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Cuando termina la semana


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Su trabajo sólo le permite disfrutar de la familia los domingos. Un perfil que refleja el esfuerzo diario para que esos pocos momentos sean valiosos.


Me dijo que los domingos podía hacerse un tiempo para charlar. También, solo los domingos, él puede encontrarse más de dos horas con sus hijos. Por eso se lo nota contento, en su mirada ya no se ve cansancio como en el resto de la semana. El sábado había llegado de la zapatería a las 9 de la noche, comió un plato de ravioles, se bañó y pudo –por fin- dormir sus ocho horas. Cosa que de lunes a viernes Andrés Mineiro no puede hacer.  

Andrés tiene 44 años y dos hijos. Galo de 10, el más chiquito, fanático de Boca como su madre, Lorena. Y  Yasmila que es como la reina de la casa, tiene 14 años, hace danza árabe y para orgullo de su papá, es hincha de River.  

Nos conocemos hace un par de años, vivimos a dos casas de diferencia, pero yo jamás había entrado a la suya, ni él a la mía. 

—Sentate, Cami. Termino de preparar el mate y arrancamos.

Dejé mis cosas sobre una de las seis sillas de madera que rodeaban la mesa del comedor y me senté en la de al lado. Desde ese lugar podía ver perfectamente la habitación de los chicos que habían dejado la puerta entreabierta, permitiéndome ver la cama marinera y una de las paredes pintadas de color celeste, algo gastadas.

 Ahora sí, vestido de jogging y con el termo en la mano, Andrés se puso a charlar conmigo.

—¿Qué es lo que menos te gusta de tu trabajo?

—Y mirá— me dijo mientras apuntaba hacia arriba con sus ojos negros y con su mano derecha rascaba su barba algo blanca—, hay algo que cuando me lo pongo a pensar me duele bastante. Si alguno de mis hijos está triste, contento, emocionado, o lo que sea, no me lo cuentan, le comunican todo a su madre porque conviven muchas horas juntos y el tipo de vínculo que construyeron con ella es muy diferente al que construyeron conmigo. 

Según el Ministerio de Trabajo, Empleo y Seguridad Social, el empleado de comercio no puede superar en ningún caso las nueve horas de trabajo. No es un criterio que aplique en la vida de Andrés. A las 6 de la mañana se despierta, a las 7 ya está partiendo a Grand Bourg, lo espera una hora de viaje. A las 8 está levantando la cortina del negocio que volverá a bajarse recién a las 20hs. 

—¿Cómo vivís los domingos?

—Me encantan los domingos, los disfruto y aprovecho muchísimo. Trato de descansar bien a la noche para arrancar temprano el día, a veces hago algo a la parrilla, a la tardecita saco a pasear a mis hijos y lo vivo como una ceremonia. A la noche ponemos una peli con mi mujer y ahí va de nuevo toda la rutina. 

Yo sabía cómo eran sus domingos, por eso fui a su casa a la mañana, para no robarle tiempo que podía pasar con su familia. De hecho, mientras charlaba con Andrés, Lorena estaba preparando unos sanguchitos y gaseosa para pasar la tarde en un parque. Me comentó que iban a ir a las playitas de Olivos, que los chicos tenían ganas de andar en bici y que había que aprovechar los últimos días de solcito.

La zapatería era de su suegro, tenía dos, una en Boulogne que la maneja su cuñado, el hermano de Lorena y la de Grand Bourg la manejo él. Está hace más de 15 años, Yasmila, su hija, todavía ni existía. “Antes laburaba en una fábrica de pastas, pero no me pagaban bien, el clima laboral no era muy lindo tampoco, asi que cuando Lorena me contó que su papá estaba buscando a alguien que pueda hacerse cargo del local ni lo dudé”, recordó Andrés. 

Aunque pasar poco tiempo con su familia sea algo muy angustiante para él, no se arrepiente para nada, confirma que  agarrar este trabajo fue una de las mejores decisiones que tomó en su vida. Gracias a ese cambio laboral pudieron comprar la casa, comer todos los días, les puede dar los gustos a Galo y Yasmila. Dice que es muy gratificante ver los frutos de todo el esfuerzo diario que hace por su familia, es lo más importante que tiene en la vida.  No niega que le gustaría pasar mucho más tiempo con sus hijos, ir a los actos escolares, llevar a Yasmila al monumental, prepararles la comida.

—¿En algún momento tus hijos te plantearon por qué te ven tan poco?

—No de una forma muy directa, pero cuando Yas tiene una muestra de danza, que mayormente la hacen los sábados, me pregunta si voy a poder ir, ella sabe que no puedo, pero mantiene la esperanza de que algún día le diga que sí. Me parte el corazón perderme de esas cosas. Después, cuando llego a la noche, me muestra todos los videos muy emocionada y feliz. Y para rematar me dice: “Me hubiera encantado que estés ahí”— Esa última frase me la dijo con la voz quebrada, así que opté por preguntar otra cosa y mirar a otro lado. 


Desde el comedor se podía ver el living, con tres sillones marroncitos frente a una tele. Arriba una repisa de madera con cosas de River, un banderín, una foto de la cancha y otra de Arndrés y Yasmila con Enzo Francenscoli, un exfutbolista, ídolo del club. 

—Se nota que sos fanático —le dije apuntando al estante.

—Re. Desde muy chiquito mi viejo me hizo de River, íbamos a la cancha casi todos los domingos, me encantaba eso a mí. Cuando nacieron mis hijos, quise que vivieran lo mismo que yo, con Yasmila lo logré, pero con Galo no hubo caso. Lorena es re hincha de Boca y el nene siempre fue mamero, así que tenemos esa rivalidad. Es más, esas fotos—me dijo señalando la repisa— me las esconden cada dos por tres, es motivo de pelea—de fondo se oyó a Lorena reírse de la anécdota, mientras terminaba de preparar la conservadora para llevar al parque. 

Lorena vino a sentarse con nosotros, le pidió un mate dulce a Andrés, así que aproveché para preguntarle cómo vivía ella la ausencia en la casa de la que su marido habla.

—Yo estoy más que feliz con esta familia que formamos, escuché algo de lo que te decía Andrés con respecto al vínculo que tiene con los chicos y no puedo dejar de pensar en cómo él se esfuerza para que la relación sea hermosa. Todos los domingos viene con planes diferentes, planes que sabe que a los nenes les van a encantar. Esas cosas se re notan y encima son súper genuinas. Yas y Galo aman pasar tiempo con su papá, y él también es muy feliz compartiendo cosas con ellos. 

Todo lo que Lorena contó se podía ver a simple vista. Mientras ella hablaba, Andrés le acariciaba la mano y la miraba con un amor indescriptible. Ella también durante el relato se perdía en su mirada. En ese momento los chicos salieron de su habitación. Galo se sentó a upa de su papá y le preguntó cuándo iban al parque, estaba muy ansioso por usar su bici nueva. Decidí terminar la charla ahí y no robarles más tiempo.

— ¿Te pido un remis? —me dijo en forma de chiste, porque como mencioné antes, somos vecinos—. Salimos todos juntos.

—Muchísimas gracias por hacerse este tiempo, espero que pasen un día hermoso—les dije mientras los ayudaba a cargar algunas cosas a la camioneta de Andrés. 

—Gracias a vos, Cami, nos estamos viendo.


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