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CÓDIGO ADOLESCENTE


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Siempre se han expresado distinto, pero hoy la brecha con otras generaciones es más grande. De un barrio a otro se comunican y charlan de lo mismo, pero con diferentes simbolismos. Varios especialistas analizan por qué ocurre y evalúan si el fenómeno puede producir una incomunicación con otros actores.

Por Paula Lassaque

El lenguaje es una herramienta fundamental para  comunicarnos y para establecer vínculos con los demás integrantes de la sociedad a la que pertenecemos. Algo está pasando con los adolescentes y el lenguaje. Las palabras se repiten como muletillas y no por su significado. Oki Doki, súper, y tantas otras, que les pueden servir para pedir un helado o para explicar cómo San Martín cruzó los Andes. Un adolescente cansado estará same y una persona concheta será una mili pili.

A la hora de comunicarse, los jóvenes manejan su propio lenguaje. Hablan cortado, no terminan las oraciones y además, poseen un léxico generacional. A esto hay que sumarle que viven con el celular en la mano, los diálogos se dan a través de la pantalla y, oh casualidad, la empresa Personal inventó un vocabulario especial para el chat. Adiós, se escribe a2; año, aa; beber, bbr; a todo ritmo, atr; entre otras abreviaturas que conforman un nuevo código.

María Paula Gago, semióloga y docente de la Universidad de Buenos Aires (UBA), dijo: “Los adolescentes quieren un lugar en el mundo. El lenguaje es su identidad. El problema es cuando quieren comunicarse con otras generaciones. El temor en realidad es por la situación en la que hoy se encuentra la educación, cuyo mejoramiento es una de las principales demandas de la sociedad’’.

María Florencia Ruiz, psicóloga especialista en adolescencia, manifestó que estos términos son nuevos códigos de comunicación y agregó: “La palabra que hoy está de moda mañana cae en desuso y decirla demuestra que ya no se está en onda’’.

Al adolescente no le parecés insoportable. Para él, sos un gede. Un adolescente no tiene pereza, le da paja.

Con sus 16 años, Malena Bernal reconoció que a su mamá muchas veces le cuesta entenderla: “Ella siempre me pide que module más, que hable más despacio, o que abra más la boca. A veces me pregunta las cosas dos veces porque no me entiende. Y se burla de mí porque siempre digo tipo que“.

Posta, tkm, grasa y cool son algunas de los términos que engrosa el vocabulario de los jóvenes.

Las expresiones cambian de un barrio a otro. El que quebró en Palermo, está fisura en Villa Soldati. Una persona súper en Belgrano es un capo en Mataderos. El timbre, color y tono de voz también son cambiantes de un lugar a otro. En las zonas más acomodados las vocales no tienen fin. Mientras que en las zonas marginales los términos suenan más duros y definitorios: man, groso, gato y guachín.

De acuerdo a un cálculo de la Real Academia Española, un ciudadano medio utiliza entre 500 y 1000 palabras. En tanto para comunicarse cotidianamente, los jóvenes usan algo más de 240.

Esta estadística no asustó a la licenciada en ciencias de la educación Marcela Agullo, quien opina que no es preocupante que haya un lenguaje adolescente, es algo que existió y existirá siempre porque tiene que ver con un deseo de diferenciarse. “Lo que sí puede ser un problema es que esto provoque una incomunicación entre generaciones y haga que cada vez las personas sólo se relacionen con gente de la misma edad”, afirmó.

Agullo Cree que este lenguaje tiene sus pro y sus contras.  Rescató y resaltó la importancia de la lectura y el estímulo, ya que un chico bien orientado va a aprovechar la amplitud de nuestro lenguaje.

En cambio, el presidente de la Academia Argentina de Letras, Pedro Barcia, tiene una visión menos optimista: “Cuando no hay capacidad de expresión se achica el pensamiento. Lo vemos todos los días con jóvenes que no leen, que no saben escribir correctamente y terminan con un lenguaje empobrecido’’.

La escritora y docente de literatura Jimena Busefi dijo: “Lo que intento en el colegio es armar puentes unificadores entre ellos y yo, en algún lugar coincidimos. Y enfatizó en la idea de que los adolescentes están en pleno desarrollo, creando su personalidad, algo que ella recuerda haber transitado.

“Cuando entro al aula, me encuentro con 25 personalidades. Casi nunca con ganas de escuchar a la profe de literatura. Pero en ese momento se pone en juego mi creatividad. Trato de proponer tareas inclusivas’’, aseveró.

Busefi describió como tierno y fructífero a un taller de poesía que realizó con sus alumnos y que le demandó dos meses de lectura y escritura. Tras ello los chicos, aerosol en mano, decoraron el patio de la escuela con frases de canciones, algún poema o algún cuentito. “Siempre intento unirnos en las ideas. En algún lugar nos vamos a encontrar, nos vamos a emocionar o no pero hay que hacer puentes entre ellos y nosotros”, afirmó Busefi.


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