CULTURA
BARRO, TAL VEZ

En las librerías de Buenos Aires, el sector de poesía dejó de ser exclusivo de los autores clásicos y contemporáneos de la literatura lírica. Autores del conurbano comienzan a buscar su lugar en los estantes a fuerza de poesías con un lenguaje barrial que describe cómo se vive y late en los barrios profundos que se encuentran cruzando la General Paz.
Por Andrés Zapata
¡Qué locura creer que la noche enseña algo!
La escuela de la calle es una mentira,
siempre lo supimos,
pero las mentiras
te bancan la parada cuando todo se apaga.
“Para mí la poesía es una de las formas que encontré de intervenir la realidad de mi tiempo. Desde ese lugar, las temáticas en algún punto son como anecdóticas. A veces escribo de mi familia y otras veces de mi barrio”, confiesa Walter Lezcano, autor del fragmento poético que abre la nota.
Lezcano es uno más de las tantas personas que comenzaron a escribir poesía desde lo más profundo de sus barrios. Son autores que decidieron contar la cotidaneidad de sus vidas en el conurbano bonaerense y hoy gozan de cierto reconocimiento en el mainstream editorial.
“Empecé a escribir poesía entre los 13 y 14 años a raíz de un desengaño amoroso que tuve con una vecina del barrio. Lo que yo buscaba principalmente era tratar de entender por qué me sentía tan mal. El pecho lo tenía como una pasa de uva y la cabeza devastada así que recurrí a la poesía como una forma de comprensión de lo que estaba viviendo y también como una forma que tenía a mano de capturar lo que mi cabeza me largaba todo el tiempo”, describe así Lezcano cuál fue la manera que encontró para exorcizar sus dolores.
Walter pasó su infancia en algunos barrios que se encuentran en la zona oeste del Gran Buenos Aires: Pontevedra, Merlo y González Catán. Barrios “heavys” como él mismo describe. Ya en su adolescencia se trasladó a la zona sur del conurbano, más precisamente a San Francisco Solano. Fue allí el lugar donde sus vivencias juveniles comenzaron a volcarse en textos. “Yo tengo una aproximación emocional con San Francisco Solano en donde pasaba mucho tiempo, tenía muchos amigos y hacia casi todas mis movidas”, confiesa el poeta. Humo, su libro de 2013, es un claro reflejo de esas vivencias. En la actualidad ejerce como docente de Literatura en colegios secundarios, es editor y periodista. Colabora habitualmente con la sección Cultura de Clarín, Brando, Revista Ñ, Rolling Stone, Inrockuptibles, Anfibia y Radar, entre otras publicaciones. Lleva editado 12 libros, el último es “Luces Calientes”, una novela editada por Tusquets que refleja las vivencias de una banda de rock del conurbano bonaerense.
Las librerías se ven beneficiadas con esta movida cultural poética. Aunque, casi siempre no son los libros que principalmente se vendan, los que se acercan apostando por el género poético, generalmente buscan escuchar voces nuevas.
Agustín Mango es dueño de la librería Céspedes ubicada en el barrio porteño de Colegiales y así cuenta su experiencia: “En general, los clientes de esta librería que vienen a comprar poesía se llevan autores jóvenes, que se puede decir que es poesía barrial”. Cuenta que trabajan con editoriales pequeñas e independientes que, en su mayoría, publican poetas jóvenes.
En las preferencias de los lectores ubica a Fabián Casas como un autor establecido y que hace una poesía que se puede decir que es barrial. “El libro de Silvina Giaganti que también hace poesía barrial, acá, se vendió un montón”, afirma sorprendido por la cantidad de ejemplares que lleva vendido una autora que apenas lleva publicado su primer libro.
Y es que el caso de Silvina Giaganti es la sorpresa de varias librerías. Su primer libro, Tarda en apagarse (Caleta Olivia, 2017), agotó su primera edición al poco tiempo de salir a la calle. La autora, nacida en Avellaneda en el año 1976, se hizo conocida en la redes sociales por publicar poemas autobiográficos en donde narra algunas relaciones perturbadoras tanto con mujeres y hombres, los vínculos con sus padres, el amor, el sexo y la militancia feminista.
