El caso de Walter Bulacio impulsó las primeras movilizaciones en contra de la violencia institucional en democracia que exigían el castigo a los culpables y responsables de las muertes causadas el aparato represivo del Estado.
Por Camila Smith y Lautaro Cañete
Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota se presentaron en el Estadio Obras Sanitarias la noche del 19 de abril de 1991. Un grupo de amigos del barrio Aldo Bonzi fueron juntos en un micro alquilado. Entre ellos estaba Walter Bulacio, que tenía 17 años, y era la primera vez que iba a ver a su banda de rock favorita.
Llegaron alrededor de las nueve de la noche y los que ya tenían su entrada se pusieron a hacer la fila para ingresar. En cambio, otro grupo que pensaba comprarla en el momento, quedó afuera porque se habían agotado.
Walter era uno de esos y tenía la plata que le había dado su abuela para comprarla. Entonces decidió ir con su amigo a caminar por afuera del Estadio, donde estaba montado un gran operativo policial, en busca de alguna reventa. Cuando empezaron a sonar las primeras canciones del show, frenaron en la puerta y se quedaron escuchando. Unos minutos después, a ellos y a 73 más en la misma situación, los detuvo arbitrariamente la Policía Federal, es decir sin motivos.
Los detenidos, incluyendo menores, fueron subidos a los golpes en colectivos preparados para el operativo policial a cargo de Miguel Ángel Espósito y llevados a la Comisaría 35° de Núñez. El ex oficial explicó más tarde que las detenciones se produjeron entre los que estaban “aglomerados” a las puertas del Estadio.
La Comisaría 35° de Núñez debería haber contado (según las reglamentaciones que estaban vigentes) con un lugar especial para los menores de edad. Sin embargo, encerraron a los 11 en un calabozo sin ventanas llamado “sala de menores”.
Esa misma noche torturaron a Walter golpeándolo con objetos contundentes en los miembros, el torso, las extremidades y la cabeza, lo que le generó traumatismo de cráneo.
A la madrugada la mayoría se había ido, solo quedaban dos menores y Walter, que comenzó a descompensarse. Desde la comisaría llamaron a la ambulancia y fue internado de urgencia. Aunque esto no es legal, no le avisaron a sus padres, ni tampoco al juez de menores de turno de lo que estaba pasando. Su familia se enteró de la situación la tarde del sábado 20 de abril cuando el amigo, que compartió la celda con él, llegó a Aldo Bonzi y le contó a la hermana.
Walter murió en el Sanatorio Mitre una semana después de ser torturado, golpeado y detenido arbitrariamente por el aparato represivo estatal. Uno de los que estuvo con él en la “sala de menores” raspó con la parte de atrás de una lapicera una de las paredes y escribió junto a sus nombres: “Caímos por estar parados, 19/4/91”.
El juicio, condena e impunidad
El caso de Walter Bulacio tuvo su juicio después de 22 años. Fue un hecho que sólo tuvo a un imputado: el comisario Miguel Ángel Espósito, que lo sentenciaron a 3 años de prisión por ser el autor del delito de privación ilegítima de la libertad agravada cometida en función pública. La sentencia fue dictada por el Tribunal Oral en lo criminal 29.
Espósito cumplió con su condena de tres años, pero nunca lo juzgaron por la tortura seguida de muerte y salió impune. La Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) condenó, en 2003, al Estado argentino exigiendo que continúe la investigación que los tribunales locales habían cerrado por omisión. Aunque esto no modificó la situación y se dio un cierre definitivo a la causa.
La bandera de la lucha contra la violencia institucional
Las medidas represivas se hacen constante cuando hay un sistema que las organiza y las lleva a cabo. Es por eso que se formó la Coordinadora contra la represión policial e institucional (CORREPI) en 1992, un año después de la muerte de Walter. Es una organización política activa en el campo de los Derechos Humanos, al servicio de la clase trabajadora y con especificidad en políticas represivas del Estado. Tiene como objetivo combatirlas, poniendo en evidencia su carácter esencial e inherente al sistema capitalista y no pertenece a ningún partido político.
Walter Bulacio es un emblema frente a los casos de violencia institucional, porque él, como muchos otros, cayó en el mal manejo de las fuerzas represivas del Estado. Y esto sigue ocurriendo aún estando en un gobierno democrático.
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