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¿Papá se fue?


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Este perfil cuenta la historia de una hija de padres separados, cómo aprendió a relacionarse con un padre al que ya no veía todos los días. 


El departamento chiquito asfixiaba. Tan pequeño que se podría decir que todos soñaban lo mismo. Las paredes blancas estaban pobres de cuadros, nada las adornaba. El sillón donde Florencia dormía todas las noches se convertía en su cama. Sus papás dormían juntos. Esos actos le hacían creer a la niña de cinco años que eso iba a durar para siempre, pero no fue así. 


—¿Papá se fue? —preguntó la nena de pelo castaño con los cachetes rosados.  

—Después hablamos, Flor. Andá a jugar un ratito, ¿sí?

Los ojos de la nena pestañaron varias veces y siguieron mirando a su mamá con ingenuidad. El silencio fue abismal. Ahí entendió todo. Su papá se había ido. 

Florencia cuenta que cuando él se fue, era una tarde como cualquier otra, abrió el cajón donde estaba la ropa interior de su progenitor  y se encontró con que estaba vacío. 


Al entrar a la casa de Florencia me recibieron dos bracitos que me rodearon por las piernas, porque esa es su altura a comparación de la mía. Lucía, la hija mayor de mi hermana, con el pelo hecho un desastre y el pijama, corrió al verme en la entrada de su hogar. “Te extrañe, tia Eri”, me dijo la nena que se roba cada una de mis sonrisas. Cuando pasé al comedor, vi a mi otro sobrinito, más chiquito que su hermana, sonriendo y con toda la cara manchada de comida. El ambiente era muy familiar. Las paredes estaban todas pintadas con garabatos, la casa estaba calurosa gracias al sol que entraba por las ventanas y hacía que olvidara el frío de afuera. 

Mientras mi hermana me preparaba el café en la cocina, yo aprovechaba a jugar con los dos niños que alegran cualquier lugar donde pisen. 

—Eri, ¿Tres de azúcar está bien? —gritó mi hermana desde la cocina– ¡Que Valentino no toque la estufa!

—Ponele cuatro —respondí lo mejor que pude, tratando de que el más chiquito de la familia no me causara problemas con mi hermana–. ¡Y mucha leche!


Ya las dos sentadas, frente a frente, con una taza de café en las manos, nos pusimos a hablar de un hecho que a ella le duele muchísimo recordar. Los nenes ya se habían ido a dormir la siesta y la casa estaba silenciosa. El sol entraba por el enorme ventanal y alumbraba el comedor. 

—Fue muy triste y duro para mí, pero uno, como hijo, cuando crece entiende que los adultos tomamos decisiones por algo. Cuando sos niño, te duele que tu papá se haya ido, pero cuando sos grande, entendés que fue por algo y fue para que la familia esté mejor a la distancia —contó la chica de hoy 29 años.

La relación de Florencia y Sergio era muy divertida, les gustaba compartir momentos, ir al teatro, caminar por las calles y jugar a buscar carteles de “vende” y “alquila” (los de “vende” valían dos puntos, y los de “alquila”, uno). Iban sumando puntos y se solían reír mucho. La pasaban bien juntos. 

—Tengo recuerdos con mi papá de que me llevaba al jardín en el auto, nos moríamos de frío y me acuerdo de reírnos porque a mí me salía humo de la boca y jugábamos con eso. Me acuerdo de viajar en el auto y siempre escuchar música que nos gustaba a los dos y lo recuerdo a él cantando las canciones —dijo Florencia con una sonrisa, recordando aquellos momentos. 


—¿Cuándo vas a volver, pa?

—No voy a volver, Flopi —Sergio le dio un beso en la frente —. Es lo mejor para mamá y para mí. 


Los días luego de la separación de sus padres fueron repartidos entre su papá y su mamá. Algunas noches dormía con Sergio y otras con Verónica. Trataba de verlos siempre a los dos. Pero la separación de estos fue como una bajada a la realidad. Ya nada era igual. 

