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CUANDO 42 KM NO ALCANZAN


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Son personas capaces de pasar doce horas haciendo actividad física de máxima exigencia sin descanso. Son deportistas que llevan al límite cualquier concepción de actividad física. Parecen tocados por una varita distinta que el resto de los mortales pero también sufren, se emocionan y sienten. Son hombres (y mujeres) de hierro: son Ironman.

Por Micaela Schusterman

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Suenan los cañones en las cálidas playas de Hawaii. Mira para un lado: mil competidores. Mira para el otro: otros mil más. No se atreve a mirar atrás, se estremece ante el ruido. Nervios, ansiedad, calor, piernas que tiemblan. Se pone las antiparras y se sumerge en la competencia más prestigiosa que tiene el triatlón. “Al principio es una lucha en la que todos buscamos el mejor lugar, la mejor posición y a medida que avanzamos en el trayecto nos empezamos a separar”, recuerda Santiago Beltrán (24), uno de los competidores argentinos que participó en la última edición en octubre de este año.

A los 3,86 kilómetros, Beltrán sale del agua y se calza las zapatillas para subirse a la bicicleta. Le esperan 180 kilómetros de calor y cansancio y ya pasó la primera hora desde la largada. “A los 150 kilómetros de la bici decís ‘Ok. Acá empieza la carrera’, y a partir de ahí corres con la cabeza”, agrega Darío Capelleti, el entrenador del equipo.

El atardecer va abriéndose paso en la localidad de Ezeiza, donde se encuentra el Centro Nacional de Desarrollo Deportivo, y más integrantes del equipo se van sumando a la charla mientras vuelven del vestuario. Mate y galletitas de por medio, Agustín Leiro (26) cuenta que muchas veces en la línea de largada piensa: “¿Qué estoy haciendo acá?” y se responde a sí mismo reflexionando que mientras podría estar diez horas trabajando en su oficina, se encuentra ahí parado con miles de personas que tienen su misma pasión y que juntos van a pasar esas mismas diez horas haciendo lo que más les gusta.

Beltrán dice que podría describir a la competencia con una sola palabra: “Emocionante”. Mientras pasa el mate a otros integrantes del equipo de triatlón comenta que durante el transcurso de los kilómetros va pensando en cada una de las personas que lo acompañaron en el largo camino hasta Kona (ciudad sede). “Pensé en mi familia, mi novia, mis amigos, mis compañeros de equipo y hasta personas que uno no tiene idea de por qué se te cruzan en ese momento”, recordó.

Cuando Beltrán abandona la bicicleta ya habían pasado más de seis horas desde aquel estruendo que provocaron los cañones de la largada.

Algunos corredores tímidos pasan, saludan y siguen su curso, otros se hacen un lugar en la charla que se da en un rincón del estacionamiento a la sombra de los árboles en el predio de Ezeiza. Yamil Miller, que tiene 41 años, corre hace más de 15 y cuenta que son unos pocos quienes realmente pueden vivir de este deporte. “Son algunos los becados o los que cuentan con sponsors privados que les permiten dedicarse a esto. El resto de nosotros trabaja diariamente y además entrena. Hay veces que llego a mi casa y de verdad tengo que disfrazarme de padre para poder estar con mis hijos. Es muy cansador, duele todo”, expresó Miller, que también tiene sus kilómetros recorridos en triatlones.

“Cada vez que corremos nos desafiamos a nosotros mismos y lo hacemos porque nos gusta. Sabemos que si le erramos diez minutos en la ingesta de comida o si tomamos más líquido que de costumbre podemos llegar a colapsar durante la carrera. Hemos visto a corredores experimentados desvanecerse a pocos metros de la llegada y a otros que llegaban arrastrándose a la meta”, argumentó Capelleti. Si uno de los deportistas se descompensa durante la carrera y es asistido por un tercero, queda automáticamente descalificado. “He visto padres insultando a los colaboradores que intentaban recomponer a su hijo que estaba tirado inconsciente en el cemento. Y también están los corredores que usan sus últimas gotas de aliento para motivar a sus compañeros de pista. Hay de todo”, agregó.

Falta un kilómetro para completar la última de las etapas. El sol del caribe quiere ya ocultarse y van poco más de nueve horas de competencia. Los corredores quieren llegar al kilómetro 42,195 para finalizar la instancia de maratón en la prueba del Campeonato Mundial, la más antigua y prestigiosa de todas. “Cuando estás cerca escuchás el aliento de la gente, es una fiesta. Cruzás la línea y sabés que lo lograste, que todo el esfuerzo y la preparación valieron la pena. Que el sacrificio tuyo, de tu familia y de los que pasaron por tu camino no fue en vano. Cuando crucé la línea lloré como un bebé”, concluyó Santiago, 9 horas 52 minutos y 41 segundos después de haber comenzado su verdadera jornada laboral.


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