Como una montaña, pero en el medio de la ruta del barrio de Ituzaingó, yace el enorme terraplén de tierra con el que día a día construyen la nueva autopista del Oeste. El calor agobia más en este noviembre de 1995, pero ni eso detiene las dos ruedas que trepan furiosas, a pesar de la ley de gravedad y del resbalón que da el barro. Sube la bici; por la vitalidad del conductor, por la impertinencia que regalan los 11 años y porque a pesar de la prohibición de mamá y papá el desafío estuvo planteado mucho antes del inicio de la travesía. Imposible parar: el objetivo es la cima.
Por María Soledad Fernández
Fotos: Luciano Larín
Llegan las dos ruedas a la meta. Siente en la cara esa brisa que solo corre en lo alto de las montañas (aunque más no sean las de tierra al costado de la calle). Mira desde arriba el paisaje de cemento. Dice, bajito, (o lo piensa) “Yo puedo”. Barranca abajo se lanza. Y tropieza. Y el tropezón trae la caída, la caída el golpe, y el golpe una médula deshecha y la silla de ruedas, desde ahora y para siempre.
Gabriel Copola es verborrágico hasta para escribir. Escribe como piensa, piensa como escribe. Simple, sencillo y claro, pero fundamentalmente claro. No usa frases hechas y si las usa intenta amenizarlas, naturalizarlas, hacerlas propias. Responde siempre, todo. Lo profundo, lo superfluo, lo imprudente y lo concreto. Pero sabe equilibrar a la perfección el humor y la franqueza y sabe, también, esquivar con cierta galantería respuestas concretas a preguntas que no desea contestar. Quizás sea por la práctica cotidiana que utiliza para responder a sus alumnos de la Universidad de la Matanza o a los del Penal de La Plata, a los que también da clases de educación física.
Además de profesor, Copola es deportista, y de los buenos. Siete medallas, títulos nacionales, internacionales y torneos lo demuestran: campeón Nacional de Tenis de Mesa adaptado, campeón Panamericano y futuro campeón Mundial en China, (quién sabe, quizás). Para eso se entrena todos los días, hace años. Y a eso aspira, porque no tiene límites, porque –dice– no quiere tenerlos, y porque quiere, además, estar en la cima. Otra vez la cima. Pero acá no hay tropezones, caídas, ni fatalidades. Hay objetivos, hambre de progreso, de superación y ese espíritu de lucha que sólo tienen los que quieren ser campeones.
Copola vive a través del deporte; todo lo transforma en deporte, lo convierte. Y si algo tuvo claro desde el principio es que no habría obstáculos que lo alejaran de su pasión. “La historia la escriben los hombres”, le dijo Miguel, su papá, cuando todavía estaba internado en el Hospital Posadas y la noticia de que no iba a volver a caminar era un hecho consumado. Así fue como mientras sus amigos se preocupaban por ver a qué chica besar por primera vez, él empezaría a escribir la historia de lo que sería su nueva vida.
Y se reinventó, recicló el sueño de ser jugador de fútbol profesional en Boca por el Tenis de Mesa adaptado.
El living de Susana Giménez fue el puntapié. Corría 1996 y la diva presentaba en su programa a un grupo de deportistas paraolímpicos que viajarían a Atlanta. Ahí mismo fue que Copola pensó (otra vez) “Yo puedo”, y lo que pasó de ahí en adelante es historia dicha.
Resulta difícil lograr que responda algo distinto a la pregunta hecha más de mil veces; difícil también es encontrar fisuras que demuestren que lo que dice es diferente de lo que hace, e inevitable contar su historia sin caer en odiosos lugares comunes. Porque es buen hijo, buen amigo, buen profesional, gran deportista y todo indica que la vida que vive es la que elige todos los días. Vive solo, trabaja de lo que ama, viaja y compite cumpliendo el anhelo de ser el mejor deportista de su disciplina. Más allá de la silla, con la silla, por la silla.
Y si de vez en vez vuelve con su mente a la montaña de tierra, a la subida y la bici, hablará con Dios (o el ente superior de su preferencia), e intentará negociar con él sobre su deseo de volver a caminar. Pero también sonreirá, como lo hace siempre que habla sobre su presente, sobre esa persona que disfruta ser. Porque se sabe un luchador que tiene la necesidad de trasmitirle a los demás que la vida siempre da la posibilidad de recuperarse, de estar y ser mejor. Porque predica con el ejemplo de sus actos y desde ahí encuentra la fuerza que lo retroalimenta. Porque jamás se victimiza y está dispuesto siempre a contar su historia a todo el que pregunte cómo si se quiere, se puede.
Agregar comentario