Sábado, once y media de la mañana, Victoria, provincia de Buenos Aires. La entrada a la vivienda de la familia Ferro es agradable: paredes color salmón, un recuadro de pasto que contrasta con el cemento y un colorido cantero lleno de hortensias y alstroemerias. Pronto sabré que no sólo el hall de ingreso mantiene esa calidez, sino que al cruzar el umbral de la puerta se respira esa sensación de cuando unx está “como en casa”.
Por Constanza Oronel
Paulina, la mamá de Josefina, me recibe con un tazón de té de frutos rojos del que se desprende un vapor exquisito y reconfortante -no hacen más de 10 grados afuera y la satisfacción de sentir las manos calientes luego de 40 minutos en colectivo es inigualable-. Su hija está por llegar de acrobacia y mientras la esperamos, ella me cuenta cómo fue la experiencia de transicionar de una madre argentina con mucho asado los domingos a una mamá moderna y consciente.
El chupete del siglo XXI pasó, en muchos casos, a ser una tablet. Y los dibujitos animados que se transmitían por la televisión, ahora están todo el día a disposición en un catálogo interminable de videos y documentales, que lxs niñxs saben clickear sin necesidad de haber aprendido, ni siquiera, a hablar. En las sugerencias aleatorias de estas plataformas, el entretenimiento pasó a un segundo plano para darle lugar a la concientización.
En medio de la charla con Paulina sobre la necesidad que tuvo de buscar recetas en Internet, llegó Josefina al grito de: “¡Mamá, me salió el split invertido!”, desde la reja donde la dejó el padre de una compañera. En el tiempo que Paulina la va a buscar, entiendo que hablan de un truco de acrobacia en tela. Jose tiene diez años, muchxs podrán decir que tiene “la cabeza de una persona mayor”, pero su look la delata: lleva unas calzas fucsia, un buzo de Minnie Mouse y una súper gomita de pelo multicolor.
Luego de un rato de “hacernos amigas” y ganarme su confianza contándole que en algún momento de mi adolescencia también hice tela, me invita a conocer su habitación. La casa de los Ferro tiene el tamaño ideal para una pareja y su niña teen. El cuarto de Jose está apenas subís las escaleras que dan al living. Prende la luz y me topo con un submundo dentro de esas cuatro paredes: aunque predominan el blanco, el beige y el gris melange, colores poco estridentes, hay una armonía perfecta. Hay seis cuadros verticales con dibujos de animales, como un búho y un lobo, entre otros, y un banderín con estampado de jirafa. “¿Sabías que los animales son los mejores amigos del hombre?”, me pregunta haciéndome volver a la realidad.
—¿Ah, sí? ¿Y cuál es tu favorito?
J: Mi perrito Gigi. Se tuvo que ir al campo con mi abuela porque acá no tenemos mucho espacio para que él juegue. Lo extraño un montón.
Hace dos años, Josefina, como tantos otrxs niñxs, decidió ser vegetariana porque le parecía injusto comerse a sus amigos, los animales. Si bien en un comienzo fue una noticia sorpresiva para la familia, en la que ni mamá ni papá compartían ese estilo de vida, con el tiempo fueron adquiriendo conocimientos para acompañar a su hija en esta transición. “Como padres nos pareció que ir contra su voluntad y lo que ella sentía estaba mal, entonces decidimos amoldarnos a su forma de vivir. Aunque ninguno de los dos es vegetariano, tomamos conciencia de los animales y el planeta”, comenta Paulina.
La llegada al mundo de Netflix permitió que tengamos en nuestras casas un menú a la carta de series y películas al que, quizás, de otra manera no podríamos acceder. El boom de los documentales se instaló para sumar una dosis de información, especialmente en temáticas ambientalistas y proteccionistas. En un relevamiento hecho con 15 familias de niñxs vegetarianxs, 13 coincidieron en que estos fenómenos virales (“Okja”, “Cowspiracy”, “What the health”, “Empatía” y “Nuestro Planeta”, entre otros) influyeron en que sus hijxs tomen la decisión de llevar una vida libre de crueldad y explotación animal. El otro 15% afirmó que si bien ven videos en Youtube para estar informados, la transición se dio por decisión familiar y, en muchos casos, lxs niñxs son criadxs “veggies” desde su gestación.