–Hoy en día siendo adulta, teniendo hijos, uno comprende que las relaciones de pareja y familia tienen que ser lo más sincera y amigables porque uno a sus hijos les enseña con el accionar del día a día, entonces, una familia que no está bien, que no se escucha, que no se comprende, que no se quiere y que no está fuerte, no es una familia real –dijo mirando a sus dos pequeños, mientras el más chiquito le tiraba del pelo a su hermana. 

Los gritos, peleas y discusiones de sus padres afectaron a Florencia. No iba al colegio, se llevaba materias, iba muy seguido a la maestra particular. Se volvió una chica problemática en el mundo estudiantil. 

—Supongo que era mi manera de llamar la atención. Ir al colegio era como un bajón— confesó Florencia—. No hablaba con nadie. Lloraba sola, a veces incluso tenía episodios de asma nerviosa por la tristeza.


Era una noche como cualquier otra, Florencia se había levantado del sillón para buscar un poco de jugo de la heladera. Cuando volvió, dio un repaso con los ojos por todo el comedor. La guitarra de su papá ya no estaba, tampoco sus cosas, ni su aroma. 

Se le inundaron los ojos de lágrimas, no le salía la voz. Lloraba en silencio, no quería despertar a su madre, y mucho menos que esta la viera llorar. Se empezó a hiperventilar. Estaba todo oscuro, le dolía el pecho.

Inhalaba y exhalaba como le había enseñado su médico, pero no funcionaba. Hasta que explotó. El llanto en silencio se convirtió en uno ruidoso, en un grito ahogado, roto. Y se prendieron las luces, el ruido del nebulizador hizo presencia en el hogar y su madre rodeándola con los brazos le dio a entender que no estaba sola. Pero ella no quería que solamente la consintiera su mamá, sino que él también, su papá. 


Florencia cuenta que hoy cualquier discusión con alguien del exterior la afecta. No puede estar presente cuando las personas se pelean, se pone nerviosa, se angustia. Si ella tiene que confrontar con alguien, prefiere evitarlo, ya que las peleas de sus papás la afectaron mucho. 

Las discusiones entre padres pueden considerarse normales, pero la manera en la que se manejan puede afectar drásticamente la salud de los hijos. Así lo defienden en un artículo publicado en el Diario de psicología infantil y psiquiatría, el profesor Gordon Harold y la académica Ruth Sellers. 

El profesor Harold concluye que una amplia selección de la investigación académica desarrollada desde la década de 1930 en torno a la psicología del niño demuestra que los menores expuestos al conflicto pueden experimentar una mayor frecuencia cardíaca y tener desequilibrios en las hormonas relacionadas con el estrés.

También es posible que sufran retrasos en el desarrollo del cerebro, problemas de sueño, ansiedad, depresión y problemas de comportamiento.


Sergio, el padre de Florencia, fue muy unido a ella desde que nació. Fue su primer hija y primer amor. Durante los primeros seis años, la llevaba al jardín, iban al parque, jugaban, cantaban, la llevaba a distintas actividades como comedia musical, y siempre apoyaba a su pequeña niña con lo que quería hacer. Jamás pensó que esa rutina se iba a romper. 

—Cuando me fui sentí un dolor muy fuerte, porque en realidad, vos estás dejando atrás un montón de cosas, de vivir cotidianamente un montón de situaciones, de compartir cómo va creciendo tu hija, de estar al lado ella cuando te necesita. Fue una decisión muy difícil —contó con voz apenada Sergio. 

Florencia hoy en día ya es mayor, tiene dos hijos y aprendió de los errores de sus padres a jamás pelear o levantar la voz a su pareja delante de ellos. Valora cada momento con cada uno y es muy unida a su papá y a la hermanita menor, hija de su padre con una nueva pareja. Queda claro que no hay un solo modelo de familia ni un único camino para el amor de padre. 


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