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LA FAMILIA FRIDA


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Es el único centro de integración para gente en situación de calle que alberga de manera permanente a más de 40 personas.

Por Matías Pérez Cotten

El hogar Frida Kahlo es un edificio de 3 pisos. Las paredes están pintadas de distintos colores que se ven un tanto apagados por el paso del tiempo. Una de ellas está llena de papelitos en los cuales escribieron distintos insultos que fueron recibiendo las mujeres a lo largo de su vida, en el medio de estos se distingue el pañuelo verde dibujado. Otros muros fueron decorados con cuadros de la pintora Frida o dibujos del estilo arte callejero. En el piso de arriba se reúnen las mujeres dos veces por semana y hacen mateadas, ese espacio que tienen existe desde la fundación del proyecto, propone charlar y abarcar los temas más serios del establecimiento.

Es el único centro de integración para gente en situación de calle que alberga de manera permanente unas 45 personas. Sólo en Ciudad, son unas 8500 personas, y más de 21 mil en riesgo habitacional. Para el gobierno porteño son sólo 2100, aproximadamente.

En la planta baja está la zona donde viven las madres. También la cocina, oficinas de las distintas áreas y lavandería. El segundo es solamente de habitaciones para el resto de las habitantes, mientras que el tercero lo usan para reunirse y planificar actividades, marchas o talleres.

¿Cómo es vivir en la calle y no tener tu casa propia? La cara de Tatiana, hoy de 30 años, cambia completamente como si la hubieran golpeado por sorpresa y los ojos se le humedecen. Tenía sobre sus piernas a León, su primer y único hijo. Lo mira, lo abraza y se emociona, las lágrimas empiezan a caer sobre sus cachetes y niega con la cabeza, él sonríe y le acaricia la frente con su pequeña mano. Él tiene 1 año, es el primer varón nacido dentro del Frida, un lugar que abrió sus puertas en 2015.

En el día a día muchas veces se margina a la gente que no tiene un lugar para vivir. Estas personas no desean estar por fuera de la sociedad pero no siempre tienen las herramientas para insertarse fácilmente. Tatiana no es la excepción a la regla.

—La noche que vine al Frida por primera vez fue de mucha lluvia, había una tormenta muy fuerte, estaba viviendo abajo de un puente, donde conocí a una chica que me contó del centro- comenta ahora. Está vestida con una musculosa gris y una campera debido al frío del lugar, la habitación es pequeña.- Soy consumidora de pasta base hace 10 años y eso es lo que me llevó a terminar en la calle. Por otro lado me permitió conocer a esta familia con la que vivo hoy en día, eso son las chicas del Frida, mi familia. También cuenta que su rutina es: levantarse, ir al tratamiento hasta las 2 pm, volver para colaborar con las tareas en el Frida. A las 3 pm la pasa a buscar su marido cuando sale del Monteagudo, centro en el cual vive y trabaja ya que se encuentra sin casa al igual que Tatiana; buscan al nene en el jardín, lo llevan a la plaza un rato para jugar y vuelve para ya quedarse en la casa.

Este hogar la renovó. Le dio fuerzas, le permite hoy en día luchar contra su adicción y llevar más de un año sobria. Al principio iba sólo para bañarse y cambiarse, después se iba. Luego de 6 meses en lista de espera consiguió entrar al Frida y comenzó un tratamiento contra el consumo de drogas pero seguía volviendo a ellas, así perdió la cama. Se fue durante un tiempo de nuevo a vivir debajo del puente, cuando volvió tenía un embarazo de 4 meses y entró en la planta baja que es la casa para madres.

—Mi sueño es tener una casa propia donde tenga a mi pareja al lado junto a mi hijo y salir de la calle porque estar acá es tener una familia y un techo pero no es seguro este techo. No sabemos por cuánto tiempo va a seguir estando ya que no contamos casi con apoyo del Estado.

El centro surge de una organización de lesbianas y travestis llamada “No tan distintas” y la unión con proyecto 7. Lo que se buscó era un lugar para la gente en situación de calle, existen los paradores pero sólo son para la noche, durante el día no tienen donde parar, comer; bañarse o guardar sus cosas.

Es un espacio donde alojan a las mujeres e incentivan a que armen sus propios proyectos. Todas las áreas que componen el centro (salud, social, talleres y niñez) se ensamblan de manera integral para que cada una pueda armarlo. Los talleres se van diagramando según los intereses y gustos de las chicas, no es algo planeado y llevado a cabo por el hogar, sino que se eligen para fortalecer sus ideas.

La oficina de Nerina Coronel se encuentra a metros de la cocina. Es un cuarto pequeño, desprolijo  y con muchas cosas acumuladas, a través de la puerta abierta llega el olor a comida y se escuchan voces de las chicas mientras la preparan. Nerina pertenece al Área de Salud, su rol es el de acompañante, es el nexo entre las compañeras y las instituciones. Lleva 4 años trabajando contra la violencia institucional, una de las violencias que se sufre al estar en situación de calle, al igual que la física o verbal.

—El acompañamiento no sólo tiene que ver con tratar de disminuir o evitar ese maltrato en los hospitales públicos, justicia o policía sino con sumar en ese proceso de autonomía para ayudar a las compañeras a por ejemplo: moverse en un hospital o sacar un turno- explica Coronel. Además agrega que en el hogar se juntan a charlar de temas como actualidad, agenda o el movimiento feminista. El objetivo es pensarse como un proyecto político y de qué manera se posicionan ante situaciones en las que están inmersas.

—El tiempo que llevamos con éste proyecto para nosotras es de lucha, resistencia y ponerle el pecho al invierno que es el momento más duro y más vienen a buscar un lugar. Nos pensamos como pares, nos conformamos como compañeras, creemos en estar juntas y que si no estamos con la otra no podemos armar nada, esa es nuestra idea acá adentro- manifiesta Coronel.

Según el Ministerio de Desarrollo Humano y Hábitat en la ciudad de Buenos Aires hay unas 50.500 personas que no tienen un techo y alrededor de unos 30 hogares o paradores. Es una problemática donde el Estado no hace grandes aportes y la cantidad va en aumento por eso en Frida las mujeres pueden llegar a estar en lista de espera más de 6 meses.

Para quienes viven ahí, este edificio representa su casa; se consideran una familia donde se contienen y apoyan como compañeras de vida. Es una parte muy buena e importante de sus vidas porque lo hacen entre todas y confían en salir adelante gracias a quienes crearon este lugar.

“Vivir en la calle es la peor circunstancia por la que puede pasar cualquier ser humano, llegas al punto más bajo moralmente, psicológicamente, es algo que no le deseas a nadie”, explica Livia Russo. Y agrega que se pasa frío, hambre; lluvia, calor y eso te pone en un estado de vulnerabilidad absoluto. Russo lleva más de 3 años viviendo allí, se egresó del colegio gracias a las acompañantes que la apoyaron. Su manera de compensar al lugar es trabajando en la parte de lavandería, formarse y poder armar una vida mejor fuera de allí.

Es un sentimiento de pertenencia para ellas, una salvación a esas vulnerabilidades que sufrirían fuera. Dejó de ser simplemente un techo o un centro para sobrevivir debido a que hizo tanto bien psicológicamente, físicamente y moralmente que les dió ganas a estas mujeres de vivir y de militar por todos los derechos que, según ellas, el Estado les debe.


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