó un desembarco y la posterior toma de las Islas Malvinas. La respuesta del Reino Unido no se hizo esperar. Lo que Argentina planteaba como un derecho y pretendía resolverlo por la vía diplomática, el Reino Unido lo consideraba una declaración de guerra.

-¿Recordás cómo fue el momento en que te llegó la citación para ir a Malvinas?

-Lo recuerdo bien. Por la tardecita, luego de trabajar, fui a lo de Mónica, mi novia. Ella, Omar -su papá – y yo mirábamos el noticiero y mientras pasaban las imágenes de las islas yo estaba seguro de que a mi regimiento lo iban a convocar porque éramos infantería. Esa noche, cuando llegué a mi casa, mi hermano me estaba esperando con el telegrama en la mano.

-¿Cómo fue el ánimo durante el viaje a las islas?

-Una extraña mezcla de sensaciones y emociones. Me pasaban mil cosas a la vez por la cabeza. Sentía que estaba viviendo un momento único. Yo era un fanático de las películas de guerra, de las armas, de todo lo que tuviera que ver con aquello, y me parecía que era un privilegio estar allí. En cuanto al resto de los que viajó conmigo, había de todo.

-¿Te llevaste algún objeto, amuleto, o algo a lo que aferrarte durante la guerra?

-Tenía mi rosario de plástico, que aún conservo, que nos dieron antes de llegar allá. También llevaba una estampita de la virgencita de Luján a la cual le escribí mi nombre: Alejandro Vasco, soldado clase 1962, RIM 6. La fe fue mi punto de apoyo. Rezábamos mucho y nos dábamos fuerzas entre nosotros.

-¿Cuál fue tu momento más difícil durante la guerra?

-Momentos difíciles fueron muchos. Tuve miedo, porque mentiría si dijera que no tuve miedo. Es imposible no tener miedo cuando se pone en juego la vida. Pero tener miedo no es ser un cobarde, ninguno de nosotros fue un cobarde. Muchos en verdad fueron héroes que dieron su vida por la patria. Eso era lo difícil, tener a la muerte tan cerca.

Alejandro hace silencios entre frase y frase. Sus ojos miran de aquí para allá, como buscando imágenes en algún lugar mientras sus manos gesticulan. Lleva puesto un uniforme de combate con la insignia de su regimiento. “Un veterano nunca deja de ser un soldado” -dice mientras posa su mano derecha sobre su corazón-.

-¿Cómo fue el último día en Malvinas luego de la derrota?

-Primero quiero decir que nosotros no nos rendimos. El General Menéndez –jefe de operaciones en las islas- firmó un cese de fuego y puso condiciones, no como dijeron aquí que nos rendimos en forma incondicional, que no es lo mismo. Si no lo hacía nos masacraban a todos, ellos estaban por todos lados. Aquí se dijeron muchas cosas sin saber.

-¿Cómo viviste el momento del regreso a casa?

-Fue emocionante –hace una pausa-. El encuentro con mi padre y el abrazo interminable que nos dimos. Sus lágrimas, las primeras y las únicas que le vi en mi vida. Volver a comer en familia la carne al horno con papas inigualable de mi vieja. Volver a sentir el perfume, la piel y el beso de mi novia. Fue algo maravilloso.

-¿Qué es lo más doloroso que te dejó la guerra?

-La guerra me aceleró la vida. Cuando regresé parecía que tenía cuarenta y no diecinueve años. Asumí responsabilidades y tomé decisiones muy equivocadas en aquel momento y me costaron caras. Por ejemplo: me casé y en menos de dos años ya estaba separado y nunca más volví a formar una pareja estable. Es duro transitar la vida solo. LLevo un gran peso, una gran mochila sobre mis espaldas, la de haber dejado a mis compañeros en Malvinas. Ese es un dolor que solo los veteranos sabemos de qué se trata.

Su voz se quiebra en dos ocasiones, cuando recuerda su regreso y cuando hace alusión a sus compañeros que quedaron en Malvinas. Alejandro es un militante activo de los derechos de los ex combatientes. Con orgullo recuerda haber fundado, junto a dos compañeros más, una de las primeras agrupaciones de veteranos de Malvinas de Buenos Aires. “Nadie es profeta en su tierra dice un refrán. Casi nadie creía en nosotros. Mientras las empresas nos rechazaban y no nos daban trabajo, el gobierno nos cerraba las puertas y no nos ofrecía el apoyo y la contención necesaria. Muchos se sintieron desprotegidos, desamparados y sin esperanza, no sabían cómo vivir y se suicidaron. La guerra deja secuelas irreversibles”

-¿Qué es ser un veterano de guerra?

-Un veterano es más que la familia. Con mucho orgullo formo parte de la agrupación U.C.I.M.R.A. –Unión de Combatientes de las Islas Malvinas de la República Argentina-.Gracias a Dios y después de mucho luchar, hemos conseguido muchos beneficios y que se reivindiquen nuestros derechos como ex combatientes.

Antes de subir al barco que lo trasladó desde Malvinas al continente, se juramentó a sí mismo y a sus compañeros caídos que volvería a las islas. “Le pedí a Dios que me diera vida hasta que pudiera volver a Malvinas”.

-¿Qué sentiste al volver a Malvinas después de 27 años?

-Sentí un gran alivio porque pude saldar la promesa que había hecho a mis compañeros, a mis hermanos caídos. Es un peso muy grande el estar vivo. Muchas veces me pregunté por qué no fui yo uno de los que dejó la vida en Malvinas. Creo que no era mi destino. No es fácil vivir con esta culpa. Gracias a Dios, desde el dos mil nueve hasta el dos mil diecinueve pude volver a la islas. Este año por el tema de la pandemia va a ser imposible. Más de una vez sentí la necesidad de irme a vivir allá para estar junto a los míos, pero por ahora es un sueño. Puede sonar muy loco, pero el cementerio de Malvinas es el único lugar en el mundo donde encuentro mi paz interior.


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