Di Plácido nació en el barrio de Floresta y desde chico jugó en las divisiones inferiores de All Boys. Lo apodaron Mochila. Cuando sus padres iban a misa los domingos a la mañana, él se quedaba con amigos jugando en la placita Banderín. Considera que su única fe era la de llegar a jugar algún día en Primera.
A medida que fue creciendo, su pasión por el fútbol aumentaba y paralelamente también la clásica rebeldía adolescente. Se autodenomina el típico pibe al que le gustaba pasar tiempo con amigos o con alguna chica. Eso sí, siempre fue responsable si al día siguiente había entrenamiento o partido.
Nunca le gustó ir al Cristo Maestro, su colegio secundario. Su punto más débil era Biología, esos días no sabía qué excusa poner para ausentarse. Más aún los días que celebraban misa: “yo veía que mis compañeros cantaban o se ponían de rodillas, igual que hacen mis viejos los domingos. Pero jamás le encontré el sentido”.
En ese contexto terminó de formarse, hasta que a los 20 años y en el Gigante de Arroyito, frente a Rosario Central, le llegó su debut en la máxima categoría. Fue derrota de All Boys 2 a 0.
Su posterior recorrido en el Blanco y Negro es un detalle secundario. Lo buscó Racing, pero por un mal manejo de su representante, el pase se cayó. Admite que ese día fue el segundo más triste en su joven carrera. Y dice el segundo porque el primero fue el descenso de All Boys a la B Nacional. A partir de esa noche, Di Plácido se prometió alejar lo deportivo de lo afectivo para no volver a llorar de esa manera.
Los meses fueron pasando y su nivel fue de menor a mayor. Tanto es así que a principios de 2016 se rumoreaba que varios clubes lo tenían en la mira. Los principales, Atlético Tucumán y Sarmiento de Junín.
Hasta que finalmente los tucumanos fueron quienes acordaron el cambio de Di Plácido a su nuevo club. El pibe de Floresta volvería a la Primera División a enfrentarse a rivales como Boca o River. El único miedo era que volviera a pasar la frustración que vivió con Racing y que su objetivo después de tantas idas y vueltas terminara en la nada misma.
Pero horas antes de firmar este contrato, Leonel vivió algo que lo asombró. Su madre estaba arrodillada ante una imagen de la Virgen María con una vela encendida, rezando por el futuro de su hijo. El lateral derecho se detuvo, la miró, y continuó su recorrido hasta su pieza.
La transferencia se concretó de manera exitosa y había que emprender el viaje. Como contracara, la incógnita era donde iría a vivir el jugador en la desconocida ciudad San Miguel de Tucumán. Lo que sí era seguro era que la pensión del club no era una opción porque junto a él viajó su pareja y buscaban una mayor comodidad.
Al llegar al norte argentino y sin rumbo aparente, una monja lo vio desconcertado y le preguntó qué le pasaba. Su novia Fernanda le contó, y la religiosa no tuvo mejor idea que brindarles su propio hogar. Les ofreció pasar unas noches en el Monasterio Inmaculada Concepción hasta que se decidieran a alquilar un departamento.
Así fue. Recibieron alojamiento y comida, y al pasar una semana, encontraron otro lugar. Di Plácido le transmitió esta emoción a su madre, que lloró del otro lado del teléfono.
Casualidad, causalidad o simplemente generosidad humana. No se sabe. Lo que sí es seguro, es que el ateo de la familia, cumplió su sueño de volver a Primera acompañado de misioneras de Dios.
A medida que fue creciendo, su pasión por el fútbol aumentaba y paralelamente también la clásica rebeldía adolescente. Se autodenomina el típico pibe al que le gustaba pasar tiempo con amigos o con alguna chica. Eso sí, siempre fue responsable si al día siguiente había entrenamiento o partido.
Nunca le gustó ir al Cristo Maestro, su colegio secundario. Su punto más débil era Biología, esos días no sabía qué excusa poner para ausentarse. Más aún los días que celebraban misa: “yo veía que mis compañeros cantaban o se ponían de rodillas, igual que hacen mis viejos los domingos. Pero jamás le encontré el sentido”.
En ese contexto terminó de formarse, hasta que a los 20 años y en el Gigante de Arroyito, frente a Rosario Central, le llegó su debut en la máxima categoría. Fue derrota de All Boys 2 a 0.
Su posterior recorrido en el Blanco y Negro es un detalle secundario. Lo buscó Racing, pero por un mal manejo de su representante, el pase se cayó. Admite que ese día fue el segundo más triste en su joven carrera. Y dice el segundo porque el primero fue el descenso de All Boys a la B Nacional. A partir de esa noche, Di Plácido se prometió alejar lo deportivo de lo afectivo para no volver a llorar de esa manera.
Los meses fueron pasando y su nivel fue de menor a mayor. Tanto es así que a principios de 2016 se rumoreaba que varios clubes lo tenían en la mira. Los principales, Atlético Tucumán y Sarmiento de Junín.
Hasta que finalmente los tucumanos fueron quienes acordaron el cambio de Di Plácido a su nuevo club. El pibe de Floresta volvería a la Primera División a enfrentarse a rivales como Boca o River. El único miedo era que volviera a pasar la frustración que vivió con Racing y que su objetivo después de tantas idas y vueltas terminara en la nada misma.
Pero horas antes de firmar este contrato, Leonel vivió algo que lo asombró. Su madre estaba arrodillada ante una imagen de la Virgen María con una vela encendida, rezando por el futuro de su hijo. El lateral derecho se detuvo, la miró, y continuó su recorrido hasta su pieza.
La transferencia se concretó de manera exitosa y había que emprender el viaje. Como contracara, la incógnita era donde iría a vivir el jugador en la desconocida ciudad San Miguel de Tucumán. Lo que sí era seguro era que la pensión del club no era una opción porque junto a él viajó su pareja y buscaban una mayor comodidad.
Al llegar al norte argentino y sin rumbo aparente, una monja lo vio desconcertado y le preguntó qué le pasaba. Su novia Fernanda le contó, y la religiosa no tuvo mejor idea que brindarles su propio hogar. Les ofreció pasar unas noches en el Monasterio Inmaculada Concepción hasta que se decidieran a alquilar un departamento.
Así fue. Recibieron alojamiento y comida, y al pasar una semana, encontraron otro lugar. Di Plácido le transmitió esta emoción a su madre, que lloró del otro lado del teléfono.
Casualidad, causalidad o simplemente generosidad humana. No se sabe. Lo que sí es seguro, es que el ateo de la familia, cumplió su sueño de volver a Primera acompañado de misioneras de Dios.
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