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“Debuté en un ring con las botas de Bonavena”


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El excampeón del mundo Marcelo Domínguez hizo un repaso por su carrera, recordó anécdotas y contó cómo es su actual vínculo con el boxeo a través de la docencia.

Por Federico Taccone y Franco Bottaro

Marcelo Domínguez, campeón del mundo peso crucero en dos ocasiones, actualmente dirige una academia del deporte que ama en el gimnasio de Atlanta. Allí enseña y guía con toda su experiencia, a los futuros púgiles. Mano a mano con Eter Digital habló de su pasado exitoso y de su presente como docente.

– ¿Qué fue lo que te llevó al boxeo?

– Empecé a los 14 años con unos amigos. A ellos les gustaba más bien agarrarse a piñas. Uno empezó a practicar y después me llevaron a mí. Yo me enganché y a los dos meses ellos dejaron, pero yo seguí. Me gustó porque aparte fui con la idea de ser boxeador, bajar de peso y ponerme bien. Me fueron llevando y cuando me quise acordar ya estaba adentro.

– ¿Cuál es la primera pelea que te viene a la cabeza?

– En el 86, ya con licencia de boxeador, me fui a ver “Pajarito” Hernández contra “Látigo” Coggi, con mis amigos.  Esa noche, después de ver esa pelea en el Luna Park, salí tirando piñas. Ese día decidí que quería ser boxeador. Si bien yo ya boxeaba, fue ese momento en el que tomé la determinación de decir: “Esto es lo mío y quiero ser campeón del mundo”.

– ¿Cómo arrancaste tu carrera?

– En el amateurismo peleé en algunos lugares que ya no existen, como Unidos de Pompeya, Huracán, que es de donde salí, y en la Federación, que ahí sí estuve mucho tiempo.

– ¿Y tú primera pelea? ¿La recordás?

– Me acuerdo la primera vez que yo peleé, que fue en GEBA. Me llevó mi papá. Yo siempre se lo cuento a los pibes esto. Me acuerdo que en esa pelea yo no tenía botas y el viejo Bautista Rago, técnico de Ringo Bonavena, me prestó unas botas de entrenamiento que tenían en Huracán. Yo debuté como boxeador en un ring usando las botas de Bonavena.

– ¿Qué recordás de esa velada?

– No sabía con quién peleaba. Era por categoría. Entonces, a medida que fue pasando el tiempo y pasaban las peleas quedamos dos. Fui el último en pelear. Eso es lo que recuerdo.

– Después de tantos años, ¿quién fue el que te marcó en este deporte?

– Con Coggi tenía mucho cariño y me gustaba como peleaba, pero no sé si era mi ídolo en el deporte; no lo pongo en ese papel. Aunque sí es el que me hizo ver lo que yo quería ser.

– ¿Qué se necesita para ser boxeador y qué le recomendás a un chico que recién arranca?

– Primero, un chico tiene que entender que esto es un deporte en el que hay que dedicarle tiempo y sacrificio. No es fácil y se complica si lo hacés y no te gusta. Si vos lo hacés con cariño te va a resultar más llevadero. No hay que lamentarse ni sufrir, saber tomarse tiempos y saber decir que no en ciertos momentos. Esto empieza de chico y te sigue toda la vida.

– ¿Fue difícil llegar a ser campeón?

– No fue fácil, obviamente. Todo fue un sacrificio, pero fue algo hermoso. Lo volvería hacer y quizá hasta mejor. Tuve una carrera importante, que fue rápida, porque yo, con 6 peleas, ya competí en por el título argentino, y con 7 peleas ya le había ganado a un campeón del mundo. En la 14, luché por el título del mundial. Quizá hoy es normal, pero en esa época tenías que tener unas 40 peleas para llegar ahí.

– ¿Y cómo viviste el resultado con Anaclet Wamba? Fue algo polémico…

– Esa fue mi primera pelea por el título del mundo. El me chorea, pierdo por afano, porque había ganado caminando y ahí tuve la primera experiencia fuerte. Todos venían y me abrazaban, me decían que yo había ganado y que había hecho bien las cosas. Estaban más preocupados que yo, porque en ese momento me di cuenta que iba a ser campeón del mundo y que la próxima no se me iba a escapar.

Un maestro arriba y abajo

Luego de haber sido campeón del mundo peso crucero en dos ocasiones, luego de pelear contra los mejores de su categoría, luego de que los flashes se apagaran, Marcelo Domínguez tomó a la docencia como su nueva vocación. Aunque no es la típica enseñanza en un aula, claro: Marcelo educa con los guantes y en el ring.

Supongo que el boxeo me eligió a mí”, es la famosa frase de Domínguez. Treinta años pasaron de su primera pelea como profesional y solo tres después de su debut ya estaba combatiendo por el título crucero del CMB. Anaclet Wamba, histórico del box congoleño, fue el defensor del título luego de una polémica decisión y Marcelo, el perjudicado.

Sin embargo, nunca tiró la toalla: al año siguiente ganó el cinturón interino, que defendió con orgullo en cinco ocasiones. La llegada del nuevo milenio trajo para “El Toro” nuevos desafíos. Su paso a la categoría peso pesado dejó una de las rivalidades más recordadas por los amantes del boxeo. Junto con Fabio “La Mole” Moli protagonizaron unos furiosos combates, cruzándose en tres oportunidades. Domínguez venció en todas.

Se alejó del profesionalismo y ahí fue cuando apareció en Humboldt 370, en el barrio de Villa Crespo. La dirección gimnasio de Atlanta y el hogar de cientos de chicos con sueños de triunfar en esta disciplina. Desde 2007, “El Gordo”, como le dicen allí, es el director del gimnasio y coordinador en el club del deporte que lo llevó a la gloria. Allí todos los días, bajo las plateas de la cancha, el histórico boxeador maneja, instruye y apoya a todos esos sueños bohemios.

Pese a tener una vuelta, con K.O. incluido, al boxeo en 2013 y desafiar una vez más a “La Mole”, Marcelo se enfocó cien por ciento en mejorar y potenciar el deporte en Argentina. Siendo jefe nacional de entrenadores en la Secretaría de Deportes de la Nación, impulsa el plan de Escuelas Deportivas Argentinas. Además, orienta a varios pugilistas. Este hobby se volvió amor y un trabajo que para él ya es pasión. Pareciera que esta relación nunca se va a acabar. El boxeo lo eligió y Domínguez jamás lo abandonó.


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