Ramiro Mases, de la librería Eterna Cadencia ubicada en el barrio de Palermo de la Ciudad de Buenos Aires, afirma que el caso de Silvina Giaganti “es un fenómeno totalmente aparte”. “Acá lleva vendidos 206 ejemplares; creo que es el libro de poesía que más se vendió en toda la historia de la librería”, se arriesga a afirmar.
La librería publica un ranking de ventas, tanto semanal como mensual y desde que salió a la venta el libro de Giaganti siempre se mantuvo cerca de los primeros puestos, muchas veces liderando la cima por encima de escritores y géneros ya consagrados.
La poesía es un género literario que siempre tuvo grandes reconocimientos y pocos números de ventas. Por eso, las editoriales buscan alternativas de comercialización más allá de las librerías. “Cada editorial va buscando estrategias que los ayuden a que los textos puedan salir. Van a ferias, hacen posteos de facebook, activan sus páginas. Eso tal vez ayuda a que el autor o la autora lea para que el libro también pueda circular en ese momento”, describe Walter Lezcano que además de ser escritor tiene Mancha de Aceite, su propia editorial independiente.
Las estrategias, en especial la de las editoriales pequeñas, desde hace muchos años han generado un circuito de comercialización organizando ferias por todo el país, ciclos de lecturas casi todas las noches del año, presentaciones de libros en bares o centros culturales, entre otras actividades que buscan la manera de que el libro llegue al lector.
En los tantos eventos de lecturas que se organizan, una de las voces más convocantes es la de Patricia González López. Con su poesía descriptiva que juega con el lenguaje barrial lírico, logra captar la atención inmediatamente y la empatía se apodera de los oyentes. “Escribir poesía sobre las vivencias barrial y familiar son cosas que me conmueven. Me ha pasado escribir un poema super personal sobre el barrio, sobre la navidad o sobre los pibes y que alguien se sienta muy identificado con eso aun cuando era algo muy personal; entonces ahí yo me doy cuenta que esa experiencia personal se repite más de lo que a mí me parece”, detalla la autora de Doliente, su último libro publicado en 2016 y que fue muy bien recibido por la crítica literaria.
La poesía barrial llegó para quedarse y muchos de sus autores y autoras comienzan a ocupar un lugar de privilegio en la literatura argentina. Sienten que la mejor manera de expresar sus sentimientos y sus vivencias va de la mano de un lenguaje que pueda llegar a todos. “La poesía sencilla, de un lenguaje más llano, más cotidiano, más íntimo existe y tiene mucha movida. Y me parece que llega a más personas porque hay una identificación, porque se entiende lo que se está leyendo y el trabajo con el lenguaje es por otro lado”, afirma Patricia González López.
Así como los amantes del jazz buscan todo el tiempo la manera de no permitir que el género musical surgido en los suburbios de Nueva Orleans se muera en el olvido, la poesía argentina ya encontró a sus salvadores y comienza a reinar en la escena literaria. Los lectores agradecidos.
CULTURA
Todas las fuerzas: una denuncia social a través del género fantástico
El film, galardonado como mejor película de la Competencia Argentina, se estrenará en salas argentinas el 15 de mayo. La segunda película de Luciana Piantanida pone foco a través de lo fantástico en la vida de mujeres migrantes trabajadoras del barrio de Once.

El film, galardonado como mejor película de la Competencia Argentina, se estrenará en salas argentinas el 15 de mayo. La segunda película de Luciana Piantanida pone foco a través de lo fantástico en la vida de mujeres migrantes trabajadoras del barrio de Once.
En el actual contexto argentino, que “Todas las fuerzas” haya ganado la Competencia Argentina del BAFICI se muestra como un acto de resistencia frente a los discursos del Gobierno de Javier Milei. El film, premiado como Mejor Largometraje de la Competencia Argentina, recurre a elementos del relato fantástico y a géneros clásicos como el policial para narrar una historia con una fuerte mirada social, ambientada en un universo de mujeres poderosas, cuyos dones las fortalecen y las unen.
Lo que inicialmente se presenta como el retrato de una mujer migrante en Buenos Aires evoluciona rápidamente hacia un policial: Marleen, la protagonista, vive en el barrio de Once, trabaja cuidando a una mujer mayor con demencia y, tras la desaparición de una amiga, debe recorrer la ciudad en su búsqueda.
