Padecimientos, aciertos y problemáticas de dos bares ocultos porteños que apuntan a la temática nacional en un mundo globalizado donde las redes sociales difunden, publicitan y viralizan.
Por Evelyn Rey (@_evelynar)
Nacionales y escondidos, pero tampoco tanto. En la era digital el desafío es comunicar el mensaje correcto, ser original y llamativo, pero hacerlo con calidad. Por eso, los bares La Calle y 878 redoblan la apuesta. Para diferenciarse de los demás speakeasy porteños -negocios inspirados en los nacidos como bastión de la clandestinidad etílica allá por 1930 en Estados Unidos cuando estaba prohibido el consumo y la comercialización de bebidas alcohólicas-, apuntan a lo local y cuestionan el elitismo. Pero también habitan las pantallas y conviven con el boca a boca virtual.
Detrás de una pizzería y alejado de la zona más popular de Palermo, La Calle Bar vende tragos de autor diseñados por la bartender Mona Gallosi entre adoquines, faroles y plantas colgantes. Diego Díaz Varela, uno de los dueños, califica al boca en boca como su mejor publicidad, y hoy eso se da en las redes sociales. “La gente sube fotos a Instagram con nuestro hashtag #ChauLeySeca, eso hace que un amigo lo vea y piense: quiero ir”, confiesa y confirma que gran parte de los clientes llegan desde la red. Por su parte, atrás de una puerta de madera sin cartel en Thames 878, Julián Díaz lidera el Ocho -como lo conocen sus habitués- hace 13 años y considera que la presencia del local en Facebook, Twitter e Instagram requiere un seguimiento profesional. Por eso, delegó la tarea en una empresa de social media en 2015. Pero esto no fue siempre así y remarca: “Cuando abrimos nos llamaban de Páginas Amarillas para publicitar. De ahí a Snapchat hay un abismo”. En más diez años la tecnología mutó, avanzó, revolucionó los canales de comunicación y la interacción con los clientes.
El público descubrió esta vía de conversación hace un tiempo e instaló una amenaza que se multiplica: el escrache 2.0. “Ya vas a ver en las redes sociales”, dice un cliente descontento mientras el encargado del 878 lo escucha al otro lado de la barra. Más lapidarias que un periodista gastronómico, signadas por la bronca y algunas veces sin fundamento, las quejas en las redes sociales democratizaron la crítica y se convirtieron en el as bajo la manga de comensales furiosos. Su antesala fue Guía Óleo, una suerte de catálogo de restaurants donde se promocionaban las virtudes ofrecidas por el lugar y los clientes dejaban sus comentarios y sugerencias en un precario timeline. “Ahí podían ponerse de acuerdo cuatro amigos para dejarte comentarios negativos y te crucificaban”, recuerda Julián Díaz.
“La gente sube fotos a Instagram con nuestro hashtag #ChauLeySeca, eso hace que un amigo lo vea y piense: quiero ir” Diego Díaz Varela, dueño de La Calle Bar.
Sin embargo, no todo es queja y reproche. Las redes sociales también sirven para afianzar conceptos y principios de estos bares porteños. Las estrategias son variadas: desde ponerle persianas metálicas a la barra, hasta los productos elegidos para componer la carta de comidas o la elección del lenguaje con el que redactan sus promociones se reflejan en sus cuentas virtuales.
Diego Varela es diseñador gráfico y creativo, por eso, confecciona él mismo el contenido virtual y comenta que éste también surge en las fiestas temáticas ideadas para cada día de la semana. ”Una chica vestida para salir con un coctel en una mano y la pizza de La Guitarrita en la otra es una foto que se repite semana tras semana”, comenta. Otra postal recurrente son los grupos de turistas que atraídos por la novedad se sacan fotos junto al teléfono antiguo que acompaña la persiana negra intervenida con letras blancas en el fondo del edificio. Por su parte, quien lidera el bar sin cartel asegura que al idear el material digital juega con el misterio de la puerta cerrada. Por eso se muestran planos cortos y evitan las tomas generales. En la era de la imagen, la dicotomía con el misterio se vuelve exponencial. “Hoy sabés cómo es un lugar al día siguiente de la inauguración, aunque no hayas ido”, remata.
En los dos bares cuestionan el elitismo, apuntan a un público treintañero con interés por la buena coctelería y ponen el ojo en lo local, lo argentino. En oposición a la práctica de Franks, donde piden contraseña para entrar, Julián Díaz asegura que nunca les interesó la idea de filtro. Redobla la apuesta y asegura: “El ocio nunca puede ser excluyente, estoy en contra y siempre me pareció desagradable”. Por su parte, el creativo de La Calle comenta que cuando idearon el proyecto con sus dos socios se definieron por la pluralidad. “Muchos (speakeasy) cuentan una historia de afuera, la ley seca en Estados Unidos o los años veinte. Otro lugar y otra época -resalta Varela- Nosotros decidimos abordar una problemática argentina y local: ¿Dónde no se puede tomar alcohol? En la calle”. Y así es, hace ocho meses que atrás de una sucursal de La Guitarrita en Niceto al 4900 se puede tomar alcohol en un callejón.
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