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DE LÁGRIMAS, TRISTEZA Y JOLGORIO


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El bedel del Coloso de Ñuñoa no frunce el ceño cuando ve a tres desconocidos en el acceso principal, no pregunta quiénes son ni los echa a gritos. Sonríe y, con la mano libre de una escoba algo deshilachada, hace señas hacia la escalera que desemboca en la platea. “Pasen, pasen, este estadio es propiedad de todos los chilenos”. Entre las personas hay un argentino, pero dudosamente la cordialidad del casero, que enseguida se pone a barrer, cambiase si lo supiera. En la grada hay que entrecerrar los ojos para adaptarse a la claridad de un cielo de mediodía sin nubes. Poco después, formas y colores invaden toda la óptica: un rectángulo verde envuelto por un óvalo celeste es enmarcado por 48.665 butacas rojas.

Por Matías Ciancio

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El Estadio Nacional Julio Martínez Prádanos, ubicado en el Instituto de Deportes de Santiago de Chile, se fundó hace 77 años. Recinto de la Copa del Mundo 1962 y varias copas América, será el escenario de apertura y final del certamen que comenzará la próxima semana y en el que el país trasandino invirtió 60 millones de dólares. Además de eventos deportivos, allí tocaron los Rolling Stones, Madonna y Michael Jackson. También albergó el encuentro con jóvenes del Papa Juan Pablo II hace casi tres décadas. Pero el peso de la historia en blanco y negro lo ubica como protagonista arquitectónico de una era de plomo: fue centro de detención, tortura y asesinato durante el Régimen Militar que encabezó el General Augusto Pinochet entre el 11 de septiembre de 1973 y el 11 de marzo de 1990.

Las tres personas caminan hasta el cordón protector que separa la primera fila de asientos preferenciales de la boca de salida de los equipos. Se turnan para posar de espaldas al campo de juego y capturar el momento con sus celulares. En ese mismo lugar, en septiembre y octubre de 1973, habían sido fotografiados los hombres perseguidos vinculados al presidente depuesto Salvador Allende. Invitados por el coronel Jorge Espinoza Ulloa para comprobar las bondades de la estadía, un grupo de reporteros se paseó por la pista de atletismo mientras los secuestrados poblaban las tribunas. “Tan poco tino tuvieron los militares que, al mismo momento que nosotros, llegó un bus con detenidos; fuimos a ver eso y nos alejaron a culatazos”, reveló el periodista Marcelo Montecino en el documental que dirigió y produjo Carmen Luz Parot (2002).

Tras asegurarse unos cuantos recuerdos en el teléfono, el trío de visitantes regresa al anillo de entrada, que otorga sombra y una temperatura fresca más agradable. Gris de punta a punta, con columnas cilíndricas cada diez metros y puertas contiguas, cerradas, que se pierden con la curvatura del pasaje. A lo lejos se escuchan las caricias que le da la escoba al concreto. Allí, frente a los camarines donde se encerraban a más personas de las que cabían, el piso luce sin mugre ni polvo. No hay ni siquiera envoltorios, como no los había tampoco en la época del estadio-cárcel: los prisioneros los utilizaban para armar piezas de ajedrez. De día, algunos montaban un tablero artesanal para usar el único músculo que las torturas durante los interrogatorios no les dejaba adolecido, el cerebro. De noche, la historia era distinta: la disputa por el lugar menos frío para echar un rato de sueño no se mantenía sibilina. Así, Sergio Muñoz, docente, sufrió hasta la lágrima. No por el golpe que le propinó en el estómago un compañero que le arrebató un puesto -que ofrecía mayor calidez para dormir- dentro de un baño, sino por el pensamiento que aterrizó en su cabeza: “Nos estaban degradando, querían que nos comportemos como animales”.

El argentino y sus dos anfitriones saludan al bedel antes de partir. Hay una larga caminata hasta la salida del complejo, que tiene un playón totalmente despejado de un suelo blanco que encandila al recibir sin filtro los rayos de sol. Ese mismo camino, años atrás, recorrieron aquellos que sobrevivieron a las descargas eléctricas, a las correas en los testículos, a los encendedores en la pera. Salían con la cabeza aturdida por los gritos. Salían para reencontrarse con la libertad que les privaron durante meses. Salían para revelar la historia de terror que encerró un lugar que, desde el jueves, solo albergará jolgorio.


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