El interés de Luciana Piantanida por filmar el barrio de Once nació de la curiosidad por conocer más el lugar donde vive. “Lo primero que me llamó la atención cuando me mudé fue la diversidad de personas y comunidades que hay en el barrio”, comentó. Al escribir el guión, tuvo muy presente el movimiento migratorio que, durante los años noventa, trajo a Buenos Aires a chicas muy jóvenes provenientes de Bolivia y Paraguay.
A partir de esas historias, Piantanida imagina un universo de mujeres migrantes que no solo sobreviven, sino que resisten y se conectan a través de poderes sobrenaturales. Marleen se comunica con palomas, mientras otras mueven objetos con la mente o manipulan la energía. Ellas se reconocen y cuidan entre sí, formando una red donde la dimensión política y afectiva está siempre presente.
“No fue una decisión deliberada la decisión de partir desde el género fantástico. Había una escena que ahora no está en la película, pero que era una persecución por las azoteas de Once. Cuando estaba escribiendo, en un momento de la persecución, la protagonista llegaba a la esquina y tenía que dar un salto un poco más largo de lo humanamente posible –cuenta Luciana y agrega–. Nos quedamos pensando con los productores de la peli y enseguida dijimos: ‘Ah, la protagonista aprende a volar en el transcurso de la película’. Y entonces a partir de ahí pensé: ‘Ah, tiene superpoderes’. Empezamos a indagar cómo podía ser este universo y surgió también esta idea del lado B de la ciudad, de la noche y de las partes de atrás de los lugares que vemos como consumidores”.
Una de las primeras imágenes de la película muestra palomas sobrevolando la Plaza Once, una postal que sintetiza el espíritu del barrio. “Haciendo la película me di cuenta de la poca relación que tenemos con el barrio y con los vecinos. Empecé a ir mucho a las plazas, que tienen poco verde y mucho cemento. Lo que hacían las palomas me pareció espectacular: un vuelo hermoso en el cielo; una imagen que no tenemos porque no estamos mirando hacia arriba”, relató Piantanida.
Para construir el elenco, un equipo de casting entrevistó a más de 150 mujeres. En una primera instancia, se las invitó a contar sobre su vida cotidiana y su trabajo. Celia, quien terminaría interpretando a Marleen, se destacó desde el comienzo. “Ella es muy creyente y contaba una historia relacionada a una enfermedad que se revirtió gracias a esa fe”, recordó Piantanida. En la segunda o tercera prueba, se le propuso representar una escena de videncia: “Relatando una visión, lo que hacía con la mirada era muy fuerte. Tiene una intuición enorme para la actuación. Es un talento enorme que ella misma desconocía”.
En cuanto al futuro del cine argentino, en un contexto de desfinanciamiento de la cultura y ataques al INCAA por parte del actual gobierno, la directora expresó su preocupación: “Hay una sensación terrible de fin de época por el enorme daño que está haciendo esta gestión sobre el INCAA y sobre la cultura en general”, manifestó Luciana. Y agregó: “Parece un chiste, pero tenemos que seguir demostrando que el cine argentino es recontra rico y diverso, e interesa tanto acá en el país como afuera”.
CULTURA
La Zurda: una película con tonada cordobesa
El film explora la vida de dos jóvenes marginales en la provincia de Córdoba. En medio de un crímen y la búsqueda de la fama a través del crecimiento de su banda de cuarteto, la película logra tejer entre la amistad y el drama social, acompañados de La Monada, como soundtrack principal.

El film explora la vida de dos jóvenes marginales en la provincia de Córdoba. En medio de un crímen y la búsqueda de la fama a través del crecimiento de su banda de cuarteto, la película logra tejer entre la amistad y el drama social, acompañados de La Monada, como soundtrack principal.
Con rasgos propios del thriller policial, La Zurda se construye como una historia de amistad, traición y drama social. Más de una década después de De Caravana, el nuevo filme de Rosendo Ruiz encabeza los estrenos de la semana y reafirma la potencia del cine hecho en las provincias, esta vez con el cuarteto como protagonista.
El suspenso, la acción, las persecuciones, son los recursos cinematográficos de los que se sirve la película. Rosendo define a La Zurda como una película de género: “Me gustan las buenas películas de género, me encantan, La Zurda está hecha en Córdoba con muy pocos recursos, sin una tradición previa”.