El problema de muchos padres y madres con respecto al vegetarianismo de sus hijxs es la vitamina B12, un nutriente que no está disponible en ningún tipo de alimentación basada en plantas. “Desde la American Academy of Pediatrics, que es la asociación con mayor relevancia que nuclea más de 100 mil profesionales, consideran que la alimentación vegetariana y vegana bien planificada y suplementada es adecuada para cualquier etapa de la vida. La clave está en que esté guiada por un profesional de la nutrición”, explica la doctora Patricia Jauregui, miembro del grupo de trabajo Nutrición y Pediatría de la Sociedad Argentina de Nutrición. “Si la alimentación omnívora es completa, adecuada a la etapa biológica del niño en cuanto a la cantidad de calorías y distribución de grasas, carbonos y proteínas, es válida”.
Damián y Patu son los papás de Oliverio (3), vegano desde “la panza” por una decisión ética familiar sobre el cuidado del planeta y la salud. “Oli toma el suplemento de vitamina B12, como otros niños toman hierro o vitamina D -explica Damián con naturalidad-, pero a veces eso nos trae críticas o respuestas agresivas de parte de personas que no entienden y nos juzgan”. Esta familia, además de explicarle a su hijo sobre el cuidado que todas las especies merecen, crearon un cuento para niñxs -y no tan niñxs también-: “El planeta de Spinetta”, una historia de amor, empatía y no violencia para repensar el mundo, nuestro paso por él y la convivencia con otras criaturas no humanas.
La difusión y la influencia de activistas por el medio ambiente y los derechos de los animales atraen a un público mucho más joven: los adolescentes. La doctora Jauregui explica: “El mayor riesgo en cuanto al vegetarianismo lo sufren los adolescentes, porque se comunican a través de las redes sociales y no se informan sobre la correcta dieta saludable que necesitan”. Isabella (13) decidió ser vegana hace dos años y sus papás no se lo tomaron de buena manera, le picaban carne y se la escondían en las comidas para que no se diera cuenta; Inés (14) lo es desde los 11 y sus padres se lo impedían constantemente hasta que se informaron y lo entendieron; a Luciana (15) su papá y su mamá la siguen obligando a comer carnes blancas; Melina (15), si bien tuvo una buena aceptación por parte de su familia, nunca asistió a ningún profesional de la salud para corroborar sus niveles de B12.
Por otra parte, una piedra que los padres y madres tienen que afrontar, además de la mirada ajena como en el caso de la suplementación, son las costumbres sociales. “¿Cómo vas a dejar que tu hijo haga eso?”, “¿No te das cuenta que se va a enfermar?”, “Ese chico está muy flaco, ¿cómo lo dejas que sea vegetariano?”, “Es una moda esto, después se va a arrepentir”, “Dale un poco de asado”. La mamá de Camila (11) cuenta que en algunos lugares públicos su hija no tiene qué comer; y, los papás de Lucio (5) explican la dificultad de ir a un cumpleaños y la inoperancia de las cadenas de comidas rápidas, tan tentadoras con sus “Cajitas Felices”, pero sin opciones “veggies”.
Ante la pregunta de si es difícil o no criar niñxs en esta nueva era, algunas madres coinciden en que no es difícil porque “son chicos más conscientes”, “aprenden de ellos”, “tienen mucha información en la palma de la mano y desean cambiar las cosas”. Micaela, la mamá de Lucio, expresa: “Mis padres no me escuchaban y jamás hubieran entendido este estilo de vida. Estoy orgullosa de ser mamá en esta nueva era”.
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