La trama sigue a “La Zurda” (Juan Cruz “El Gáname”) y Yonatan (Marcio Ramsés Salas Ortuay), dos jóvenes de clase trabajadora que sueñan con alcanzar el éxito con su banda de cuarteto. Pero una noche quedan atrapados en un crimen que no cometieron y deben huir, convencidos de que su condición social los condenará irremediablemente.
Así comienza su descenso en una espiral de corrupción y relaciones turbias, que deberán exponer si quieren salvarse. Paralelamente y en el momento más inoportuno, al protagonista se le abre un camino para triunfar como cantante.
Rosendo logra poner sobre la mesa una realidad social empapada de la identidad barrial, en gran parte por la actuación de sus actores. “Los dos protagonistas empezaron a ir al comedor comunitario conmigo durante los dos meses previos al rodaje. El trabajo que hicimos no fue para que imitaran a alguien, sino para que buscaran dentro de sí mismos quiénes serían si les hubieran tocado esas condiciones”, explica Ruiz.
El acento cordobés de los personajes también permite sentir la esencia local: “Cuando presenté la película en el Gaumont se sorprendían, como nos pasó con De Caravana, de ver una película hablada en cordobés. Así tendría que ser, no tendría que ser excepción, tendrían que haber muchas películas de otras provincias”.
Uno de los desafíos más grandes para él fue el montaje. Rosendo comentó que uno de los criterios que guió la puesta en escena fue apostar por el plano secuencia siempre que la acción pudiera sostenerse en un solo encuadre. La decisión respondió tanto a una búsqueda estética como a la necesidad de ofrecer a los actores un terreno con mayor libertad para su interpretación. “Para ellos es mucho mejor poder actuar sin cortes. Aman el plano secuencia porque son ellos respirando el plano”, señaló.
Sin dudas, la incorporación de La Monada como banda sonora fue una de las decisiones más acertadas. “Para muchos es muy acertado de que el universo musical sea cuartetero”, aseguró el director, no solo transportan al espectador al universo cuartetero con sus propias canciones, sino que también compusieron la música extradiegética usando instrumentos característicos del género.
“Si me preguntan los momentos de mayor felicidad es sumar la semana de rodaje De Caravana, de Casa Propia, de La Zurda de todas las pelis porque estando de rodaje la adrenalina está muy alta. Somos un montón de gente, la mayoría amigos en búsqueda de lo mismo, trabajar en conjunto, coordinado, ir superando problemas porque filmar una peli es superar un problema detrás de otro. Eso es dirigir una película, resolver problemas y hacer eso en conjunto. Siempre hay situaciones difíciles y hay que sortearlas y seguir adelante”.
“No sé qué va a pasar con el cine argentino”
A un año del inicio de la gestión de Carlos Pirovano al frente del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (Incaa), el Espacio Nacional Audiovisual presentó un informe desolador para la industria. “Presentamos un guión al Inca, en enero iban a dar los resultados, y nunca los dieron. Está desfinanciado y paralizado el Inca, lo quieren realmente destruir. El INCAA debería ser el órgano en el cual nos sentimos apoyados”, señaló Rosendo Ruiz.
“Hace 15 años que Córdoba saca varias pelis, no paramos desde el 2010”, comentó sobre la producción en la provincia. La eliminación de los instrumentos de fomento a la producción, el retiro del apoyo a la difusión y comercialización del cine nacional como la pérdida de presencia en el ámbito internacional, son los factores, que según el balance, a lo largo del 2024 no se aprobó la producción de ninguna película argentina. En el caso de Córdoba, Rosendo resaltó que “había tres pelis Incas que se iban a filmar y no se filmaron. Necesitamos nuestro cine, el mismo Córdoba no puede creer de ir al cine y ver su ciudad”.
A futuro, proyectan la posibilidad de la continuidad de La Zurda, aunque sea la primera vez que piensa en la segunda parte de una sus película, Rosendo cree que le quedaron algunos cabos sueltos “que tienen que ver con cómo fue la transa que hizo La Tana, el comisario, el papá de Sol, que es un empresario político con poder”.
CULTURA
Por qué debemos mirar la vida como Agnès Varda
El viernes 11 de octubre, el Barrio del Raval se transformó para homenajear a la directora de cine, actriz, fotógrafa y artista belga. Cómo fue la acción que realizaron dos cineastas en Barcelona.

El viernes 11 de octubre, el Barrio del Raval se transformó para homenajear a la directora de cine, actriz, fotógrafa y artista belga. Cómo fue la acción que realizaron dos cineastas en Barcelona.
¿Será que se heredan las ganas de que las cosas no terminen? Atreverse a heredar algo puede verse como un deseo de conservación pero, ¿qué conviene perpetuar de lo que se recibe? En las calles estrechas del casco histórico de Barcelona no parece haber mucho espacio para las ideas conservadoras, ¿o sí? En octubre de 2024, la Bienal del Pensamiento reapareció pero no para darle entidad a lo limitante del pasado, sino mostrar ideas visionarias e inundar la ciudad con mentes de vanguardia.
Cuando un público permanece completamente callado en un acto póstumo se impone a gritos una sensación colectiva de respeto y nostalgia. Así como en las películas de Agnès Varda, el patio trasero del Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona (MACBA) suele ser un espacio de juego y experimentación, pero ese día -el 11 de octubre- fue un juego de memoria y silencio inusual.
El otoño regaló una última noche veraniega, las hojas ya tostadas se resistieron a caer y la gente se empeñó en no abrigarse. Las ganas de aferrarse a algo que supuestamente ya terminó invadieron el evento, una emoción muda pero comprendida por todos los presentes.
Agnès nació en Bélgica en 1928 y murió en París en 2019 dejando una estela de creaciones que inundaron la mente de generaciones de cineastas y artistas de todo tipo. Fue directora, actriz y, a su vez, guionista y artista plástica. Su forma de retratar la condición humana, de invocar pausas contemplativas en quienes ven sus películas y de poner un foco honesto en lo cotidiano, marcó el movimiento artístico de la Nouvelle Vague.
Aunque aquella corriente de cineastas franceses comenzó hace más de 50 años, el siglo XXI se nutre activamente de sus formas de dar a conocer historias. La tan característica mirada juguetona de Agnès fue fuertemente atravesada por claves de género, problemáticas sociales y existencialismo sin censuras. En esa confluencia de vivencias contradictorias (enternecerse con la nostalgia o reírse de lo efímero, por ejemplo) es que se gestó un nuevo idioma fílmico: el “vardiano”.
Sentir admiración ante la creación de los demás puede ser una de las formas más intensas de heredar una mirada en el cine. Carla Simón fue la cineasta catalana invitada a “Herederas de Varda”, la charla en el Patio de las Mujeres del Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona. Una de las primeras cosas que Carla destacó de Agnès fue haber decidido que la libertad sería su estilo artístico. Admitió que, incluso para una cineasta consagrada, es algo muy complejo de encontrar.
“Varda rompió la idea de genio”, respondió la francesa Audrey Diwan, la otra directora citada al evento. Luego, la conductora Mariana Borull llevó el debate hacia los confines de la vida sosteniendo que la homenajeada le recuerda a “una niña y una abuela a la misma vez”. Puede que ahí, donde los extremos se tocan, es que resida el legado y el amor por esta cineasta.
Agnès documentó historias desde 1956 hasta 2019. Entre filmar entrevistas a gente que recolecta comida desechada (“Los espigadores y la espigadora”, 2000) y retratar la vida de una joven francesa en la década del 60 (“Cleo de 5 a 7”, 1961), hay un interés de por medio: las ganas de jugar con el retrato, conservar las esencias de la gente y los lugares.
En su filmografía se siente la importancia del paso del tiempo. Ella grabó y fotografió todo lo que el tiempo quiso que pase desapercibido: las fotos de las papas de una cosecha que no fueron seleccionadas para ser vendidas por su forma inusual (“Corazón de Papa”, 1953), las gigantografías de vecinos de pueblos muy pequeños (“Caras y Lugares”, 2017), sus propias manos envejeciendo año tras año.
El afán por jugar con lo actual y el vértigo de percibir que todo es efímero conviven en paz en la obra de Agnès. Sin embargo, sus dos “herederas” resaltaron que ser una mujer reconocida en el cine no es nada fácil. Hasta la propia Varda sufría el recibimiento social de sus películas.
“Agnès no te dice qué tienes que ver, sino que te comparte lo que ella percibió”, explicó Audrey. Esa noche, la Bienal del Pensamiento homenajeó a las miradas que invitan a la reflexión personal, la herencia artística que no dicta o delimita, sino que invita al juego y a la libertad y, por lo tanto, jamás perece.
*Estudiante de la carrera de Periodismo y Producción de contenidos a distancia.
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